Título
El pastor Fido, poema de Baptista Guarino, traducido de italiano en metro español y ilustrado con reflexiones por doña Isabel de Correa.
Autor
Correa, Isabel (traductora)
Datos de la edición
Henrico y Cornello Verdussen
Amberes
1694
300pp.+[2] pp.
Fuentes
Información técnica



PORTADA DEL EJEMPLAR

SigloXVII/correa1694-1.jpg


[p. 1]

El pastor Fido,

poema de Baptista Guarino

traducido de italiano en metro español e ilustrado con reflexiones por doña Isabel de Correa.

Dedicado a don Manuel de Belmonte, barón de Belmonte, condePalatino y regente de su Majestad Católica.

[Adorno tipográfico ]

En Amberez, por Henrico y Cornelio Verdussen, mercaderes de libros. Año MDCXCIV [1694]
[p. 2][p. 3]

A don Manuel de Belmonte, barón de Belmonte, condePalatino y regente de su Majestad Católica.

Hace espaldas a mi osadía el generoso valor, da alimentos a mi pluma el aura que respira la numerosa fama: ésta del ínclito nombre de vuestra señoría, aquel de su magnánimo pecho. Entrambos con acordes impulsos excitan los cobardes míos para que de lo ínfimo de su timidez asciendan a la excelsa invocación de vuestra señoría, a quien solicita por mi intercesión el Pastor Fido, poema del siempre laureado Baptista Guarino, el cual, habiendo llena- [p. 4] do la esfera del aplauso en su primer idioma italiano con el favor y el amparo de la augusta Catalina, dignísima consorte del invictísimo Carlos, duque de la gran Toscana, a quienes fue dirigido; y asimismo en la versión francesa, por un anónimo ingenio, dedicado con igual grandeza y fortuna a una excelentísima princesa de la Francia; hoy, que en los ocios que me dispensa 1Lee "disponsa" la tarea de la aguja (no parezca vanidad lo que es preocupación honesta) lo traduje metrificado en español, no cediendo en aseo y pompa a los dos sus predecesores, antes, permítame la modestia decirlo, los supero en parte (si no me engaña el serlo propia en semejante juicio) por haberlo ilustrado con algunas reflexiones. No me ofrece la brújula del acierto otra persona a quien con más debida proporción deba y pueda dirigir y consagrar mi peregrino pastor que vuestra señoría, por dos razones equivalentes: una corrobora la nobilísima sangre que le ilustra para que busque su afable protección, pues es de nobles amparar a quien de ellos se vale; otra fortifica la venerada antigüedad, en [p. 5] cuyos veteranos monumentos nos muestra haber en Roma un templo (fundación de Julio Caesar ) consagrado a Apolo en el monte Palatino, al cual votaban todos los poetas sus versos. Templo es vuestra señoría edificado en el excelso monte del condado Palatino, donde se venera el sol de su mucha sabiduría, adornado de las morales virtudes que como refulgentes rayos le cercan. Siendo esto así precisamente, los míos no deben como tributarios a su esclarecido título acogerse a la inmunidad de tan decantado asilo, habiendo pues en éste experimentado el gracioso recibimiento que esperaba. Sin temer Zoilos, ni detractores, ni desear el escudo de Milciades para su defensa, sale tercera vez al teatro del mundo, ostentando a todas luces el agrado y patrocinio de vuestra señoría, cuya vida guarde Dios muchos y felices años. Amberes15 de noviembre de 1693.


Servidora de vuestra señoría, que su mano besa.
Doña Isabel de Correa.



[p. 6]

Prólogo al benigno lector

Tomo la pluma, aunque de poco toma en mano de mujer. Confieso ingenuamente que entre la intención y determinación fluctué procelosos mares y naufragué tormentosos Caribes: aquellos de justísimos recelos, estos de temidos detractores; unos despiertan la sentenciosa voz del sapientísimo Rey diciendo “en mil hombres hallé uno con ciencia, y entre todas las mujeres ninguna encontré con ella”, otros fomentan la siempre irascible Aglauros, de quien canta Ovidio se alimenta de venenosas serpientes; los primeros cortan el Céfiro a mi cálamo para impedirle su elevación, los segundos acobardan mi impulso en la pretendida empresa para que no llegue al [sic] meta deseado; de suerte que por entrambas partes parezco errante navecilla combatida de encontrados vientos. Aquí hiciera curso según el discurso pretende echar áncoras, temeroso al suyo comenzado, pero como suele en instantáneo momento conmutarse la más desesperada tormenta en dulce y tranquila bonanza, despejado el cielo de condenadas nubes, el aire de horrísonos bramidos y el mar de empolladas olas a la intempestiva vista de los dos lucientes hermanos, tal le sucedió a mi contrastado espíritu, disolviendo las premeditadas dudas, los contingentes recelos y los cínicos temores al momentáneo [p. 7] punto que se vio iluminado del siempre inspirante Apolo y, como herida de los primitivos rayos de éste la estatua de Menon desataba al viento armónicas consonancias, así, tocado de su influencia, mi dispuesto numen alterna conceptuosas cadencias. A estas últimas me parece que me dices (benévolo lector
) que como mujer que pica en discreta, soy jactanciosa con punta de bachillera, a que respondo sinceramente que en lo primero nunca despunté, en lo segundo no he dado puntada y en lo tercero jamás hice punta, antes protesto humildemente (conociendo mi insuficiencia) que de cuantas desearon saber y supieron soy la que menos sabe, aunque la que más desea saber. Decoroso estímulo que ardientísimo me inflama a que siga por la literaria palestra las siempre vertiginosas huellas de tantas que, con insaciables cursos, ganaron de las manos del aplauso el victorioso palio de las letras. Respondan testigos de esta verdad: las celebradas Proba Falconia y Eudoxia en sus centones, siendo admiradas de los doctos en aquellos poemas, tanto que de la primera dice Lactancio Firmiano que no pudo obrarlo sin particular asistencia de espíritu soberano; la memorable Temistoclea, hermana de Pitágoras, en el opúsculo doctísimo que escribió de varias sentencias; la plausible Diotima en la pluma de Sócrates venerada por eminente; la famosa Cornelia, mujer del Africano, en las epístolas familiares que dictó con suma elocuencia; la discretísima Aspano en las muchas lecciones de opinión que hizo en las Academias; la decantada Argentina, mujer del poeta Lucano, en tantos versos que metrificó con primoroso aseo de forma, conceptuosos, que se juzgaron por hechos en la turquesa de su dignísimo esposo; la victoriada [p. 8]Zenobia en el epítome que escribió de la historia oriental; la excelentísima duquesa de Aveiro, que hoy vive, y viva muchos años para ser heroico timbre del sexo, en el que está componiendo de la China; y otras infinitas, tanto veneradas cuanto moderadas en sus memorables escritos. Ceso en el epílogo y así mismo en sus loores, porque no suene a pasión particular lo que es mero discante de tan merecidos elogios. Ya oigo que me dices entre dientes (sin mostrármelos, no porque no los tendrás, aunque todo puede ser, sino por tu afable benignidad) “¡Válgate Dios!, por mujer ¿en que ha de parar tanta anticipada precaución, tanto tempestuoso concepto y tanta encadenada erudición cuando has de ser como la tierra, estremecerse y parir un ratón?”. Lector
amigo, de tierra soy hecha y, cuando le imitaré, no degeneraré como alguno de sus padres, pero por dar alguna satisfacción a tu curiosa demanda te responderé metódicamente. Tres motivos concitaron del beleñoso letargo en que yacía mi casi sepultado ingenio: el primero virtuosamente útil, pues como aconseja Escuderi en las reflexiones que hace en su libro de las mujeres ilustres, debe toda la que lo es o aspira a serlo por benemérita adquisición, examinar todo el piélago de sus fuerzas y ver hasta qué punto son capaces de la virtud, con la sonda del discurso, buscando entre las profundas aguas del estudio (infatigables búzanos) para enriquecerse la preciosísima margarita de la sabiduría, pues pondera ella misma de sí en los divinos Cantares que no hay oro ni perlas que la igualen; el segundo, sumamente honesto, cuando no anima otro aliento que el de adquirir el que la fama respira, por cuyo dilatado espacio se derrama [p. 9] en inmortales hechos el nombre de quien busca en el suyo su renombre, porque como Tulio escribe en la primera Tusculanala honra cría las artes y todos nos incitamos al estudio por codicia de la gloria; el tercero y último, hermosamente deleitable, siendo en las más laboriosas tareas de cualquier ministerio que sea el escribir lo que dictan las musas un graciosísimo alivio y un sabroso entretenimiento. Crédito de estas razones el campeón Julio César, de quien recitan varios autores que descansaba con lo suave y métrico del cálamo lo robusto y penoso de las armas. Habiéndome pues algunas veces suministrado el precitado terno el tiempo para la meditación, la ocasión para el aplauso y la ventura para el logro, cambiándome lo enfadoso de la aguja por lo recreable de la pluma, no me negó al presente sus auxiliares socorros. El Pastor Fido, poema singular de Baptista Guarino, de quien escribe Manuel de Faria y Sousa en su Fuente de Aganipe este encomiástico período: “ Fue –dice-- este celebérrimo ingenio el que tuvo más dicha en sus silvas, composición en que le quiso ser émulo el gran Taso con su Aminta, y, aunque le imita y a veces le traslada y merece estimación, le queda atrás por mucho espacio. Ni hay que admirar, porque Guarino parece que nació para aquel poema, en que nunca será vencido y puede ser que ni igualado . Hasta aquí Sousa. Habiéndolo en fin leído con atención y agrado, tanto en su primer idioma italiano cuanto en su versión francesa, enamorada de sus elegantes episodios, discretas alusiones, conceptuosas sentencias y amantísimos afectos, encendió en los míos su gallarda disposición el ardentísimo deseo de traducirlo en el nuestro castellano, y aunque Chri- [p. 10] stóbal Soarez de Figueroa se adelantó en el intento y lo consiguió, no por eso desmayé en la trabajosa empresa, antes me puso espuelas a la ejecución. El ver estaba con muchas quiebras de valor, por carecer de lo dulce y grave del ritmo, esmalte que tuvo por imposible dar a su traducción este autor y que yo le di a la mía, venciéndola con metrificadas cadencias, lisonja que atrae al más insípido oído. Y porque no te cause, gratísimo lector
, lo que acontece a quien come siempre de un repetido manjar, aunque sea exquisito, procuré próvida imitar lo que hace un banquete espléndido y gustoso, que es lo sabroso de las carnes, lo delicado de las aves, lo apetitoso de lo salado y lo agrio de los incentivos, lo regalado de lo dulce y lo agradable de las frutas. De la misma forma solicité en esta mi obra que no te engendrase enojoso fastidio lo continuo de un género de verso, ofreciéndote, liberal y graciosa, para que piques el gusto con la diversidad, lo heroico de la octava, lo grave de la décima, lo agudo de la quintilla, lo libre del romance, lo alternado de la licenciosa silva y lo entretejido de otros metros. Creo no dejará de agradarte su hermosa diversión, atendiendo al proverbio toscano que dice: par tropo variar natura he bella. Permítame la osadía, sin que me riña la modestia, el que me atreva a decir que excedo el original en parte (si no me engaña el serlo en juicio propio) por haberlo ilustrado con algunas reflexiones que se me ocurrían a propósito, y así mismo por lo que intima Quintiliano, en lo que afirma ser de limitado ingenio no saber decir más de lo que otros dijeron, van notadas a la margen con un estrella*, cuyo influjo se difunde hasta que termina en dos para- [p. 11] lelas rayas. También advierto que de veinte y dos hechos que tiene el original, versó la traducción francesa once y la de Christóbal Suárez de Figueroa diez y ocho. Yo los expresé todos completos. La orden que observé en la propuesta traducción es la que siguieron los que las hicieron buenísimas, sujetas a la rima de Ovidio y Stacio en italiano, aquella por Anguilara, esta por Hieronimo Balbazoni, yendo ceñidas al concepto, no a las palabras, pues no tuvieran la felicidad que lograron si fueran atadas a los originales, siendo propiamente ilustraciones que van por donde quieren y no pisando los vestigios que estamparon sus dueños. Conozco que es exponerme a la crítica y censura de tantos que, unos por hallar en qué, otros por sus caninos naturales, morderán la obra, aunque ya puede ser que, aunque la juzguen insensible, por insensata rompan en ella cual en piedra dura los afilados colmillos de su malicia. Pero paciencia, muerdan ya que no tuve dicha de nacer entre los Psilos, que en Lidia, según antiguos monumentos, tienen privilegios de no ser infestados de crueles de [n] telladas de indómitas bestias, aunque bien puede ser me dispense la inmunidad del nobilísimo sexo femenil de sus veníferos dientes. En fin, ya está echada la suerte, ¡salga, ruede el mundo! Pastor es, lo robusto del ministerio le servirá para que pueda resistir a las inclemencias del siglo. No le acobarde el verse disfrazado con vestido tan ajeno del suyo natural, que si no le forma gentil, lo ajustado de aqueste a lo menos le ilustra; aunque no tan ceñido lo pomposo del que ostenta, siempre un peregrino, aunque lo tengan por bárbaro, mereció la primera vista llevándose la atención, cuando no por lo hermoso del [p. 12] adorno, por lo peregrino del traje. En efecto, amigo lector
, tercera vez sale al mundo metamorfoseado el Pastor Fido. Confío (aunque me <a>gradúe de necia la misma confianza) que le servirá de tercera discreta para granjearle el general agrado. Si este logra de ti, como espero, me alentaré a darte por mano de la imprenta obras propias a diferentes asuntos, donde tú halles tu gusto y yo mi provecho. Vale.
Adorno tipográfico que reproduce un escudo. En el centro, se representan dos cuernos cruzados, el de la izquierda coronado con vegetales y el de la derecha con libros, entre ellos, aparecen dos serpientes entrelazadas en un mástil coronado por dos alas; a su alrededor, se puede leer el lema: Concordiae Fructus[p. 13]

Argumento

Sacrificaban los árcades todos los años a Diana, su diosa, una doncella del mismo país, así de mucho antes por evitar mayores peligros, aconsejados por el Oráculo, que, interrogado del tiempo que durarían tan formidables males, respondió así:

No tendrán fin hasta que amor conjugue
dos semidioses, y el que antiguo incluye,
ingrato error, una mujer rebelde
la alta piedad de un fiel pastor enmiende.


Por cuyo vaticinio Montano, sacerdote de la misma diosa, como aquel de su origen refería a Hércules, solicitó que fuese Silvio, su único hijo, como fue solemnemente prometido en matrimonio a Amarilis, nobilísima Ninfa, así propio única hija de Titiro, descendientes de Pan. Las cuales nuncias, aunque los padres incidiesen instantemente para su conclusión, no pudieron conseguir el deseado fin por hallarse el noble garzón tan aficionado a los cuidados de la caza cuanto exento de los de amor. Había también un pastor llamado Mirtilo, hijo (como se creía), de Carino, natural de Arcadia, si bien largo tiempo morador de Hélide, el cual Mirtilo estaba extremamente prendado de la afianzada Amarilis. Y aunque ella lo amaba tiernamente, no se atrevía descubrirle el cariñoso afecto por temor de la ley, que pena de muerte castigaba la femenil deslealtad. Ofreciendo semejante obstá- [p. 14] culo a Corisca oportuna ocasión de ofender a Amarilis, a quien aborrecía mortalmente por ella estar enamorada de Mirtilo con fantástico capricho, esperando que por la muerte de su rivala vencería la constante fe de este pastor, procurando con astucias, solicitando con fraudes y cavilosas insidias su perdición, llegando a tal punto el de su maldad que, sin poder prevenir lo acerbo de la desdicha, los míseros amantes incautamente y con intención de la que después le imputaron bien diversa se conducieron dentro de una espelunca, donde acusados de un sátiro y cogidos súbitamente fueron presos. Amarilis, no pudiendo justificar su inocencia, es condenada a muerte y, aunque Mirtilo entiende que la merece y él por la ley (que solo castiga la mujer) quede libre, no obstante determina morir por ella, como es permitida por la misma ley, es conducido al suplicio por Montano, a quien por sacerdote tocaba este cargo. Sobreviene en este intermedio Carino, que venía en su busca, y habiéndolo apercibido en acto, a sus ojos no menos impensado que lastimoso y amándole más que si fuera su hijo por naturaleza, mientras intenta por librarlo de muerte probar con razones que es extranjero y, como tal, incapaz de poder ser víctima por otro, viene a descubrir (sin pensar) que su Mirtilo es hijo del sacerdote Montano, el cual, como su verdadero padre, estándose lamentando amargamente por haber (como ministro) de ejecutar la ley en su misma sangre, llega Tirrenio, ciego adivino, y declara (con la interpretación del mismo Oráculo) no solo repugnar a la voluntad de los dioses que tal víctima se consagre, mas [p. 15] aun ser llegado el fin de las miserias de Archadia que les predijo la divina voz, con cuya declaración, mientras ajustan el caso, concluyen que Amarilis de otro no pueda ni deba ser esposa que de Mirtilo. Y porque poco antes Silvio, imaginando flechar a una fiera, había herido a Dorinda, encendida de él miserablemente, y por tal impensado suceso, cambiada su acostumbrada ingratitud en amorosa piedad, ya sana la herida de la Ninfa, que se tuvo por mortal, y ya Amarilis esposa de Mirtilo, también el nuevo amante se desposa con Dorinda. Por los cuales dichosos acontecimientos, fuera de toda esperanza, confesando Corisca su culpa y contenta de haber impetrado perdón de los amantes esposos, cansada del mundo, se dispone a mudar de vida.

[Adorno tipográfico en forma de candelabro con motivos florales ]

[p. 16]

Ingenua confesión del autor en la traducción del Pastor Fido.

Soneto.

Como deben al Sol los esplendores
las que alumbra a Thellus por la esfera,
como deben a Eolo su carrera
músicos ramilletes de colores,

como a Sibilis deben sus verdores
la vegetable turba lisonjera,
como a Thetis la vida placentera
deben sin respirar su moradores.

Tal el que alterno numeroso canto
al modulado plectro castalino,
cambiando en nupcial risa el mortal llanto

sin alterar su asunto peregrino,
aunque es mía la voz de aliento tanto,
debe sus locuciones a Guarino.

Dramatis personae[h. 1]

Fe de erratas

[...]
[h. 2][...]

Las advertidas erratas,
y las sin notar te ruego,
lector, que las atribuyas
a la estampa y no al ingenio.

[Adorno tipográfico en forma de candelabro con motivos florales ]



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