Título
Excelencias de la castidad. Compuesto por la Excelentísima Señora doña Luisa María de Padilla Manrique y Acuña, condesa de Aranda. Dedicado a su religiosísimo convento de religiosas de la Purísima Concepción descalzas en su villa de Épila.
Autor
Padilla, Luisa de
Datos de la edición
Pedro Lanaja y Lamarca
Zaragoza
1642
[16], 777, [14] p.
Fuentes
Información técnica



PORTADA DEL EJEMPLAR

SigloXVII/padilla1642-1.jpg


[h. 1r]

Excelencias de la castidad.

Compuesto por la excelentísima señora doña Luisa María de Padilla Manrique y Acuña, condesa de Aranda.

Dedicado a su religiosísimo Convento de religiosas de la Purísima Concepción Descalzas en su villa de Épila.

Con privilegio.

En Zaragoza, por Pedro Lanaja y Lamarca, impresor del Reino de Aragón y de la Universidad, año 1642.
[h. 1v][h. 2r]

Aprobación del padre fray Juan Ginto, lector jubilado, calificador del Santo Oficio y guardián del Convento de Nuestro Padre San Francisco de la ciudad de Zaragoza.

Después que con singular atención y gusto leítres libros de la Nobleza virtuosa, y el cuarto, Elogios de la Verdad, que la excelentísima señora doña Luisa María de Padilla Manrique y Acuña, condesa de Aranda, dio a la estampa, he leído el quinto que su excelencia ha trabajado, Excelencias de la castidad, remitido a mi aprobación por el señor doctor don Juan Plano del Frago, oficial del ilustrísimo señor arzobispo de Zaragoza, don Pedro Apaolaza, y todos son dignos partos de tal ingenio, que la naturaleza quiso graduar en la universidad del mundo, haciéndola singular y única doctora en estos siglos a su excelencia [h. 2v], a quien puedo decir lo que Teodorico rey dijo a Cipriano, viendo a todos sus hijos patricios a
a Casiodore lib. 8, variae 21.
: “Quando talium filiorum pater effectus est, natura ipsa videris ipse Patricius”. Libros tan doctos y con tan singular acierto adaptados publican el grado de su autora, que parece ya nació doctora hecha. Zorobabel, dice el Imperfectob
b Imperf. in c. 1, Mat.
que mereció este título (que es lo mismo que Doctor Babiloniae) entre los demás de aquella tierra, porque enseñó ser la verdad la victoriosa: “Quae autem maior doctrina, quam ostendere Veritatem dominatricem esse?”. En aquel libro adonde de ella trató recibió el grado su excelencia; en este, con la candidez de la castidad, se manifiesta ser grado de teología, superior a todos , pues sus empleos son del superior objeto. Inmortalidades franquea la virtud a que exhorta su excelencia, librando [h. 3r] del universal tributo de muerte congojosa, trocándola en apacible sueño y descansado tránsito; así lo dijo san Jerónimoc
c D. Jeron., lib. 1, Contra. Ioui. Ioan. 21.
, declarando lo que san Juan en el capítulo 21: “Exiit sermo inter fratres, quod si discipulus ille non moritur (dice el santo) ex hoc ostenditur virginitatem non mori, sed manere cum Christo et dormitionem eius transitum esse non mortem”. Inmortal memoria merece empleo que alienta y anima solicitando inmortalidades. Si fueran vanos sueños y entretenimientos inútiles en el siglo que alcanzamos, consiguieran aplausos y hallaran buena acogida, pero reprensiones de lascivos pueden temer mal hospedaje en los mundanos. Por sueños, José consiguió aplausos y alcanzó riquezas en casa de faraón (dice Crisólogod
d Crisol. serm. 174.
), pero el Baptista, en la de Herodes, fue perseguido hasta rendir la vida a manos de un cruel verdugo, solicitando su [h. 3v] muerte una deshonesta reprendida y un rey exhortado a la castidad: “Ioseph somnia dum reuelat, euasit ex morte: Ioannes ut Dei Filium reuelaret, suscepit, et mortem”. Pero entre los virtuosos y que desean agradar a Dios este libro será bien admitido por las utilidades que ha de causar: entre los doctos hallará aplausos porque su doctrina es sana, santa y sutil; su estilo, grave; su erudición, grande, y su adaptación, ingeniosa. De este y de los demás libros que su excelencia ha trabajado se puede decir lo que de la casa de los Deciose
e Casiod. lib. 3, varia 6.
: “Nescit inde aliquid nasci mediocre: tot probati quot geniti”. Y si los demás fueron dignos de la licencia para llegar a la estampa, este ventajosamente es merecedor de ella. Así lo siento, en San Francisco de Zaragoza, a 28 de diciembre, año 1641.
Fray Juan Ginto.

[h. 4r]Nos, el doctor don Juan Plano del Frago, oficial eclesiástico de la ciudad y arzobispado de Zaragoza, por el ilustrísimo y reverendísimo señor don Pedro Apaolaza, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica arzobispo de Zaragoza, del Consejo de Su Majestad, etc. Después de haber visto la grave censura del padre fray Juan Ginto, lector jubilado, calificador del Santo Oficio y guardián del insigne Convento de San Francisco de esta ciudad, a quien remitimos el libro quinto que la excelentísima señora condesa de Aranda ha trabajado, intitulado Excelencias de la castidad; y por gozar las aguas en su nacimiento, [h. 4v] las habemos visto aun antes que corriesen tan claras y cristalinas, que no solo no hay cosa que las enturbie ni se oponga a nuestra santa fe católica y buenas costumbres, pero son muy dignas de secundar los ingenios. Y por tener tanta experiencia del de su excelencia y de sus muchas letras, con que obscurece el renombre de las más insignes matronas que celebró la antigüedad, lo habemos visto a la letra y admirado tan lucidos trabajos y la brevedad con que salen a luz, pues parece no ha habido tiempo de escribir este libro cuando volvemos los ojos a la aprobación que dimos el año pasado del que se estampó con nombre de Elogios de la Verdad, cuanto más para trabajarlo. Dio su excelencia enseñanza en lo tocante a las virtudes teologales en los otros cuatro , y en este cumula excelencias a la castidad, ejecutando lo [h. 5r] que encomendó san Pablo a su discípulo Timoteo, epístola 1, cap. 4: “Exemplum esto fidelium, in verbo, in conuersatione, in charitate, et fide, in castitate, etc.”. Préciase su excelencia, como los ángeles, de defensora de esta virtud; así lo ponderó san Ambrosio, lib. 1, De virginibus: “Neque mirum si pro vobis Angeli militant, quae Angelorum moribus militatis, castitas enim Angelus fecit, qui eam seruauit Angeius est”. Y san Bernardo epist. 42 Ad Henrichum Senonensem Arch., referido por Barb. de Epsic. mun., tit. 2, glo. 18, n. 7: “Quid castitate decorius, quae mundum de inmundo conceptum semine, de hoste domesticum, Angelum denique de homine facit; differunt quidem inter se homo pudicus, et Angelus, foelicitate, non virtute”. Y qué mucho si Dios se precia tanto de tomar las armas en su defensa y gusta que quien la ejercita le tenga por su capitán y padre: “Voca me Pater meus dux virginitatis meae tu es” . Y san Basilio, De virg., dijo: “Castitas hominem, incorruptibilem Deo similem facit”. Y cuando su excelencia no hubiera dado muestras de la superioridad y sutilidad de su ingenio, hermoso enlace de su innata nobleza y sangre real, se conociera en el asunto y trabajos de este libro, pues dijo san Gregorio Nacianceno, explicando a san Mateo en el cap. 19: “Videte rei sublimitatem, indeprehensibilem fore inuenietis”. Y así, conformándonos con la censura del padre lector Ginto, concedemos la licencia que se pide. En Zaragoza, a 4 de febrero 1642.


El doctor Plano del Frago, oficial.

Por mandado de dicho señor oficial,
Miguel Zornoza, notario

.

[h. 6r]

Aprobación del doctor don Pedro Cavero, del Consejo de Su Majestad en el del Crimen de Aragón.

Este libro de las Excelencias de la Castidad, compuesto por la excelentísima señora doña Luisa María de Padilla Manrique y Acuña, condesa de Aranda, he visto, y para su aprobación bastaban los actos positivos de erudición en los otros que ha sacado, recibidos de todos con general aplauso y aprovechamiento; y así viene a ser más ceremonia que necesidad [h. 6v] esta censura, pues con decir que es de mi señora la condesa de Aranda queda asentado no haber en él cosa que impida la licencia ni encuentre a las regalías de su majestad. Así lo siento. En Zaragoza, a 7 de enero 1642.
El doctor Pedro Cavero.

[h. 7r]

Don Felipe, por la gracia de Dios rey de Castilla, de Aragón, de las dos Sicilias, de Jerusalén, etc.

Don Enrique Enríquez Pimentel y Guzmán, marqués de Tavara, conde de Alba, lugarteniente y capitán general por su majestad en el presente Reino de Aragón. Por tenor de las presentes, de nuestra cierta ciencia y real autoridad, de que usamos deliberadamente y consulta, en nombre de su majestad, damos licencia, permiso y facultad a la ilustre prima doña Luisa María de Padilla, Manrique y Acuña, condesa de Aranda, para que pueda hacer imprimir y vender en el presente Reino de Aragón y en cualesquiera partes de él un libro que ha compuesto, intitulado Excelencias de la Castidad, sin incurrir por ello en pena alguna, por cuanto tiene la misma licencia y aprobación del ordinario de la ciudad y diócesis de Zaragoza, y que, habiéndolo mandado ver y reconocer, no se ha hallado en él cosa contra nuestra santa fe católica y regalías de su majestad; prohibiendo, como prohibimos, que durante el tiempo de diez años, contaderos de la data de las presentes en adelante, no lo pueda imprimir ni hacer imprimir ni vender ninguna otra persona sin licencia de su majestad o nuestra o de quien presidiere en este dicho reino, en pena de mil florines de oro de Aragón a sus reales cofres [h. 7v] aplicaderos y de que tengan perdidos los moldes de la impresión y los libros que se hubieren impreso. Con lo cual ordenamos y mandamos a todos los ministros de su majestad, mayores y menores, en el presente Reino de Aragón constituidos y constituideros, y otras cualesquiera personas sujetas a nuestra jurisdicción, que lo sobredicho observen, cumplan y guarden, sin poner en ello obstáculo ni dificultad alguna a la dicha condesa o a quien su poder tuviere, si la gracia de su majestad les es cara y, demás de su ira e indignación, en las penas sobredichas desean no incurrir. En testimonio de lo cual mandamos despachar la presente en la forma acostumbrada y sellada con el sello real de su majestad que está en la cancellería, y que la presente licencia vaya impresa en el principio de cada volumen de los que se imprimieren. Dadas en Zaragoza, a 11 de febrero de mil seiscientos cuarenta y dos.


El conde de Alba, marqués de Tavara.

Vidit don Hiacintus Valonga RegenteDominus Locumtenens Generalis, mand. mihi Iosepho Iubero, visa per don Hiacintus Valonga Regentem Cancelleria. Regentem Cancelleria. In diuers. locumt. primo, fol. xxiiij

[p. 1]

Dedicatoria de la autora a la muy religiosa comunidad de descalzas de la Purísima Concepción de la villa de Épila.

Con mucho gusto cumplo esta obligación de justicia dedicando a vuestras mercedes el libro de Excelencias de la Castidad, por ser del árbol de esta angélica virtud el fruto más sazonado el de la virginidad y hallarse más ilustrada y enriquecida en el estado perfectísimo de la religión a que vuestras mercedes han [p. 2] sido llamadas, señoras, madres e hijas mías. Que aunque parecen títulos incompatibles, puedo con mucha propiedad darlos a vuestras mercedes, pues son señoras no solo mías, mas de todo lo criado, gozando por privilegio como las reinas lo que su esposo por naturaleza; son madres mías espirituales , porque con sus oraciones me sustentan, con sus ejemplos me edifican y con sus consejos me enseñan; y también son mis hijas en lo temporal, por ser esa fundación del conde mi señor, y mucho más por el amor que en general y particular tengo a todas. Este, quiero manifestar, es muy de madre, no contentándome con lo menos, que es procurarles los consuelos y comodidades posibles para alivio de las asperezas de este santo instituto, sino solicitando lo que sobre todo les importa, que es la puntual observancia de él. Porque [p. 3] los fundadores en esto han de hacer el mayor esfuerzo, que no es fundar para Dios, sino para sí, solo atender a perpetuar sus memorias, querer que se ajusten los institutos a sus gustos, tomándose contra ellos privilegios que quedan después continuados en gran detrimento de la perfección religiosa: esto es edificar lo material y destruir lo espiritual. Así, señoras mías, ajustándome yo en su comunicación de vuestras mercedes a lo que deben y también observan, dejando para otra pluma las alabanzas que se usan en las dedicatorias, pues serían aquí las que pudiera decir de ese santo convento tenidas por pasión en cosa tan propia, quiero solo hacer a vuestras mercedes recuerdo de la felicidad de su vocación y estado virginal, que verán dilatado más adelante, y de los tres votos con que se ofrecieron a Dios, refiriendo primero las palabras que [p. 4]san Ambrosio, dedicando otro libro a unas vírgenes, les escribe, y son mucho más propias a mi propósito. Dice, pues, el santo f
f S. Ambro., lib. 2 De Virg.
: “Si viéredes aquí algunas flores, cogedlas como producidas del jardín de vuestra misma vida, no son preceptos para vírgenes, preceptos suyos sí, lo que os ofrezco, que un verdadero retrato de vuestra virtud es el que pintan mis palabras”. Y añado yo a las de este glorioso doctor que cuanto aquí digo es para que las que sucederán a vuestras mercedes vean la rectitud en que hoy viven y que ellas deben imitar.

II.

Llamó la divina Majestad a vuestras mercedes al más sublime estado de los de esta vida, que compite con los ángeles, y aun dice san Jerónimo les hace ventaja en que ellos ganaron sin costa suya y se les dio de gracia la pureza que vuestras mercedes, ayudadas de ella, han adquirido con diligencia [p. 5] propia; los ángeles no tienen cuerpo, mas la vírgenes triunfan en él con esta virtud. Llamolas al cielo, que por eso se compara en el evangelio a las vírgenes g
g Math. 25
, porque la virginidad lo es, y ellas son cielos de Dios. Dejaron vuestras mercedes el Líbano, que es el mundo, en oyendo la voz del Esposo como ovejas obedientes suyas, y con esto les dio luego nombre de esposas, que aunque lo son todas las vírgenes, pero muy más regaladas del Esposo las religiosas. Y con este nombre de esposas adquirieron tal grandeza y prerrogativa que quedó Cristo obligado a dejar su padre y madre h
h Genes. 2
(si esto fuera posible) por vuestras mercedes, porque, pues fue el legislador de tal ley i
i Math. 19. Marc. 10. Ephes. 5.
, y en todas nos ha querido siempre ser ejemplar, ¿cómo podría faltar a ella? Quedaron también unidas de manera con este Esposo que son su alma y vida. No se atrevió [p. 6] el demonio a tocar en la mujer de Jobj
j Iob. c. 1.
, habiéndole quitado hijos, hijas, casa, hacienda y salud, porque habiendo reservado Dios solo el alma y vida del santo Job, allí quedaba incluida su esposa. Y así estimen mucho sus almas, madres mías, pues son almas de Cristo y fuera gran monstruosidad echar en ellas la menor mancha de culpa; miren mucho por su vida espiritual, que es vida de Cristo, y su cuerpo, que es cuerpo también del Esposo, ténganle como él quiso estuviese siempre el suyo: mortificado, rendido y entre dolores y espinas.
Cuando se les dio este título verdaderamente real a vuestras mercedes, dejaron con los vestidos del mundo el hombre viejo k
k Ad Ephes. cap. 4.
, herencia de Adán, y vistiéronse del nuevo en verdad, justicia y santidad. Diéronles hábitos blancos para acordarles que anden vestidas de pureza, y así les [p. 7] dice el Espíritu Santo: “Estén en todo tiempo blancas tus vestiduras”. Los mantos azules les advierten que, pues están vestidas de cielo, han de procurar la perfección de los espíritus que allá habitan. Púsoles en el pecho una imagen de Cristo y su Madre, porque han de ser solos y perpetuos habitadores de él. Son los hábitos benditos, en cuya bendición se pide a Dios en nombre de la Iglesia les sean protección de salud, ejercicio de religión y santidad y poderosa defensa contra los golpes del enemigo; y así han de vivir vuestras mercedes muy confiadas en que, haciendo de su parte lo que pueden, se cumplirá sin duda todo esto. Cortáronles los cabellos, que eran los pensamientos de acá fuera, donde pudiera ser se les convirtieran en ponzoñosas culebras; dioles Cristo, en lugar de estos, los cabellos de la esposa l
l Cant.
, que dice son como [p. 8] manadas de cabras y cabritos, puros, pacíficos y obedientes; así lo deben ser siempre sus pensamientos de Vuestras Mercedes, produciendo de ellos tales palabras y obras. Cortábanse antiguamente los cabellos (como dice Marcial ) los gentiles cuando escapaban de alguna gran tormenta en el mar, y ofrecíanlos al dios que ellos pensaban los había librado de ella; esto hicieron vuestras mercedes, sacrificándolos a la única y verdadera deidad por haberlas sacado de los naufragios del mundo, y de merced tan grande han de vivir siempre reconocidas. El día que recibieron el velo fue, según santo Tomás, en el que celebraron las bodas espirituales con Cristo, de las cuales no les faltará sucesión, más segura que en los matrimonios humanos; en estos siempre hay mudanzas. Ya no conocemos la sucesión de aquellos famosos Escipiones, Gracos[p. 9] y los demás romanos ilustres, de los godos y otros príncipes que celebró la antigüedad; pero no tendrá fin la sucesión espiritual que ofrece Cristo a sus esposas m
m Isai. 56
, diciendo será su nombre sempiterno porque engendrarán hijos, no en el cuerpo, sino en el alma, y los frutos de este matrimonio, contenidos en las ocho bienaventuranzas, serán dulcísimos, como los de las vírgenes abejas, y de perpetuidad y gloria, porque la virginidad es la maternidad más excelente. Significa el velo que recibieron (y es insignia de este matrimonio) vergüenza, compostura, silencio, sujeción humilde y recogimiento de los sentidos. Dijéronles allí un responso, para que se tengan por muertas al mundo desde aquel día, en el cual también se les dio el anillo del desposorio, poniéndosele en el dedo del corazón, con que le dedicaron [p. 10] para siempre enteramente a Dios; y díjoles su ministro que recibiesen aquella insignia del Espíritu Santo para llamarse esposas de Dios y servirle en pureza y fidelidad. Coronáronlas también, no de reino temporal sujeto a mudanza, sino con corona de reino eterno, y esta no de flores y otras materias, como a los demás justos, sino, como dice el Esposo, de leoncillos de oro n
n Cant.
, por el mayor amor con que a vuestras mercedes la da; y de leones, porque, siendo ellos los reyes de los animales, manifiesta el Esposo que estas coronas han de ser reinas entre las otras y que en una ha de haber tantas cuantos leones coronados hay en ella; también porque se vea en esto que coronan su fortaleza, con que renunciaron el mundo y a sí mismas, dedicándose a un martirio de por vida, si bien felicísimo; y son de leones las coronas porque [p. 11] Cristo es el león de Judá o
o Apocal. 5
y no quiere coronar con menos a sus esposas que consigo mismo, así lo dice san Bernardo: “La corona de la virginidad es el hijo de Dios”. Esta tan inestimable corona se les ofreció a vuestras mercedes perpetuar en el cielo por premio de la observancia de los votos que profesaron, y así en esto consiste toda su felicidad.

III.

La obediencia, tan encomendada de Dios en muchas partes de la Escritura Sagrada (con mil amenazas para los inobedientes q
q Gen. 22. 1 Reg. 15. Num. 14.
) es la que hace aun a los animales querubines, como se dio a entender en aquella figura de Ezequiel con cuatro caras; y solo la del buey se transformó en querubín, porque este animal está sujeto siempre al yugo de la obediencia. Entre tantos santos ejemplares de esta virtud, les propongo a vuestras mercedes la del gran patriarca Abraham, justamente más celebrada [p. 12] que todas por las grandes dificultades que venció obedeciendo a Dios cuando le mandó que sacrificase a su hijo Isaac r
r Gen. 22.
, siendo la cosa que más amaba, el heredero de su casa, unigénito de su mujer, habido por milagro por ser ella estéril, y por ver que este hijo era en quien solo se podían cumplir las grandes promesas que Dios le había hecho y que su muerte no solo la había de mirar con ojos y corazón de padre afligido, sino ejecutarla él mismo por su mano y quemar después el holocausto de aquel cuerpo para mayor tormento suyo. Representábasele la aflicción de su madre, que tan tiernamente amaba aquel hijo, durole tres días el camino, dilatándole la pena el llevarle delante de sí, considerando que le iba a quitar la vida; y en esto no se le representaba al santo Abraham ninguna utilidad, sino la de obedecer a Dios, y daños, muchos, ofreciéndosele [p. 13] que era caso sobre toda razón y sin ejemplar, y que se habían de escandalizar todos de él teniéndole por padre inhumano, y no hallaba excusa con que justificarse ni había testigo de que Dios se lo hubiese mandado. Pero como venció todas estas dificultades, fuele tan grata a Dios su ciega obediencia que no quiso muriese el hijo antes al padre y a él echó de nuevo una larga bendición para toda su posteridad. Pero no aparten vuestras mercedes los ojos del mejor espejo de obediencia, que fue Cristo, obediente hasta la muerte ignominiosísima de cruz s
s Ad Philip. 2.
.
Todas las criaturas y cosas naturales despiertan para el ejercicio de esta virtud, cumpliendo prontamente con los oficios en que Dios las puso: los cielos haciendo su movimiento y comunicando a los cuerpos terrestres sus influencias y virtud, la mar guardando sus límites, [p. 14] la tierra conservando el gran peso que tiene en medio de la región del agua y rindiendo frutos; los vientos, los animales, cada uno en su naturaleza ejercita y tributa obediencia a su criador. Esta virtud es madre de todas las demás, que, como dice san Agustín, ella las injiere en el ánimo y las conserva en él, alcanza de Dios cuanto quiere t
t Lib. 14, De ciuit. Dei, c. 12.
y siempre victorias del demonio y pasiones u
u S. Thom.
; viste de bendición al que la guarda y hácele bienaventurado v
v Deuteronom. 21. Prov. 29.
. Señalan san Bernardo y san Buenaventura siete escalones o grados para subir a la perfecta obediencia; y dice este santo que son los que vio Jacob por donde subían los ángeles w
w Genes. 28.
, entendidos por los obedientes: el primero es obedecer prontamente; segundo, sencillamente; tercero, con alegría; cuarto, con presteza; quinto, animosamente; sexto, humildemente; y último, perseverantemente [p. 15]. Materia había aquí para alargarnos mucho, remítola al espíritu con que vuestras mercedes discurrirán y aun subirán por estos escalones. Es nave la obediencia, porque se camina siempre en ella al cielo, durmiendo, velando, comiendo y en todo ejercicio; es río Jordán donde queda, como Naamámx
x 4 Reg. 5.
, el obediente purificado y sano de cualquiera lepra de culpa; es la llave del cielo, que por esto dice san Buenaventura dio Cristo las llaves de él a Simón, que significa el obediente; es el mayor sacrificio, por ser de la voluntad; y no solo, dicen los doctores santos, le han de hacer en las cosas de religión y obligatorias los buenos religiosos, mas aun en las obras de supererogación, no ejecutándolas sin consulta y obediencia del prelado, para darles el realce de mayor mérito. Gran descanso es caminar en brazos ajenos por [p. 16] caminos tan fragosos como el de esta vida y felicidad del obediente que el prelado dé por él cuenta. Amen, pues, mucho vuestras mercedes esta virtud, valiéndose de seis medios que dice san Buenaventura facilitan el alcanzarla: sujeción, costumbre, amor de Dios, desprecio de las cosas del mundo, oración para conseguir esta gracia y modestia de la prelada en mandar.

IV.

En cuanto al voto de castidad, pues los contrarios de esta virtud se han de vencer huyendo, solo represento a vuestras mercedes que les va mucho en conservarse como hoy, sin tratos y comunicaciones con seglares. Para enseñar a huir de tales ocasiones (que se debe hacer aunque hubiese esperanza de triunfo y premio) no quiso Cristo ser tentado contra esta virtud, habiéndose en otras humillado a permitirlo. Son saetas venenosas las ocasiones y rayos [p. 17] que, aunque parezca dejan la vaina del cuerpo sin lesión, la espada del alma destruyen y aniquilan; y son como aquella fuente de la marina de Arabia, que dice Solino vuelve negras las ovejas blancas que de ella beben, y como las aguas de la laguna de Boecia, que, según san Isidoro, causan en quien las bebe impuros pensamientos. Llena está la Escritura de amonestaciones para este punto; y en las vidas de algunos santos leemos caídas tan miserables que al mayor deben poner horror y traer con cuidado continuo. Adviertan con él, madres mías, lo que dice san Bernardo, que los buenos nunca son engañados sino con apariencia de bien, y así es grande el peligro de esto que pueden tener en la familiaridad con las personas y comunicaciones espirituales. ¡Cuántos, dice san Buenaventura que lo fueron [p. 18] mucho, con amor santo y pláticas para aprovechar otras almas perdieron aquellas y las suyas! Y cuando en esto no gane más el demonio que robar la quietud del corazón y los pensamientos a Dios, el fervor de la oración y el tiempo en largas comunicaciones, queda él muy triunfante y estima en más esta victoria de una religiosa que de otros la mayor. Es la virtud muy agradecida y, como dice san Agustín ponderando esto, cuanto más santas las personas, más atraen, y por aquí empieza el despeñarse, teniendo por perfección el peligro y buscando la medicina donde está la ponzoña. No solo han de mirar en tal materia las religiosas lo que conviene a sus personas el recato, sino que deslustran la religión, y toda ella se desacredita, con el desalumbramiento y descuido de uno de sus miembros, como escriben[p. 19] del cedro los naturales, que, entretanto que está sana en él toda la fruta, no se inclina, aunque sea grande la abundancia y peso de ella, antes está más lozano y hermoso; pero si se pudre alguna de sus manzanas, luego se inclina y tuerce todo el árbol a aquella parte con peligro de quebrarse. Las visitas de los deudos, también dicen los santos, distraen mucho y tienen sus peligros contra este voto de las religiosas, que si en el alma se atraviesan las cosas de la tierra, vuelve atrás como el corriente del río Nilo cuando va a entrar en la mar y le impide la mucha arena que se atraviesa en la madre de él. Es el corazón humano como la aguja de marear, que si la tocan con la piedra imán del polo Ártico, a él mira, y si con la del Antártico, siempre mira a aquel; y así se inclina el corazón a las cosas de la tierra o del cielo, según el amor [p. 20] que de estos le toque. Dice san Basilioy
y Lib. de vita virg.
que en las vírgenes que mucho se dejan ver y hablar es vana y loca la virginidad del cuerpo, pues son vírgenes para los hombres, mas no para Dios. Escribe san Bernardo a una: “Si queréis, carísima hermana, guardar perfecta castidad, huid de los deudos como de los demás hombres: encomendadlos a Dios ausentes y temedlos presentes”. Y el mismo santo dice que se recaten las vírgenes dedicadas a Cristo de visitas largas y frecuentes de mujeres seglares, que, como aman al mundo, tratan de aquello que aman. Las religiosas han de guardar la propiedad del río Tigris, de quien escribe Séneca en sus Cuestiones naturales que, aunque pasa por medio de la laguna Aretusa, no se mezcla con el agua de ella ni los peces del uno con los de la otra. Son aguas puras las religiones [p. 21] que, como este río, salieron del Paraíso y, pasando por la laguna cenagosa del mundo con la inevitable comunicación, ha de ser de manera que no se mezclen sus peces con los de la laguna ni truequen sus aguas puras y dulces por las lodosas y encharcadas. Es símbolo de la virginidad el agua, y así como ella va más cristalina y limpia en los ríos que corren apartados de las ciudades, así esta virtud se conserva en pureza alejándose de comunicaciones. Los silbos de la serpiente son embajadores que anuncian la ponzoña de ella, que se sigue luego; así el peligro a las vírgenes religiosas de las palabras de los seglares, y aunque esto sea con color de adquirir conveniencias y limosnas para la comunidad, no lo teman menos, que suele ser esa traza del demonio, y a más de que el peligro es el mismo, se añade aquí el de poner [p. 22] en las criaturas la confianza que solo han de tener en Dios. Amabilísima es, señoras mías, la pureza; celen mucho la menor circunstancia de ella y tengan por espejo a la sacratísima Virgen María nuestra señora z
z S. Thom. de Villanueva, Sermo 2 De Natiuit. Virg.
, de quien son hijas, que fue la primera que hizo este voto y la que estimó más la conservación de él que ser madre de Dios.

V.

La pobreza, que en tercer lugar votaron vuestras mercedes, es una virtud que lleva tras sí los ojos de Dios, y sin la observancia de ella no puede ninguno llamarse religioso ni verdadero imitador de Cristo a
a Lucae 14.
. Este Esposo no busca ricos dotes ni bienes temporales en sus esposas, porque él quiere darles todas las riquezas que posee y les da más cuanto ellas más de corazón abrazan la pobreza; y como aves ligeras se remontan libres de las prisiones de cosas materiales, que aunque el demonio [p. 23] les eche lazos, como no tienen raíces en la tierra, valiéndose de las alas huyen al cielo. Los luchadores, en los juegos olímpicos, desnudos entraban para poder más desembarazadamente pelear; y así, señoras, crean que para vencer las dificultades de la vida religiosa ninguna cosa ayuda más que el desasimiento en lo temporal: la pobreza trae el corazón pacífico y quieto, dispuesto con esto a que le habite Dios. Dice san Laurencio Justiniano: “El pobre aun cuando calla está alabando a Dios”. Esta virtud es el fundamento de todo edificio espiritual, que con la carga de las cosas de la tierra no puede el espíritu subir a Dios. Dijo Cristo que del pobre era el reino de los cielos b
b Lucae 6.
; y esto luego, no de futuro, porque la paz que goza en el alma es cielo y rey de él, el pobre; adquiere esta todas las virtudes desterrando los vicios, es gran [p. 24] disposición para la contemplación y quitada la corteza, que parece tan áspera a los ojos materiales en esta virtud, el día de la muerte brillarán sus hermosísimos resplandores. Más vale ser pobres que dar limosna a los pobres, que si esto, como dice san Bernardo en una epístola, nos hace amigos del rey, lo primero nos hace reyes; y también puede el pobre dar con el afecto mejor limosna que el rico con el dinero. Dice este mismo santo: “Despreciar con honra las riquezas es mejor que con dolor perderlas, y mejor entregarlas al amor de Cristo que a la muerte”. Y si las probare Dios algunas veces, madres, en esta virtud con falta de lo temporal, acuérdense de lo que dice san Jerónimo: “¿Adónde está la cruz de Cristo y la causa de mortificación en los religiosos que no quieren les falte nada, sino ser más ricos sirviendo a Cristo pobre que lo fueran sirviendo al demonio rico?” Llore la Iglesia estos que lo son en la religión, habiendo sido quizás pobres en el siglo. “Busque (dice san Buenaventura ) riqueza y abundancia el pagano, que vive sin Dios, y el judío, que recibió promesas terrenas, mas la virgen de Cristo, que votó pobreza, sea pobre y desee ser mucho más pobre” . Tengan vuestras mercedes sus tesoros en el cielo c
c Math. 6.
, que así no estarán sujetos a las variedades e inconstancia de las cosas de la tierra; acójanse a este tranquilo puerto de la pobreza, donde estarán seguras de tormentas; en esa academia aprenderán la verdadera filosofía; con esa vida quieta y segura tendrán milicia gloriosa, que es muro fuerte y puerta del cielo la pobreza. Y para estimar la de ese santo instituto, traigan en su memoria aquellas palabras de san Agustínd
d De S. Virgin.
[p. 26], que dice: “Granjean y resplandecen mucho más las vírgenes que viven sin propio en comunidad”. Imiten a su padre san Francisco, que es ejemplar tan excelente de pobreza, el cual decía a sus religiosos: “Mirad, hermanos, con amorosos ojos la pobreza, que ella es el camino espiritual de la salud, el amparo de la humildad y raíz de la perfección, cuyos frutos son dulces y grandes, aunque encubiertos”.

VI.

Al voto de la clausura den vuestras mercedes mayor realce con tenerla cada una dentro de sí misma; y la última perfección de él será hacer su nido en el agujero de la piedra e
e Cant. 2.
, Cristo, a que él convida todos los habitadores de Moab f
f Ierem. 14.
, pero más particularmente a las cándidas y escogidas palomas. Desprecien la libertad y deliciosos paseos de los seglares, pues por este voto convierten vuestras mercedes su convento en aquel huerto [p. 27] cerrado g
g Cant. 4.
donde el Esposo las busca para tener sus deleites, con que poseen los mayores de esta vida y empiezan por ellos a gozar la gloria de la otra. Y agradezcan mucho a su divino Esposo la providencia y amor que les muestra, tan particular, escogiendo para transplantar en ese su vergel plantas no solo de lo mejor de este reino, sino de los de Castilla, Andalucía, Valencia, Navarra, Italia. Y aun entre las espinas de los bárbaros africanos de Túnez crio Dios rosas puras y hermosas que, sacándolas de esclavitud, tiene ahí coronadas por reinas, con tales circunstancias que pedía su narración libro entero. Encerráronse, madres mías, en esa concha de nácar y quedaron preciosas margaritas a los ojos de Dios, el cual las va ahí perfeccionando con el rocío del cielo. Y prométanse ser las más escogidas de estas perlas, porque [p. 28] suelen tener más virtud las que se engendran en conchas nuevas, como lo es ese religiosísimo convento, que por eso tiene muy vivos los fervores, y la mayor parte de él desde niñas se han dedicado a Dios, que es lo que estima en más su divina Majestad: como se tienen por más preciosas y hermosas las perlas más modernas, también dicen que aquellas que se engendran con el rocío de la mañana aventajan a todas. A vuestras mercedes las engendra en esa clausura la sacratísima Virgen María, alba clarísima, y así son cándidas, aun hasta en el hábito, como las más finas margaritas, que las oscuras no tienen tal valor, y pues se le da tan grande la clausura, hagan de ella mucho aprecio.
Con demasía se alarga mi afecto en este discurso, y así será bien darle fin pidiendo a vuestras mercedes, por el título de señoras y reinas, muchos favores [p. 29] y riquezas espirituales: como a madres, que tengan cuidado continuo en sus oraciones de rogar a Dios conserve en su gracia las almas del conde mi señor y mía, las de toda nuestra familia y vasallos; y como a hijas pido a vuestras mercedes afectuosamente tengan este libro y carta por perpetuo despertador, así del cumplimiento de sus obligaciones como de la que deben reconocer al amor con que les hago esta memoria y al deseo de que alcancen cuanta perfección es posible en esta vida, para que me correspondan con pedir a Dios en el tiempo que durare la mía una buena muerte y, después de ella, que abrevie las penas del purgatorio, porque le goce más presto en el cielo, como me lo prometo de su misericordia y oraciones de vuestras mercedes, aunque lo tengo tan desmerecido. Guarde Dios a vuestras mercedes en su gracia y [p. 30] roguemos todos a su divina majestad vaya siempre muy de aumento esa santa congregación.

[[Gran adorno tipográfico] ]

[p. 31]Excelencias de la castidad. Parte primera donde se trata de la excelencia de esta virtud en común. Capítulo I. De la etimología y definición de la castidad y de la división de ella y de esta obra.
[...]
[p. 777][h. 1r]

Tabla del libro intitulado Excelencias de la Castidad.

[Sigue la relación de capítulos]
[h. 6v][h. 7r]

Erratas

[Sigue la relación de erratas]