[h. 1r][Grabado xilográfico. Gran escudo del cardenal Cisneros que ocupa los dos tercios superiores de la plana ]
Obra de las epístolas y oraciones
de la
bienaventurada virgen santa
Catherina de Sena,
de la orden de los predicadores .
Las cuales fueron
traducidas del toscano
en nuestra lengua castellana por mandado del muy ilustre y reverendísimo
señor el cardenal de
España, arzobispo de la santa iglesia de Toledo, etc. Con privilegio real.
[h. 2r]Tabla de la siguiente
Obra de las epístolas y oraciones de la bienaventurada virgen santa Catherina de Sena, de la orden de los predicadores, traducidas y tornadas del toscano en nuestra lengua castellana. Las cuales contienen en sí
muy maravillosas y saludables doctrinaspara común utilidad y provecho
de las ánimas y para mucho aviso y enseñanza de las
personas devotas y religiosas
que desean alcanzar la perfección y aprovechar en las cosas espirituales. Escríbelas la sobredicha virgen a diversas personas de diversos estados y condiciones, conviene a saber: a
sumos pontífices, cardenales, arzobispos, y obispos, clérigos, frailes y religiosos monjes, ermitaños; y religiosas, monjas y a otras personas devotas de toda condición; a reyes, duques, condes, capitanes de gentes de armas y a otros diversos señores, a comunidades y regimientos, a doctores, caballeros y a otras personas seglares, y a dueñas y mujeres de toda condición.
Primeramente se pone en el comienzo de todas ellas una epístola en lugar de prólogo, la cual escribió el venerable religioso
fray
Estevan de Sena
,
prior
del
monasterio de Santa María de Gracia, de la ciudad de
Pavía, de la orden de la cartuja,
familiar de la dicha virgen , a
fray
Thomás de Antonio
, de la orden de los predicadores, en la cual trata brevemente algunas cosas de su vida y conver
[s]
ación y de algunos milagros.
Sigue la tabla...
[h. 19r][h. 19r]Prólogo
Epístola de
fray
Estevan de Sena
, prior del
Monasterio de Santa María de Gracia
de la ciudad de
Pavía, de la orden de la cartuja, familiar de la dicha santa virgen, a
fray
Thomás de Antonio
, de la orden de los predicadores, en la cual trata brevemente algunas cosas de su vida y conversación y de algunos milagros.
Fray
Estevan de Sena
,
prior
indigno del
Monasterio de Santa María de Gracia
de la orden de la cartuja, que es cerca de de la ciudad de
Pavía, saluda en aquel que es verdadera salud al venerable religioso su verdadero amigo en Jesucristo
fray
Thomás de Antonio
, natural de
Sena, de la orden de los predicadores, morador en el
convento de San Juan y San Pablo
de
Venecia.
Vuestra carta recibí con mucho amor y leí con atención, por la cual me requerís mucho y me rogáis que envíe y enderece a vuestra caridad alguna verdadera y autorizada información a manera de instrumento público de las obras y costumbres, virtudes y doctrina de
maravillosa santidad de la bienaventurada virgen santa
Catherina de Sena
. Con la cual, mientras que vivió, merecí tener alguna conversación, según que vos sabéis. Lo cual me pedís señaladamente por causa del escándalo y queja acaecida en
Venecia, en el palacio del obispo, cerca de la celebración o conmemoración de la fiesta de la misma santa virgen, porque hay muchos que no quieren creer ser verdaderos los milagros que de ella verdaderamente se cuentan y predican.
Y por decir la verdad claramente aunque la dicha
santa virgen
y yo fuésemos como éramos
naturales
de
Sena, ningún conocimiento tuve de ella ni conocí a alguno de todo su linaje hasta el año del Señor de
mil y trescientos setenta y seis [1376]
años poco más o menos ni tampoco entonces, como persona muy metida y [sumergida]
1En el original: "sumersa"
en las ondas de este siglo, deseaba tener noticia de ella, salvo que la eterna bondad, la cual quiere que nadie perezca, determinó librar a mi ánima de la profundidad del infierno mediante esta bienaventurada virgen, lo cual fue de esta manera. Acaeció que en aquel tiempo, sin culpa nuestra, caímos en cuestiones y bandos y guerras muy crueles con otros ciudadanos de Sena muy más poderosos que nosotros. Y aunque muchos ciudadanos principales trabajaban mucho procurando la paz entre nosotros y nuestros adversarios, ninguna esperanza había de venir en concordia ni buena voluntad con ellos. Entonces la sobredicha virgen florecía mucho en toda la provincia toscana y se pregonaban y publicaban por grandes y maravillosas sus virtudes y era ensalzada de muchos. Por lo cual me fue certificado que si le encomendaba y encargaba este negocio, sin duda alcanzaríamos paz, porque ya había hecho, según me afirmaron, otras muchas cosas semejantes. Oyendo esto, determiné de consejarme con
un mi vecino varón noble , el cual había tenido grandes enemistades mucho tiempo y después concluyó la paz con sus enemigos, y tenía a la sazón muy familiar convers
[ac]
ión con esta sagrada virgen. El cual, como oyó mi propósito, luego me respondió diciendo: “Ten por cosa muy cierta
[h. 19v]
que no hallarás persona alguna en esta ciudad más convenible que ella para lo que tú quieres y que mejor pueda entender en esta paz. Por tanto no dilates de ir a hablarla y yo te acompañaré”. Así que acordamos de la visitar. La cual me recibió no como
virgen vergonzosa, según que yo esperaba, mas con muy amorosa caridad , como si recibiera a un su hermano que entonces viniera de tierras muy extrañas. De lo cual fui mucho maravillado. Y mirando yo con atención la eficacia de sus santas palabras, por las cuales no solamente me atrajo a la santa confesión, mas me forzó a ella y a vivir virtuosamente, dije entre mí: “Verdaderamente esto es de la mano de Dios”. Y después que hubo oído la causa de mi visitación, respondió muy desenvuelta y prestamente, diciendo: “Vete en paz, hijo mío muy amado, y confía en el Señor, que yo trabajaré de muy buena voluntad en este tu negocio hasta que hayas la paz cumplida que deseas. Y déjame el cuidado y cargo de esto de todo punto, el cual cuidado yo tomo de muy buen grado sobre mi cabeza”. Lo cual pareció después así por la obra, porque maravillosamente dende a poco tiempo hubimos la paz cumplida y aun contra voluntad de los mismos adversarios nuestros, lo cual dejo de contar largamente por excusar la prolijidad.
Entre tanto, deseando yo solicitar esta paz, la visitaba muchas veces y de sus eficacísimas palabras y ejemplos perfectísimos sentía que mi espíritu y el hombre mío interior se mudaba en mejor y era reformado de cada día más, forzándome la conciencia.
Y rogome en este intervalo de tiempo que le escribiese
algunas cartas, que ella por su boca virginal maravillosamente ordenaba. Lo cual yo acepté de muy buena voluntad, sintiendo en mí ser encendido mi corazón por nuevo deseo de los bienes celestiales y del menosprecio del mundo y de todas sus cosas, con tan grande aborrecimiento y desplacer de la vida pasada, que apenas me podía sufrir. Y sentí en mí tal y tan grande mudanza que no me podía excusar de no lo mostrar en señales de fuera, en tanto grado que casi toda la ciudad se maravillaba de mí. Y cuanto más consideraba la vida, y ejemplo, y costumbres y palabras de la sobredicha
santa virgen, tanto mayor acrecentamiento sentía dentro de mí del amor de Dios y del menosprecio del mundo. Dende a poco tiempo la
santa virgen
me dijo en secreto: “Sábete, dulcísimo hijo, que muy presto verás cumplido el mayor deseo que tú tienes”.Las cuales palabras me tuvieron más suspenso y con mayor cuidado que de antes, porque no podía yo conocer de mí cuál era la cosa que en el mundo yo más desease, antes todas las cosas de él recusaba y aborrecía. Por lo cual le dije: “Ruégoos,
muy amada madre mía , que me digáis cuál es aquel mayor deseo que decís que yo tengo”. Ella me respondió diciendo: “Pregúntalo a tu corazón”. A la cual yo repliqué: “Verdaderamente, muy amada madre, yo no sé hallar ni conocer en mí otro mayor deseo que estar continuamente cerca de vos”. Y ella luego me respondió: “Pues esto se cumplirá”. Empero yo no podía alcanzar la manera como se pudiese esto así hacer honesta y provechosamente por la diferencia de su estado y el mío. Mas aquel a quien ninguna cosa es imposible ordenó por maravillosa manera que ella determinase de llegarse a la ciudad de
Aviñón, conviene a saber, al papa
Gregorio XI, y así fui, aunque indigno, aceptado por compañero de tan santa compañía para en este viaje, desamparando yo y menospreciando el padre y la madre, los hermanos y hermanas y parientes, teniéndome por bienaventurado con su virginal presencia.
Después de esto el mismo
sumo pontífice
vino a la ciudad de
Roma, confortado y esforzado y movido solamente por la misma
santa virgen, aunque por mandamiento y voluntad de Dios, lo cual me consta muy abiertamente y lo sé de muy cierta ciencia. Y después de llegado a
Roma, el mismo santo padre la envió a negociar las cosas de la santa iglesia a la ciudad de
Florencia, que a la sazón era rebelde y desobediente a la misma iglesia; donde obró Dios muchos milagros por ella, según que en alguna manera se contiene en su historia. En la cual
[h. 20r]
ciudad también plugo al Señor que yo estuviese con ella y así mismo en
Roma
la acompañé después; donde, después de muy muchos y casi intolerables trabajos, infatigablemente por la honra de Dios muy alegremente soportados y sufridos, acabó el bienaventurado curso de sus días en mi presencia. A la cual así mismo llevé por mis propias manos a sepultar a la
iglesia de la Minerva, que es un monasterio de los frailes predicadores en
Roma, o por mejor decir a conservarla en una caja de ciprés puesta en un honorable sepulcro de mármol. Y cuando estaba en el postrimero punto de sus días, ordenó con algunos lo que debían hacer después de su pasamiento. Y después de todos, convirtiendo
2Significado: ‘volver’
a mí su cara virginal y extendiendo su mano, casi llamándome, dijo así: “Mando a ti,
Esteban, en virtud de santa obediencia de parte de Dios que en todas maneras te vayas a la orden de la Cartuja, porque para esta orden te llamó y te eligió el Señor”. Y viéndonos cerca de sí llorando, nos dijo así: “Hijos míos muy amados, en ninguna manera debéis llorar, antes os debéis alegrar en el Señor y hacer en este día fiesta muy solemne, pues que salgo hoy de la cárcel de este cuerpo y voy para el mi muy amado esposo y deseado de mi ánima. Ca yo os prometo por cosa muy cierta de os ayudar mucho más e incomparablemente después de mi salida de esta cárcel de lo que mientra que estoy en ella os he podido ayudar”. Lo cual cumplió después por obra muy perfectamente y lo cumple sin cesar así como lo prometió de palabra. Y porque esto parezca por algún ejemplo, diré aquí una cosa a honra de Dios y de la misma santa virgen, aunque sea en alguna manera vergüenza mía. Y es que cuando me mandó por santa obediencia que me fuese a la orden de la cartuja, yo no deseaba entrar en aquella ni en otra alguna religión, pero desde el punto que su ánima subió a la compañía de los santos, nació en mi corazón tan gran deseo de cumplir su mandado, que si todo el mundo me quisiera contradecir y estorbar, en ninguna manera pudiera yo consentir ni dejar de tomar aquel camino, según que por experiencia pareció después. Dónde, cuánto y qué haya ella obrado y obre con su hijo, aunque inútil y sin provecho, no es necesario decirlo al presente. Empero esto, no dejaré de decir que después de Dios nuestro señor y de la gloriosísima y muy bienaventurada virgen santa María yo me tengo por más obligado a la
dicha
santa virgen
que a
ninguna otra persona o a alguna otra criatura de este mundo. Y si alguna partecilla de virtud en mí hay, todo lo atribuyo a esta bienaventurada
santa, después de Dios y de su santísima madre.
Por lo cual, de las cosas sobredichas se puede comprehender haberyo tenido familiar conversación con ella más que otros muchos,
por algún tiempo escribiendo sus cartas y secretos
y mucha parte de su libro oyéndolode su boca virginal. Porque fuera de todos mis merecimientos me amó muy afectuosamente y con amor y caridad de madre, en tanto grado que a muchos de sus hijos y hermanos en Jesucristo les pesaba y tenían de ello alguna envidia, mas yo atentamente y con gran diligencia consideraba sus palabras y costumbres y obras en todo y por todo. Y queriendo concluir muchas cosas en pocas palabras, sobre mi conciencia y delante del acatamiento de Dios y de la universal iglesia militante, doy este verdader
<a>[o]
y fiel testimonio de ella, que aunque yo me tengo por muy pecador. Empero ha setenta años y más que tengo y he tenido familiar conversación de muchos y muy famosos siervos de Dios, y nunca vi ni oí que de muchos tiempos pasados a esta parte haya habido algún siervo de Dios que fuese en tan excelente y soberano grado en todo linaje de virtud. Por lo cual con mucha razón era tenida y acatada de todos por un
dechado de virtud y espejo
muy resplandeciente de todos los siervos de Dios. No me acuerdo en tanto tiempo cuanto con ella conversé haber oído jamás de su boca virginal alguna palabra ociosa, mas nuestras palabras nunca eran tan sin propósito y tan simplemente pronunciadas que luego no sacase de ellas algún sentido y provecho espiritual. Siempre habla-
[h. 20v]
ba de Dios con corazón infatigable o de cosas que atraían a pensar y contemplar en él. Nunca durmió ni comió, según que creo, mientra pudo tener oyentes para poderles predicar, lo cual cada día veíamos por la obra. Pero si acaso alguna vez le era forzado oír cosas seglares o sutiles a la salud de las ánimas, luego era arrebatada en éxtasi y quedaba allí solamente el cuerpo sin algún sentido, según que cada día estando en la oración era arrebatada de la misma manera, lo cual todos vimos, no digo cien veces o mil veces, mas muy muchas más. Todos sus miembros quedaban yertos y tales que no se pudieran doblar, en tanto que más presto fuera posible quebrar sus huesos que doblar sus miembros. Y por manifestar más claramente la verdad de este paso, porque por ventura alguno no piense que ella lo hacía esto fingidamente, quiero contar una cosa que acaeció en mi presencia.
Cuando estuvimos en
Aviñón, el
papa Gregorio
sobredicho nos mandó dar una casa principal y muy buena por posada, donde mandó aparejar una capilla muy honradamente proveída. Y la
hermana del mismo papa , como señora muy devota, después que hubo alguna vez hablado con la sobredicha
virgen, tomó con ella grande afección y devoción y entre otras cosas dijo a
fray
Raymundo de Capua
, su confesor, maestro en santa teología, que deseaba mucho hallarse presente cuando la
sagrada
virgen
comulgase. El cual le prometió de se lo hacer saber el domingo primero siguiente. En el cual día, viniendo la hora de tercia, la santa virgen entró en la dicha capilla sin zapatos y solamente con unos peales y, según que otras veces solía, fue arrebatada en éxtasi y sobre los sentidos deseando recibir el santísimo sacramento y dilatándose algún poco según que deseaba. Y luego el maestro
fray
Raymundo
me llamó y me dijo así: “Ve a tal palacio, donde hallarás a la venerable señora su hermana del papa, y dile que
Catherina
ha de comulgar esta mañana”. La cual señora estaba oyendo misa. Mas así como entré en una sala grande, ella puso los ojos en mí y conocido que debía yo ser de la familia de
Catherina, por lo cual luego prestamente se vino para mí y me dijo: “Hijo, ¿qué quieres y a quién buscas?”. A la cual respondí lo que me había sido mandado. Ella luego con mucha prisa vino a nuestra casa con honrada compañía de hombres y mujeres, entre las cuales trajo consigo a una su nuera que era mujer de un sobrino del papa, el cual se llamaba don
Ramón de Turena. Esta era moza de poca edad y llena de vanidad y sin ningún pensamiento ni cuidado de las cosas de Dios. La hermana del papa siempre se mostró y pareció muy devota, mas esta miserable doncella, según yo creo, pensó que la santa virgen fingía todo lo que hacía. Por lo cual, después de acabada la misa, fingiendo que por devoción ponía su cara sobre los pies de la santa virgen, le dio muy muchas punzadas sobre ellos y se los traspasó cruelmente. Mas la
virgen
estuvo siempre sin moverse ni hacer sentimiento alguno, como estuviera aunque le cortaran entrambos los pies. Empero después que ya todos se fueron y la virgen fue restituida a sus sentidos corporales, comenzó a quejarse mucho del un pie, en tanto grado que apenas podía andar. Y buscando sus compañeras dónde le dolía, hallaron la sangre magullada y denegrida y muerta de las punzadas y heridas que había recibido. Y luego a la clara conocieron la malicia e infidelidad de aquella desventurada. De muchos ejemplos que a este propósito se podrían traer, este solo creo que puede y debe bastar a cualquier persona fiel.
Cerca de este su estar en éxtasi y elevamiento sobre los sentidos, hay una cosa muy maravillosa, la cual en ninguna manera me parece que se debe dejar de decir, mas débese contar y tener en la memoria con debida reverencia, conviene a saber, que señaladamente cuando por algunos negocios muy arduos y de mucha importancia ella ejercitaba su ánima en la oración con mayor fervor y trabajaba con mayor ímpetu por se levantar en contemplación, atraía también a sí y levantaba en alto la pesadumbre de su
[h. 21r]
cuerpo, de donde muchas veces fue vista de muchas personas del todo levantada de la tierra en alto, estando puesta en oración. De los cuales soy uno y esto me tenía del todo fuera de mí por la mucha admiración. Lo cual de qué manera pueda ser a la clara se puede ver en el libro que ella compuso, donde trata cerca de esta materia larga y provechosamente.
La mayor parte del cual yo escribí
diciendo ella de su boca virginal. Y cerca de esto es mucho de notar que la majestad divinal había dado tanta familiaridad de sí y tanta autoridad y poder consigo misma a esta su muy
fiel esposa
que muchas veces en su oración hablaba con toda osadía y confianza, diciendo: “No quiero yo que sea así”. Y cuando hablaba semejantes palabras a su dulcísimo esposo, parecía cosa necesaria que luego se siguiese la obra tras la tal palabra, según que en muchas cosas podría yo dar fe y verdadero testimonio. Pero entre muchas otras señales y ejemplos que para confirmación de esto podría aquí decir, no debo callar este que yo en mí mismo experimenté y acaeció en mí. Como viniésemos de
Aviñón
para
Roma, reposamos en la ciudad de
Jénova [Génova]
por espacio de un mes y más en casa de una noble y muy venerable señora que se llamaba
doña
Orieta Escota, que a la
misma
santa virgen
tenía singular devoción, donde casi toda nuestra compañía cayó enferma. La cual señora con muy gran solicitud curaba de todos mandando venir cada día dos médicos muy famosos a visitarnos y proveyéndonos de todas las cosas necesarias muy convenible y copiosamente. Con los cuales médicos juntamente yo trabajé mucho deseando satisfacer a todos los enfermos, en tanto grado que casi todos me decían que juntamente había de enfermar con ellos. Y así acaeció que dende a pocos días caí en la cama de una fiebre muy aguda con demasiado y excesivo dolor de cabeza y vómito muy penoso. Y como la sagrada virgen oyese esto, acordó de venir a visitarme personalmente juntamente con su confesor y con sus compañeras. Y preguntome que qué mal sentía y yo, consolándome mucho con su muy alegre presencia, respondí placenteramente diciendo: “Algunos me dicen que estoy malo, mas yo no sé de qué”. Entonces ella, movida con una caridad maternal, llegó con su mano virginal a mi frente y moviendo un poco su cabeza dijo: “Oíd lo que dice este nuestro hijo. Que algunos le dicen que está malo y que no sabe de qué, teniendo como tiene muy aguda fiebre. – Y luego dijo adelante:-- Yo sin duda no consentiré que tú lo hagas como lo suelen hacer otros enfermos, mas en virtud de santa obediencia te mando que no tengas más esta enfermedad, por lo que en todas maneras quiero yo que te levantes luego y seas sano y que sirvas a estos otros enfermos como lo solías hacer”. Y dichas estas palabras, comenzó a hablar de Dios como lo tenía por costumbre. Cosa maravillosa de decir, mas mucho más maravillosa fue de ver que estando ella hablando fui librado de aquella enfermedad muy perfectamente. Y atajando e interrumpiendo sus palabras dije a voces a todos los que estaban presentes cómo yo era librado enteramente, de lo cual fueron muy maravillados. Y de aquella vez perseveré y permanecí en verdadera sanidad muchos años continuadamente sin jamás sentir en mi persona alguna pasión o sentimiento de enfermedad. De esta misma manera, conviene a saber, por absoluto mandamiento libró al venerable religioso y muy siervo de Dios
don
Juan, monje de las celdas
de
Valumbroso [Valumbrosa], que era mucho su devoto. El cual, según me certificó, estaba un día en peligro de la muerte en el
abadía de Pasignano, que es cerca de
Sena, y la manera que la
santa virgen
tuvo en le librar de la enfermedad fue que a dos discípulos del mismo don
Juan, que él había enderezado a la
[h. 21v]
misma virgen, estando él ausente dijo ella mandándole por ellos que no estuviese más enfermo, mas que sin ninguna dilación viniese a ella. Y sin tardanza lo cumplió así. Sobre el cual negocio, digno de mucha admiración, él compuso una epístola en muy elegante estilo por memoria de tan gran milagro, la cual yo tengo en mi celda en mucha veneración. Empero de palabra me contó todo lo sobredicho largamente y con mucho gozo, ensalzando con pública voz a esta gloriosa virgen y convidando a todos los que le oían a su devoción, la cual le sacó de las puertas de la muerte antes mandando que rogando. Y daba continuos loores al Señor, adorándole porque tal y tan grande autoridad le plugo dar a esta su esposa. Y aunque toda su vida de esta
santa virgen
así según el hombre interior (esto es, según el secreto de su corazón) como según el hombre exterior (esto es, según las obras de fuera haya sido) a manera de decir nunca oída y muy maravillosa, empero algunos siervos de Dios, que eran personas de mucho espíritu y de mucha excelencia, consideraban en ella una cosa más alta que todas y digna de mayor admiración y nunca vista ni oída, que en cualquier cosa que dijese o hiciese u oyese su ánima nunca jamás se apartaba de Dios, antes estaba pegada y actualmente y por obra ayuntada con él. Y porque de lo que abunda en el corazón habla la boca, nunca hablaba sino de Dios o de cosas que pudiesen atraer al ánima para el mismo Dios. Siempre y en todos los lugares buscaba a Dios y le hallaba y le poseía por afección actual y ayuntamiento de amor. Acuérdome que cuando veía en los prados algunas flores, con las cuales esta virgen florecida mucho se deleitaba por levantar nuestros corazones en contemplación de los bienes del cielo, nos convidaba con una santa alegría diciendo: “¿Por ventura no miráis cómo todas las cosas dan gloria y honra a Dios y le llaman? Estas flores hermosas y coloradas a la clara nos muestran y representan las sangrientas y coloradas llagas de Jesucristo nuestro redentor”. Cuando veía alguna muchedumbre de hormigas, decía: “También salieron y procedieron estas de la mente divina, como yo”. Y cuando consideraba las flores de los árboles, decía: “Tanto trabajó Dios en criar a estas como a los ángeles”. Y de hecho estábamos todos tan contentos y tan consolados con su presencia y tan edificados en lo de dentro que en alguna manera nos estuviéramos siempre sin tomar algún manjar corporal por oírla, aunque por otra parte estuviésemos atribulados o debilitados de alguna enfermedad o flaqueza corporal. Y aun los que estaban en las cárceles, que por algunos graves delitos habían de ser ahorcados o degollados o justiciados, de otra manera parecía que yéndolos a visitar, según que algunas veces acostumbraba ir de buena voluntad cuando era llamada, olvidaban sus penas y aflicciones por muy graves y muy congojosas que las tuviesen. En cuya presencia maravillosamente parecía que cesaban las tentaciones del demonio, así como cuando el sol resplandece en toda su virtud y con toda su fuerza, que no queda parte de tinieblas ni osan parecer ni mostrarse delante de él. Acuérdome también que muchas veces determiné de ir a ella con propósito de contarle algunas cosas de mi vida y estado y después le decía que todo se me había olvidado. Y sintiéndome así confuso, le preguntaba que cómo me iba y qué sentía de mí, la cual sin duda declaraba mis necesidades y me respondía
[a]
ellas y las remediaba mejor que yo lo supiera demandar ni desear. Y porque alguno no se maraville de esta tal manera de hablar, sepan todos que esta santa virgen casi conocía las disposiciones de las ánimas, como nosotros conocemos las disposiciones y diferencias de las caras, según por la experiencia muchas veces se mostró, ca no podíamos ni osábamos encubrirle
[h. 22r]
cosa alguna y todo lo secreto de nuestro corazón nos manifestaba, por lo cual le decía yo algunas veces a manera de pasatiempo: “Verdaderamente, madre, mayor peligro es andar y estar cerca de vos que andar por la mar, según que veo que conocéis todas nuestras cosas”. Y ella me respondía en secreto: “Sábete, hijo muy amado, que ninguna mancilla o nube de defecto hay en las ánimas de aquellos sobre los cuales yo más me desvelo y de quien más cuidado tengo, que luego no la veo, mostrándomela el Señor por sola su bondad y misericordia”. Y para mayor manifestación de esta verdad me consta y sé yo por cosa muy cierta que por sus eficacísimas amonestaciones y consejos profundísimos ella hizo y casi constriñó a muchas personas de diversos estados y condiciones venir a la confesión y aún en mi presencia, porque cierto casi ninguno le podía resistir. De donde
viendo el
papa
Gregorio onceno [XI]
tan gran fruto
cuanto en las ánimas hacía, le concedió licencia de tener consigo continuamente tres confesores con grande y casi plenaria autoridad de todos los casos reservados, etc. Y acaeció que algunas veces ocurrían y se le ofrecía hallar por donde andaba algunos pecadores tan obstinados y tan fuertemente atados y embebecidos en sus pecados que del todo le resistían, diciendo: “Verdaderamente, señora, si me mandásedes ir a
Roma
o a
Santiago
de
Galicia, yo lo cumpliría sin falta, mas sobre este caso del confesarme yo os ruego que me perdonéis, porque no puedo”. Finalmente cuando por otra vía no podía alcanzar su propósito, decía al tal pecador en secreto: “Si yo te digo la causa por la cual tú rehúsas y huyes de te confesar, ¿por ventura confesaraste después?” Entonces este tal pecador, como atónito y tomado a manos, prometía de lo hacer. Y luego ella decía: “Dulcísimo hermano, a los ojos de los hombres bien podemos escondernos algunas veces, mas no a los ojos de Dios, y por tanto el tal pecado que en tal tiempo y en tal lugar hiciste es aquel por el cual el diablo tanta confusión pone en tu ánima, que no te deja confesar”. A la hora el pecador, viéndose descubierto y tomado en tal manera, luego se echaba a sus pies con mucha humildad y con abundancia de lágrimas pedía perdón, y se confesaba sin dilación y mudaba maravillosamente sus costumbres y obras, haciendo vida muy reformada y muy diferente de la pasada. Yo sé de muy cierto que esto le acaeció muchas veces y con muchos. De los cuales uno, muy nombrado en toda
Italia
y muy señalada persona y de grande estado, me dijo: “Solo Dios y yo sabíamos aquello que esta virgen me dijo, por lo cual cree sin duda que ella es mayor en el acatamiento de Dios de lo que pensamos”. De esta manera esta
virgen
prudentísima libraba las ánimas de la mano del diablo. Y basten las cosas susodichas por ahora de su maravillosa vida, según lo del secreto de su corazón, aunque muy copiosa es esta materia y mucho más habría que contar de lo que se puede decir.
Y cuanto a lo de fuera, era tan excelente y tan gloriosa su vida y de tanta admiración que, según se dice en su legenda, por muchos días se sustentaba y se mantenía su corpecito virginal sin manjar alguno corporal, en tanto grado que aún se abstenía de tomar siquiera una gota de agua fría. Lo cual tuviera yo por imposible si no lo viera muchas veces en
Roma. Y esto hacía tomando solamente el santísimo sacramento, que es pan de los ángeles. Pero la común manera de su vivir, la cual por mucho tiempo guardó, según que yo vi muchos años, es esta, que aborrecía mucho la carne, y el vino, y los huevos y todas las cosas de confecciones. Y a esta causa aquellas siervas de Dios sus compañeras solamente le aparejaban algunas yerbas crudas, las cuales comúnmente llamamos ensalada, cuando las podían haber; o algún potaje de yerbas con su aceite. De anguila comía la cabeza y la cola solamente; el queso nun-
[h. 22v]
ca lo comía, sino cuando estaba muy podrido y tal que no era de provecho y también las uvas y otras cosas semejantes. Ni tampoco comía estas cosas, mas, algunas veces con pan otras sin ello, las traía entre los dientes y después de haber sacado alguna virtud de ellas, echaba toda la cibera de ello como escupiendo. Bebía muchas veces el agua pura fría, casi como a sorbos, y tanto tiempo duraba en hacer esto cuanto las compañeras estaban a la mesa. Y después les decía levantándose de ella: “Vamos a hacer justicia
de esta miserable pecadora
”. Y con una verguita pequeña de hinojo o con otra cosa semejante que pudiese meter al estómago, tornaba a sacar afuera con gran violencia aquella agua y zumo que había recibido. En lo cual se hacía tanta fuerza algunas veces que lanzaba de la boca la sangre viva. Confúndase pues aquí la maliciosa detracción y falsa murmuración de algunos, que decían detrayendo de ella muy falsamente que aunque en lo público delante de otros no comía, que después en lo secreto comía. Muy sencilla verdad es esta, la cual vimos y conocimos muy abiertamente por muchos tiempos, que cuando en su estómago había alguna sustancia de cualquier zumo o licor o de agua o de cualquier cosa, aunque no fuese mayor que una avellana, su cuerpo se tornaba enfermo y del todo inútil y padecía grave tormento. Y si por ventura acaecía que al tiempo que ella había de hacer de sí esta justicia, según que ella la llamaba, venía a ella alguna persona principal y quería satisfacer a la tal persona oyéndola y consolándola luego de presto, dilatando aquella obra de su justicia, sollozaba y se tornaba como muerta hasta que por obra acababa de hacer aquella evacuación. Esto vimos acaecer casi infinitas veces, lo cual yo mirando con atención le dije una vez con mucha confianza: “Madre mía muy amada, yo considero que el refrigerio que os puede dar este manjar que tomáis, según lo poco que en el estómago lo tenéis, es tan poco que os valdría más nunca lo tomar que no disponeros a tanta pena cuanta veo que recibís en lo lanzar”. La cual, como
virgen
discretísima, me respondió: “Muy amado hijo, yo hago esto por muchas cosas y tengo muchos buenos respectos en este mi tomar: el uno es que yo rogué al Señor que me castigase en esta vida por el pecado de la gula, así que de buena voluntad acepto esta disciplina que Dios por su gracia me otorgó. El otro es porque de esta manera trabajo de satisfacer a muchos que se escandalizan en mí, diciendo que en qué manera no como y que Malatasca
Significado: ‘demonio’
me tiene engañada, así que trabajo por comer según me es concedido. También puede ser otro muy respecto, que por esta pena corporal vuelve en alguna manera mi ánima a los sentidos y potencias corporales, porque por ventura el cuerpo quedaría sin sentido siendo el ánima apartada de él en alguna manera”. Oído esto callé sin tener otra cosa que le poder más replicar y responder.
Allende de todo esto, tenía esta
sagrada virgen
tanta
sabiduría divinalmente infundida en su ánima
que
todos los que la oían
se maravillaban. Declaraba toda la sagrada escritura tan abiertamente e <la> interpretándola tan abierta y tan sabiamente y mostrando la profundidad de las sentencias de ella, que todos los maestros en teología por muy doctos que fuesen lo tenían por cosa de admiración. Y lo que más maravilloso era: desfallecía todo saber humano en su presencia, así como la nieve o la helada suele desfallecer y derretirse delante del sol muy ardiente. Muchas veces hizo
sermones
de muy mucha eficacia y de maravilloso
estilo, primero en presencia del
papa
Gregorio XI
y después delante del
papa
Urbano VI
y de muchos cardenales, los cuales de común parecer decían muy maravilla-
[h. 23r]
dos: “Nunca hombre así habló y ciertamente
no es mujer
esta que habla,
sino el Espíritu Santo habla en ella , según que abiertamente parece”. Y porque se ofrece materia y parece que viene a propósito, quiero decir una cosa a la cual me hallé presente. Estando en
Aviñón, como el
papa
Gregorio XI
diese muy aplacible y muy larga audiencia a esta
santa virgen
y la tuviese en mucha reverencia, tres grandes prelados (vean ellos con qué espíritu se movieron contra ella) hablaron al mismo papa diciendo: “Beatísimo padre, ¿por venturaesta
Catherina de Sena
es
persona de tanta santidad
cuanta alguna dicen?”. El cual respondió: “Verdaderamente creemos ella ser
santa virgen
y persona muy sierva de Dios”. Ellos dijeron: “Visitarla queremos si a vuestra santidad place”. Y él respondió: “Cierto creemos que seréis muy edificados y aprovechados en el espíritu”. Así que vinieron a la casa donde estábamos aposentados prestamente, a la hora de nona en el verano, y llamaron a la puerta y yo salí luego a ellos. Los cuales me dijeron: “Di a
Catherina
que la queremos hablar”. Y como lo oyó la sagrada virgen, descendió a ellos juntamente con
el maestro
fray
Juan
, su confesor
, y con otros algunos religiosos. E hicieron que se asentase en un lugar conveniente en medio de ellos y comenzaron su plática con gran soberbia, burlando de ella. Y entre otras cosas diciendo con palabras mordaces: “Nosotros venimos de parte de nuestro señor el papa y deseamos saber de ti si por ventura te envían los florentinos, según que la pública
3En el original: "publicaba"
fama lo dice. Y si es así la verdad, ¿por ventura no tienen alguna persona muy señalada o algún gran varón que puedan enviar a tan gran persona como es el papa y por tan señalado negocio como es este? Y si acaso ellos no te enviaron, mucho nos maravillamos de ti, que siendo como eres una
vil mujercilla
oses tener tal atrevimiento de venir a hablar sobre tan gran materia con nuestro señor el papa”. Mas la
virgen
prudentísima, como columna inmóvil y firme, perseveraba en su humildad dando respuestas eficacísimas y razones muy discretas en tanto grado
4En el original: "grando"
que ellos se maravillaban mucho. Y después de haberles satisfecho muy cumplidamente sobre aquella su ida al papa, le propusieron muchas y muy dificultosas cuestiones, señaladamente sobre sus arrebatamientos y elevaciones del espíritu y de su singularísima manera de vivir. Y por cuanto el apóstol dice que el ángel de Satanás muchas veces se transfigura en ángel de luz, le preguntaban que en qué conocía ella no estar engañada del demonio. Y proponiendo y diciendo estas y otras semejantes cosas, duró la disputa hasta a la noche. Algunas veces el maestro
fray
Juan
quería responder por ella y aunque era maestro en sacra teología, ellos eran tan poderosos que en pocas palabras le confundían, diciendo: “Vos debríades haber vergüenza de hablar tales palabras en nuestra presencia. Dejad a ella responder, que mucho mejor nos satisface ella que vos”. Entre aquellos tres había un arzobispo de la orden de los menores, el cual, procediendo con un sobrecejo de fariseo según parecía, demostraba no aceptar algunas veces las palabras de la
santa virgen. Mas los otros dos finalmente se levantaron contra él diciendo: “¿Para qué porfiáis más con esta virgen? Sin duda ninguna ella ha declarado muy mejor todo lo que se le ha preguntado que jamás nunca lo hallamos por ningún doctor, y ha dado otras muy muchas señales de su santidad”. Y así hubo entre ellos alguna disensión y discordia, mas finalmente todos fueron muy edificados y muy consolados, y llevaron por relación a su santidad que nunca habían hallado ánima tan humilde ni tan alumbrada. Y cuando el mismo papa supo que así la habían tratado y casi como escarnecido, tuvo de ello mucho enojo y procuró de disculparse ante ella con mucha eficacia, afirmando que todo lo que
[h. 23v]
aquellos habían hecho había sido fuera de su voluntad. Y mandando que si más allá volviesen, que les diésemos con la puerta en los pechos. El día siguiente me llamó aparte maestre
Francisco, nuestro ciudadano de
Sena, médico del papa y me dijo: “¿Conoces tú a aquellos tres prelados que ayer fueron a vuestra posada?”. Al cual respondí que no. Él entonces me dijo así: “Pues sábete que si la ciencia de aquellos tres se pusiese en una balanza y en otra se pusiese la ciencia de todos cuantos letrados hay en la corte romana, pesaría mucho más la de aquellos tres. Y puédote afirmar esto: que si no hallaran que esta santa virgen tenía bien firme y seguro su fundamento, que nunca ella hubiera hecho otro más mal camino para sí misma”. Y después de dicho esto, la alabó y ensalzó con palabras muy amorosas, las cuales dejo de decir por no ser prolijo en esto.
Finalmente ¿quién hay que pueda contar las secretas virtudes de esta bienaventurada
virgen
con la misma experiencia de ellas y cómo las ponía por obra, así como son la profundísima humildad suya y su paciencia nunca vencida? En tanto grado que nunca jamás mostró alteración en su cara ni jamás fue vista ni oída pronunciar una sola palabra con impaciencia o con ira, por pequeña que fuese. Lo cual sin duda es señal de gran perfección. ¿Quién podrá exprimir y declarar su ardentísima caridad? Por lo cual no solamente daba los bienes temporales por la honra de Dios y remedio de las necesidades de los prójimos, cuanto estaba en casa de su padre, mas aún a sí misma se daba en servicio y para consolación de los pobres, a cuya causa mostró Dios por ella muchos milagros, algunas veces multiplicando los panes en el arca o acrecentando el vino en los toneles. Muchas veces le acaeció dar su misma túnica a los pobres y después el Salvador le demostró tener encima de sí otra vestidura, guarnecida y bordada de muy resplandecientes piedras preciosas, según que este milagro está historiado y labrado de bulto en
Roma, cerca de su sepulcro. Otra vez acaeció que yendo a un lugar con sus confesores y sus compañeras, halló en el camino un pobre muy importuno y muy pedidor, según pareció, el cual le pidió limosna. Ella respondió con mucha suavidad y mansedumbre diciendo: “¡Ay de
Catherina, hermano mío, que no tiene dinero que te dar!”. Él dijo: “A lo menos si no tenéis dinero, tenéis ese manto que me podéis dar”. Entonces ella le respondió: “Verdad dices, hermano, y por cierto yo lo miraba mal contigo en no remediar tu pobreza en algo, mas tú me has avisado bien”. Y diciendo estas palabras, luego se despojó el manto y se le dio. Mas los religiosos sus confesores que venían empós de ella apenas pudieron, aun con buen precio, rescatar el manto del pobre. La cual, como fuese reprendida de ellos porque había determinado de ir sin el hábito de su orden, respondió: “Más quiero ser hallada sin hábito que sin caridad”. Lo cual oído, no tuvieron qué le responder, maravillados de su perfección.
Ahora yo, constreñido de una indisposición corporal juntamente con algunas ocupaciones necesarias, porque cerca de esta materia se podrían componer muchos libros, queriendo poner fin a mis mal ordenadas razones, amonesto en el Señor a las
personas devotas que se deleitan de oír
la santidad y las verdaderas y muy reales virtudes, y los muy saludables consejos y ejemplos maravillosos de esta
santa virgen, y la familiaridad casi nunca oída que ella tenía, entre tanto que moró en el cuerpo mortal, con nuestro redentor Jesucristo y con la santísima y gloriosísima virgen santa María, su madre, y con otros santos (no digo durmiendo ni soñando, mas velando corporalmente), que lean
la vida e historia
de la misma bienaventurada
virgen, compuesta y ordenada por el
reverendísimo padre
el maestro
fray
Raymundo de Capua
, maestro en la sagrada teología, el cual fue luengo tiempo su confesor y después de su
[h. 24r]
bienaventurada muerte fue hecho maestro general de la orden de los predicadores, donde hallarán muchas
cosas muy excelentes y de mucho provecho. Y aunque algunos
lectores
que presto se hastían de leer, como muy ajenos de todo fruto de devoción, digan que escribió
muy prolijamente
esto, sepan por cosa muy cierta que en respecto de lo mucho que había de escribir, él fue muy breve en escribir la vida y los misterios de esta sagrada
virgen. Y sin duda creo yo que aquello que él en este caso escribió fue diciéndolo el Espíritu Santo. Esta palabra añadí aquí con toda confianza, porque, sin merecerlo yo, tuve mucha conversación con él y sé muy bien su vida muy loable y sus muchas gracias y dotes de mucho olor y suavidad en el acatamiento del Señor, conviene a saber: la virginidad muy pura y la perfecta caridad, y muy profundo saber y gran ciencia en los misterios de la sagrada escritura, y aún allende de esto la nobleza de su linaje y otras virtudes de que el Señor le proveyó. Esto no puedo ni debo callar al fin, que, según yo muy bien supe, él fue devotísimo de nuestra señora la virgen santa María, según puede conocer claramente cualquiera que quisiere leer con atención y devoción aquel singular y devotísimo tratado que él compuso sobre el cántico de la Magnificat. Y porque, según yo piadosamente creo, él es ya pasado a la vida perdurable, diré al presente una cosa que hasta el día hoy ha sido secreta, la cual sé yo muy bien: y es que por muchos años antes que este reverendísimo padre conociese a la santa
virgen
ni ella conociese a él, la beatísima Virgen sin mancilla, nuestra señora, apareciendo corporalmente a la dicha
santa
Catherina
, le promedió de le dar un muy fiel devoto suyo por su padre y confesor, el cual la consolase mucho más que nunca había sido consolada de todos los que hasta entonces habían sido sus confesores, según que después pareció claramente por la obra.
Esto susodicho es lo que me pareció que debía enviar brevemente a vuestra caridad por testimonio de la vida y santidad y ejemplo de las virtudes y doctrina y familiar conversación y obras maravillosas de la bienaventurada
virgen santa
Catherina de Sena
, según me lo pedistes con instancia. Lo cual escribí en
simple estilo
y con más simple voluntad y corazón sano, aunque con enfermedad del cuerpo y con muchas ocupaciones. Y porque noté en vuestra carta que decíades que os enviase verdadera información, no dejaré de tocar esto: no caiga tal pensamiento en el corazón de ningún sabio ni caiga tal error en la sinceridad, y limpieza, y puridad y serenidad de mi conciencia que yo, a sabiendas y sin saber lo que digo, quiera mezclar en mis palabras alguna cosa que sea ajena de la verdad sencilla y clara. Porque yo sé que la boca que miente mata al ánima y Dios no tiene necesidad de nuestras mentiras y no debemos hacer mal para que dende se siga algún bien. Por ende tened por muy cierto que en todo lo susodicho he hablado muy limpia y muy clara verdad o a lo menos creo haber dicho entera verdad, lo cual no solamente estoy aparejado confirmar con mi juramento debajo de cualquier forma de palabras que convenga, según vuestra petición, mas aún, si necesario fuere por confirmación de esta verdad a honra de Dios y para edificación y consolación y salud de los prójimos, estoy aparejado de poner mis manos en un fuego muy encendido, según lo conoce aquel que todas las cosas sabe y a quien ninguna cosa se le encubre. Al cual sea honra, alabanza y gloria por los siglos sin fin y para siempre jamás. Amén.
Dada
en el
convento sobredicho de Nuestra Señora de Gracia
a
XXVI [26] días del mes de octubre de mil y cuatrocientos once años [1411].
En presencia de dos notarios públicos apostólicos y de muchos testigos, y suscrita de la mano de los mismos notarios y sellada con nuestro sello mayor por satisfacer a vuestra petición.
Fin del prólogo.
[h. 24v][f. 1]Epístolasmuy provechosas y muy devotas
de la
bienaventurada y seráfica virgen santa
Catherina de Sena
.
Religiosa de la santa orden de la penitencia de
santo
Domingo
, esposa singular de nuestro salvador Jesucristo. Las cuales ella
escribió asumos pontífices, cardenales, arzobispos, clérigos, frailes, y religiosos monjes, ermitaños, a religiosas, monjas y otras personas devotas de toda condición. Y a reyes, duques, condes, capitanes de gentes de armas y otros diversos señores. A comunidades y regimientos, a doctores, caballeros y otras personas seglares y a dueñas y mujeres de toda condición ,
convidándolos y esforzándolos
a que perseverasen en el amor del dulce y amoroso Jesucristo crucificado y animándolos a seguir las santas virtudes y a huir los vicios.
Epístola I. Enviada al
papa
Gregorio XI
….
Sigue el texto...
[f. 319]Aquí se acaba la
obra de las epístolas y oraciones de la bienaventurada virgen santa Catherina de Sena.
Las cuales son
de mucha eficacia y provecho
para la salud de las ánimas, según por ellas se puede ver.
Fueron trasladadas de la lengua toscana
en nuestra lengua castellana por mandado del muy ilustre y reverendísimo señor el señor don
fray
Francisco Ximénez de Cisneros
por la divina miseración,
cardenal
de
España,
arzobispo
de la santa iglesia de
Toledo,
primado
de las
Españas,
canciller mayor
de
Castilla, etc. Fueron imprimidas en la su
villa de Alcalá de Henares
por el honrado
Arna[o] Guillén de Brocar, varón experto en el arte de imprimir. Acabáronse a
XXII [22] días del mes de noviembre de mil quinientos doce [1512].