[h. 1r]Pasión de Cristo,
comunicada por admirable beneficio a la
Madre
Juana de la Encarnación
, religiosa agustina descalza en el
convento observantísimo de la ciudad de
Murcia.
Contiene cosas provechosas y muy útiles para el aprovechamiento de las almas y para quien desea darse de algún modo a la oración.
Se pone al principio un resumen de la admirable vida de la misma sierva de Dios. Y al fin se concluye con otro singular favor de María Santísima, manifestándola la fealdad de un alma en pecado mortal.
Lo saca a luz el
Padre
Luis Ignacio Zevallos
, de la Compañía de Jesús.
Y lo dedica a la venerable
Madre
Mariana de san Simón
,
fundadora
de dicho convento y a su observantísima comunidad.
Con privilegio.
En
Madrid. En la
imprenta de Francisco Fernández,
año 1720
[h. 1v][h. 2r]A la venerable
Madre
Mariana de san Simón
,
fundadora
del ilustre
convento de agustinas descalzas de la ciudad de
Murcia, y a su observantísima comunidad.
1. Habiendo de sacar a luz la
Pasión de Cristo, comunicada por admirable beneficio a la
Madre
Juana de la Encarnación
, hija afortunada, por haberlo sido de tan insigne convento, y venerable fundadora, con un breve compendio de su vida, agravio la hiciera yo si en esta dedicatoria pusiera los ojos en otro patrocinio que el suyo, en quien con tanta superioridad concurren la grandeza, la virtud, la benignidad y el afecto que me pudieran mover a buscarle en otra parte. Por su grandeza
[h. 2v]
tendrá estimación esta obra, seguridad por su virtud, por su benignidad admitirá benévola que sea honrado con su nombre este libro; y por el afecto de quien lo ofrece, lo recibirá en prendas y reconocimiento del suyo tan grande para con los hijos de la Compañía de Jesús, que fueron desde el tiempo de su fundadora, y son siempre elegidos por padres espirituales, para la perfección de sus almas, en la dirección de las conciencias de tan ilustres religiosas.
2. Fue la venerable
Mariana de san Simón
mujer verdaderamente grande, y aun por eso semejante al que vio
san Juan
en su
Apocalipsisaa Apoc. 12.2.
, que apareció en el cielo vestida de sol, calzada de la luna y coronada de estrellas. Fue grande en los dotes de naturaleza, capacidad, discreción y hermosura, pero más grande en los dotes de gracia. Fue hija única en su ilustre casa, como lo es el fénix en la gran casa de este mundo. Nació en la ciudad de
Denia, y a los diez años de su edad consagró a Dios, con voto, su virginidad, deseando ya en el estado de religiosa ofrecerse toda inocente víctima en el altar de la obediencia, y para poner desde luego la luna debajo de sus pies y coronar de estrellas su cabeza, no solo
[h. 3r]
con valentía de su espíritu despreció las riquezas, aplausos y vanidades con que la brindaba el mundo, siendo pretendida de la primera nobleza de aquel reino para casarse con ella, sino es que se abrazó en floridos años con la cruz de Cristo, su dulcísimo esposo, y vistiendo humilde, pobremente, dio principio a aquella pasmosa penitencia, mortificación y ejercicio de las virtudes todas, que empieza y no acaba de elogiar su historia. La de su oración fue tan elevada que, aún seglar, la visitó y regaló su esposo con dignaciones suavísimas, y la reveló conseguiría sus deseos entrando religiosa en un convento, que quizás por solo ella, en su misma patria, fundaría su amorosa providencia. Violo a pocos años erigido por el
duque de
Lerma, marqués de
Denia, y la que era ya muy profesa en la virtud, entró novicia con las fundadoras en el nuevo convento de religiosas descalzas del gran
Padre san Agustín.
3. Y cuando ella más deseaba y pedía a Dios, por extremos admirable de humildad, que ni aún su nombre se supiese en la tierra, dispuso el cielo darla a conocer a la mejor parte del universo, concurriendo a su primera entrada en la religión toda la corte de
España, con su
[h. 3v]
gran monarca don
Felipe Tercero, que había llegado a
Denia
para recibir a la serenísima
reina doña Margarita, su esposa. E inclinándose a nuestra
Mariana, por la virtud que en ella traslucía, la dio por sus reales manos el hábito de novicia, que bendijo el nuncio de su Santidad, y la encomendó, con la salvación de su alma. Cuidase en la presencia de Dios de su reino. Así apareció esta gran mujer en aquel nuevo cielo, vestida por el sol de las
Españas
en el rey católico, y del sol de justicia en el rey del Cielo, que con el cumplimiento de su promesa, recibiéndola por esposa suya, la trujo la salud de sus alas. Y aun al verla a ella misma con el hábito áspero y denegrido del sol de la Iglesia agustino, se podía pensar si el mayor de los planetas se dejó mirar segunda vez vestido de cilicio:
Factus est niger Sol tanquam saccus silicinusbb Apoc. &.12.
. Por defuera, dirá con
san Bernardo
a la
virgen Sofía, quedó la nuestra vestida de sayal o jerga basta y grosera, resplandeciendo por de dentro hermosa como un sol:
Foris panossa, intus speciossa resplendescc 5. Bernard.
. Calzada de la luna cuando más descalza, vestida de sol cuando más desnuda, y cuando más escondida, coronada de las estrellas del cielo y aclamaciones de la tierra.
[h. 4r]
4. Habiendo, pues, esta gran mujer huido ya del mundo, con aquellas dos alas que la dieron de águila grande de su oración y mortificación, voló a aquella dichosa soledad y desierto, en donde la habló Dios muchas veces, como lo tiene prometido a su corazón:
Ducam eam in solitudinem: et loquar ad cor eiusdd Os. 2. 14.
. Y después de haber sido los progresos de su santidad, como los pasos de la luz, todos en mayor aumento refulgentes -
Iustorum semita quasi lux splendensee Prov. 4.18.
, no cabiendo en sí toda el amor ardiente a su divino esposo la impelió este, como a otro
Moisés, para desahogo de su gigante espíritu, a que le repartiese en tantos millares de vírgenes purísimas como han florecido, y florecen, en los dos insignes conventos que fundó, en los que, con nuevo prodigio, ejecutó su ingenioso celo lo que admiró
Job
de aquellos príncipes:
Quia edificant sibi solitudinesff Job 3.14.
, que edifican desiertos en las ciudades y en los poblados soledades, viéndose vivir estas religiosas ermitañas de
san Agustín
en el corazón del mundo tan abstraídas de todo lo que es mundo, como si habitaran en el yermo. Y para que no faltase contra esta gran mujer aquel dragón de muchas cabezas que se opusiera a sus
[h. 4v]
generosos designios, la reveló su divino esposo saldría victoriosa de muchas persecuciones que la movería el infierno. Así se cumplió a la letra por ambos extremos, viendo, después de grandes trabajos y oposiciones, fundado en la ciudad de
Almansa
su primer ilustre convento, donde hasta hoy siguen sus insignes ejemplos tantas almas puras, esposas de Cristo, por cuyo amor muy de asiento viven para elevarse sobre sí mismas en la soledad y silencio:
Sedebit solitarius, et tacebit, quia levabit super segg Lam.3.28.
.
5. Llenose, luego, todo aquel reino del buen olor de las virtudes de nuestra fundadora, y, llegando a la ciudad de
Murcia
su fama, su vigilante prelado, el ilustrísimo
obispo de Cartagena, antes de pasar a la Iglesia de
Jaén, a que fue promovido, quiso dejar adornada su primera esposa con un joyel tan precioso cual es, y siempre ha sido, aquel insigne convento de religiosas descalzas de Corpus Cristi, esto es, de purísimas vírgenes que van en seguimiento del Divino Cordero:
Virgines enim sunt. Hi sequuntur Agnum quocumque ierithh Apoc. 14.4.
. Fue recibida con gran júbilo en aquella ciudad la venerable fundadora, pero con gran rabia del infierno, que
[h. 5r]
la repitió aquí mayores trabajos y oposiciones, siendo aun en esto como aquella mujer grande del
Apocalipsis, que concebido el hijo de sus entrañas,
Et in vtero habens, clamabat parturiens, et cruciabatur ut pariatii Apoc. 12. 2.
. Así convino para dar a luz un hijo tan grande como aquel ilustre convento que precediesen clamores, dolores y cruces en su virgen madre, hasta que vencidas todas las dificultades, como Dios se lo había prometido, el año del Señor de
mil seiscientos dieciséis, a catorce de marzo, día señalado de la virgen santa Florentina, natural de aquel reino, aunque con cortos medios de la tierra, con muchas bendiciones del cielo, logró aquella ciudad de
Murcia, como la mejor corona de sus armas, la fundación de este gran convento, entrando novicias doña
Luisa
y doña
Juana Fajardo
como primicias de la primera nobleza de aquel reino, que hasta hoy perseveran en tomar el hábito y en correr tras la fragancia de sus ungüentos.
6. Careció este convento en sus principios de competentes rentas para su preciso sustento, y cuando para este no bastaba el trabajo de manos que las religiosas (que fue, y es siempre, el de sus labores
[h. 5v]
exquisito, aunque mayor el de sus virtudes) concurría Dios con manifiestos milagros, hallándose multiplicado el alimento necesario y aun el regalo para las enfermas. Apareció muchas veces el dinero donde no lo había, aumentado el aceite y trigo, y no bastando este tal vez para surtir parcamente un solo mes de comida a las religiosas, les sobró maravillosamente para más de un año. Y si para publicar al mundo sus excelencias parecieren aún cortas tan estupendas maravillas (que se vieron reproducidas por la
Madre
Juana de la Encarnación
, objeto dignísimo de este libro) hable por todas un testigo de toda excepción mayor, cuanto más mudo y aun insensible tanto más elocuente y fidedigno: esto es, una rama seca de jazmín que, hallada entre unos haces de leña, enviados de limosna en tiempo de la venerable fundadora, mandó esta, con espíritu del cielo, y para probar a sus hijas en la perfección de la obediencia, la plantasen en el jardín, regasen y cultivasen. Cosa prodigiosa, como si fuese cortada de la vara de
Aarón, no solo reverdeció entonces, sino es que hasta hoy, después de cien años y más, produce y brota flores hermosas, jazmines reales de extraña grandeza sus hojas, extremada
[h. 6r]
blancura, fragancia suavísima, que incesantemente espira el buen olor de Cristo en aquellas religiosas.
7. Finalmente, colmada de virtudes, llena de merecimientos, coronada de tantas gracias cuantas fueron sus cruces, sus trabajos y maravillas, obradas en la fundación de sus ilustres conventos, murió en el de
Murcia
esta purísima virgen
Mariana de san Simón, en donde sus queridas hijas e imitadoras guardan con veneración sus huesos, no sin admiración de las señales de su sangre, que hasta hoy en ellos bermejea. Murió, por fin, esta gran mujer, pero como grande hija de
Agustín
y fénix de las mujeres, murió en su nido para ver así multiplicados sus días en el espíritu que dejó a sus hijas y discípulas:
In nidulo meo moriar et multiplicabo diezjj Job 29, 18.
. En quienes se miran renacer sus virtudes, dejando en su ocaso este gran sol por sustitutas las estrellas en el abreviado cielo de su comunidad religiosísima, adonde siempre han admirado los confesores, que tan a fondo han tocado lo escondido de aquellas grandes almas, perseverar en ellas la imagen viva de la virtud copiada del hermosos ejemplar de su venerable Madre, y con ella la observancia de su santa estrechísisima
[h. 6v]
regla, el espíritu de oración, de mortificación, de pobreza evangélica, con tal aplicación a la penitencia, que aun estando llenas de achaques y, por lo regular, enfermas, han menester sus padres espirituales en este tiempo, como en el suyo lo practicó su fundadora, tirarles la rienda y detener la espuela.
8. Por esta razón miran aquellas ciudades a estas dos venerables comunidades como a dos relicarios de su mayor devoción, o como dos castillos que las defienden de la justa indignación de Dios, a que muchas veces han provocado los pecados de aquel reino. No ha tantos años que se halló este tan invadido de los enemigos de nuestro católico monarca, que daban ya a
Murcia, su capital, por suya, y aún a toda
España, cantando intrépidos la victoria, aun antes de la batalla célebre de
Almansa. En este mismo tiempo ambas comunidades de religiosas descalzas estuvieron en continua fervorosa oración, clamando al Dios de los Ejércitos por la libertad de su Patria: y viendo allí haber levantado el sitio con afrentosa precipitada huida los enemigos, y destrozados aquí del todo sus escuadrones con una perfecta victoria de nuestras armas, no fuera mucho atribuirlo a aquellas
[h. 7r]
esposas de Cristo, que como allá
Moisés
en el monte, clamaban al cielo con los gritos de su oración mientras nuestros soldados peleaban. Y más habiéndolo así previsto la
Madre
Encarnación
, asegurando aun entonces no entrarían en
Murcia, como sucedió, los enemigos. Para que sepamos que aun en nuestros tiempos, allá desde el firmamento (que se puede comparar los coros de tan purísimas vírgenes) saben, contra
Sisara, pelear bien ordenadas y escuadronadas las estrellas:
De caelo dimicatum est conraeos: stellae manentes in ordine, et cursu suo adversus Sisaram pugnaveruntkk Jueces 8.20.
.
9. Déjolo aquí por no alargarme, omitiendo mucho, y todo admirable, por no ofender la modestia ni mortificar más el genio de aquellas religiosas, tanto más humildes cuanto más grandes. Por esta su humildad apenas se sabe lo que es harto manifiesto en aquel convento de
Murcia
(y debe ser privilegio de verdaderas hijas del fénix de la Iglesia
Agustino
), esto es, tener su sepulcro oloroso y exhalar suavidades al olfato la bóveda donde se entierran todas las difuntas, sin haberse en ella jamás visto en gusanos la común corrupción, pero sí haberse encontrado, después de más de dos años de sepultado el cuerpo
[h. 7v]
de la
Madre
Encarnación
, flexible la carne de su semblante, entera su formación (contra el común estilo) y el hábito con bastante fuerza. Por esta su humildad se ha tenido en silencio haberse aparecido después de su muerte esta venerable
Madre, en el modo y traje que andaba cuando viva, a la última religiosa que murió en aquel convento, fortaleciéndola en sus gravísimos accidentes y dolores, y manifestándola (como ella muchas veces repitió) sería, después de mucho padecer, la primera que la siguiese, como todo a la letra se cumplió. Y, por último, por esta su profunda humildad se quemaron en el convento tantos tesoros, cuantos papeles hubieron a las manos de un padre espiritual antiguo de aquellas religiosas, ya difunto, en que había escrito lo más singular que en virtudes y excelencias había en ellas conocido y experimentado. Y gracias al confesor de la
Madre
Encarnación
, o, por mejor decir, al mismo Dios, que así lo dispuso, para que no diesen en sus manos, cerradas siempre al aplauso, sus dilatados escritos, en la cuenta que dio de toda su vida, contra el gusto de su humildad, por obediencia. A haber así sucedido, careceríamos ahora del mineral precioso de cuanto recibió,
[h. 8r]
hizo, padeció y gozó, con las demás insignes virtudes y prodigios de esta grande alma.
10. Pretendiendo, pues, oh religiosísimo convento, el mismo confesor hacer de hurto tan afortunado pública penitencia, te restituye en este libro, aunque por mi mano (quizás porque no siendo conocido evitará mejor el entrecejo de tu rara modestia) una sola parte, pero muy principal, de cuanto te ha usurpado. Y confesando la desuda del todo, te promete satisfacerla por entero cuando salga por extenso su admirable Vida. Entretanto, oh comunidad ilustre, recibe benévola este don grande, por ser tuyo, que te ofrezco con verdadero deseo de tu mayor esplendor, y en corta señal de mi agradecimiento a tu afecto con los hijos de la Compañía de Jesús. Para que sepa el mundo todo, en la pintura de un solo dedo, el original de tu desmedida grandeza, siendo en la verdad de ese jardín de las delicias de Dios (como más de una vez publicó el Cielo) la
Madre
Encarnación
una flor sola, de esa multitud de flores, una rosa; de esa hermosa espiga, un solo grano; de ese joyel del divino esposo, un diamante o perla; y
[h. 8v]
ese cielo abreviado, una sola estrella. Añade, oh venerable comunidad, a tu solar esclarecido, esto es, a los anales de las Vidas de tus ilustres religiosas, este diamante, esta perla, este grano, esta flor, rosa y estrella. Quédate en paz, pide por mí a Dios, camina, corre, vuela, en virtud, en perfección, en santidad, hasta coronarte de gloria en el Cielo, y de aclamaciones en la tierra:
Specie tua, et pulchritudine tua: intende, prospere, procede, regnall Sal. 44. 5.
.
[h. 9r]Licencia de la Religión
Gabriel Bermúdez,
Provincial
de la Compañía de Jesús en esta Provincia de
Toledo, por particular comisión que tengo de nuestro muy
reverendo padre
Miguel Ángel Tamburini
,
prepósito general
de dicha Compañía, doy licencia al
Padre
Luis Ignacio Zevallos
, de la misma Compañía, para que saque a luz un libro, intitulado:
Pasión de Cristo, comunicada por admirable beneficio a la Madre Juana de la Encarnación, religiosa descalza de san Agustín en el observantísimo convento de la ciudad de Murcia; con el breve resumen de su Vida, etc. Todo lo cual ha sido visto y examinado por personas graves y doctas de nuestra religión. En testimonio de lo cual di esta, firmada de mi mano y sellada con el sello mayor de mi oficio. En este nuestro
colegio Imperial de
Madrid
a
diecinueve de junio de mil setecientos veinte.
Gabriel Bermúdez
[h. 9v]Aprobación del
reverendo padre,
doctor
Juan de Campo-Verde
, de la Compañía de Jesús,
catedrático
de Prima de Teología en la
Universidad de Alcalá, de la Junta de la Concepción y prepósito actual de la casa profesa de
Madrid, de la misma Compañía.
Muy poderoso señor Con la más cuidadosa atención he leído el libro que a mi censura remite vuestra alteza, intitulado:
Pasión de Cristo, comunicada por admirable beneficio a la Madre Juana de la Encarnación, religiosa agustina descalza, con el breve compendio de su Vida, etc., que saca a luz el
padre
Luis Zevallos
, religioso profeso de nuestra Compañía. Y, como el principal objeto del libro es la maravillosa revelación, o favor, con que la Majestad Divina quiso favorecer su fidelísima sierva, sobra el soberano precepto de vuestra alteza para que el examen del libro se lleve la consideración más
[h. 10r]
atenta. El compendio de la Vida de esta venerable religiosa muestra en corto número de hojas la grandeza de la perfección de sus virtudes. En él se ve, para avergonzar nuestra tibieza, la gravísima penitencia con que una mujer flaca, delicada y enferma, compitió a la más áspera que se refiere de los más penitentes santos de la Iglesia. Una tan profunda humildad, que los grandes favores con que Dios la regala le sirven de mayor confusión de sus faltas, y conocimiento de sus muchas ingratitudes, y confesión de su mala correspondencia a la Majestad Divina. Pero es verdad que como el fuego por que se quiera ocultar siempre le manifiesta su calor, así en la venerable Madre las expresiones mismas que usa para explicar su tibieza son indicios evidentes de los abrasado de su caridad y de lo encendido del divino amor: porque el fuego por más que se quiera ocultar debajo de las cenizas siempre da claros indicios su abrasadora actividad.
Verdaderamente que no está abreviada la mano de un Dios omnipotente y cada día saca su poderoso brazo nuevos y maravillosos ejemplos de virtudes, para convencer nuestra tibieza y dar pruebas evidentes de lo que puede la flaqueza humana, ayudada del soberano poder de la gracia divina. Es cierto que nuestro libre albedrío, sin la ayuda de la gracia
[h. 10v]
tiene tan cortos límites en el camino de la virtud, que su poder no pasa de un bien y bondad natural, sin que pueda llegar a la más pequeña obra sobrenatural si no le asiste y acompaña la piedad divina con los soberanos auxilios de su gracia:
Sine me nihil potestisfaceremm Jn. 15.5
. Pero también es cierto que si esta asiste con lo soberano de su virtud, no es fácil señalar términos al dilatado campo a que se extiende el poder de la humana naturaleza, pues en el camino de la perfección llega a no conocer término a quien no pueda exceder su poder, ni dentro del cual haya de contenerse la eficacia de su actividad. Todo lo puedo, decía el Apóstol de las gentes, cuando me veo favorecido de la grande fuerza que me comunica el poder de la gracia:
Omnia possum in eo qui me confortat: non ego solus, sed gratia Dei mecumnn Flp. 4.8
. Porque con este socorro de la gracia, ni hay obra por difícil, que no pueda ejecutar, ni virtud por heroica, que no pueda cumplir. Bien claro ejemplo se nos propone de esta verdad católica en el breve compendio de la
Vida de la venerable
Madre
Juana de la Encarnación
, pues en pocas hojas se contienen muchos y singulares ejemplos de todas las virtudes, actos tan heroicos del más eminente grado de la perfección, que por sí son el más evidente argumento de lo que puede la voluntad humana cuando coopera al eficacísimo poder de la gracia.
[h. 11r]
Ni es nuevo que Dios ilustre con extraordinarias luces y altísimas contemplaciones y visiones maravillosas el entendimiento de las almas devotas que de veras se dedican a la imitación de su Hijo santísimo, aspirando solo a la imitación de su abrasada caridad. Mas como de muy antiguo se disfraza y transforma en ángel del Cielo aquel inmortal enemigo del género humano, engañando las almas sencillas con sus falsas revelaciones, tengo muy presente, para dar la censura de este libro (cuyo principal objeto son las grandes ilustraciones que esta
venerable Madre
recibió de Cristo nuestro Señor, haciéndola presentes los misterios todos de su sagrada Pasión) las reglas que los doctores místicos y maestros grandes de espíritu ponen como cierto y seguro definitivo de las revelaciones falsas y verdaderas. Todas se reducen a las que propone el muy ilustrado maestro de espíritu
Ludovico Blosio, en un libro, a quien con razón dio el título de
Espejo espiritual, en el cual, como en un cristalino espejo, se representa cuanto bueno hay en el verdadero camino de la virtud, y cuando malo se quiere ocultar con apariencias de mayor perfección.
Este gravísimo autor, llegando a tratar de las revelaciones que nacen del Espíritu de Dios, y del engaño del demonio, dice estas palabras en el capítulo once: “Es necesario examinar mucho
[h. 11v]
si acaso estas revelaciones tienen encerrado algún engaño, disimulación, u otro disparate; y si son conformes con lo que enseña la fe católica, las Sagradas Escrituras y los Santos Padres. Y si no, luego se les ha de dar de mano y no hacer caso de ellas. Las ilusiones o visiones engañosas del demonio suelen hacer al hombre soberbio, hecho a su voluntad y obstinado en su parecer y propio juicio. Pero la revelación divina hace al hombre humilde, resignado y suave”. Y más abajo: “No es posible que el demonio engañe a aquellos que en las revelaciones están llenos de gran dulzura de amor divino y cubiertos de una luz pura, intelectual y espiritual. Y a los que tienen verdadera humildad, y que con devoción y espíritu buscan a Dios y le piden favor, él mismo los preserva y ampara porque no los enlace el demonio y se pierdan. Porque aquellos que se ensoberbecen y tienen en sí descubierto algún doblez o disimulación viciosa, miserablemente se engañan a sí mismos, y voluntariamente se meten en la nasa del demonio. Siendo como es Dios, Padre fidelísimo, a los hijos humildes que le piden pan, o un huevo, o un pez, no les dará piedras en lugar de darles pan, ni algún escorpión o serpiente en lugar de darles huevo o un pez; antes les da un espíritu bueno, dales lo que les importa a su salvación. De ninguna suerte
[h. 12r]
puede Dios desamparar a los que humildemente acuden a él y ponen en él su confianza. Así que los humildes siempre se escabullen de los lazos de Satanás. Y no hay señal ni indicio más cierto de la verdadera santidad que la humildad verdadera y la resignación perfecta de sí mismo”.
De esta doctrina tan segura y tan cristiana infiero por consecuencia muy piadosa que sin recelo de algún engaño se puede tener este favor grande por revelación verdadera. Nada en ella se refiere que contradiga a la Historia Sagrada, pues si en algún punto no sigue la más común opinión, tiene de su parte muchos y gravísimos doctores, y algunos que, o se veneran en los altares o se merecen la veneración de los fieles, y de quienes, con fundamento grave se persuade tuvieron este sentir por divina ilustración. La humildad de la
venerable Madre
manifiestan las repetidísimas y humildísimas expresiones de la falta de mérito para tan soberanos favores, y la confesión repetidísima de sus grandes ingratitudes. Qué lejos estaba de buscar su propia estimación quien con las mayores veras procuraba ocultar sus grandes mortificaciones, y quien siendo tan singular en el todo de su vida, siempre se mostró como una de las muchas religiosas de aquel observantísimo convento, deseando ser tenida por la menos observante de todas. Quien
[h. 12v]
tan de veras buscaba los desprecios muy lejos estaba de apetecer la gloria vana de los hombres. El asimiento al propio juicio, hijo primogénito de la soberbia, qué lejos estaba de la
venerable Madre, pues solo se verá en todo el dilatado favor voces de resignación en la divina voluntad, estando pronta a padecer cuanto agradase a la Divina Majestad- Y solo teniendo sobresalto de si podría algún tiempo saberse su penitencia gravísima o sus fervorosas y tan multiplicadas oraciones, sus ocultos ejercicios de lo más heroico de las virtudes y los soberanos favores con que la favorecían la Purísima Virgen y su Hijo santísimo. El amor de Dios, que ardía en su corazón, se puede comparar al de los muy abrasados serafines; díganlo las expresiones tan ardientes con que dulcemente explica el abrasado incendio de su corazón. No pueden leerse sin que el corazón más duro reconozca la fuerza de aquel fuego del cielo que vino a encender Cristo en la tierra. Bien se conoce proceden las voces de una fragua encendida en el amor del Espíritu Santo, y creo que quien leyere con atención aquellos renglones, con dificultad podrá contener las lágrimas: porque a un tiempo se verá reprendido de su tibieza, movido a la enmienda y mejora de vida, enternecido su corazón para con Dios, deseoso de amar aquella bondad inmensa y de corresponder sino a bienhechor tan grande.
[h. 13r]
Retocado, pues, el soberano favor que aquí se refiere con la piedra tan fina de la doctrina de
Blosio, y hallando que no descubre ningún vicio de los que hacen sospechosas, y aun evidencia de falsas las revelaciones, antes sí que manifiesta grandes quilates para su mayor estimación, no hallo impedimento para que puedan darse a la prensa, sin que sea mi ánimo anticipar el juicio supremo de la infalible cabeza de la Iglesia. Antes bien, gustoso le sujeto a cualquiera otra persona docta cuyo parecer veneraré con el respeto debido. Mas por ahora me parece conveniente se dé a luz pública, así el compendio de la vida de la venerable
Madre
Juana de la Encarnación
como el favor tan singular con que Cristo nuestro Señor premió sus heroicas virtudes, haciendo presente a su vista los pasos todos de su Pasión sagrada, con fervorosos actos de la altísima contemplación y abrasada caridad que todo aquel tiempo ejecutó, para mayor estimación de la virtud de la
venerable
Madre, para mayor crédito de su gravísima comunidad, para mayor aliento de los tibios y para mayor ejemplo y aliento de los fervorosos. Así lo siento en esta casa profesa de la Compañía de Jesús de
Madrid, a
veinticuatro de julio de mil setecientos veinte.
Juan del Campo Verde
[h. 13v]Licencia del Ordinario
Nos, el
doctor
don Manuel Menchero y Rozas
,
canónigo
de la
santa Iglesia de
Toledo, primada de las
Españas,
inquisidor ordinario
y
vicario
de esta
villa de
Madrid
y su partido, por los ilustrísimos señores deán y cabildo de dicha santa Iglesia, sedevacante, etc. Por la presente, y por lo que a Nos toca, damos licencia para que se pueda imprimir, e imprima, el libro intitulado
Pasión de Cristo, comunicada por admirable beneficio a la
Madre
Juana de la Encarnación
, religiosa descalza del gran Padre
san Agustín
de la ciudad de
Murcia, con el breve compendio de su Vida, y otro singular favor de María Santísima a la misma religiosa, manifestándola un alma en pecado mortal, que da a luz el
padre
Luis Ignacio Zevallos
, de la Compañía de Jesús. Atento, que de nuestra orden y comisión se ha visto y reconocido, y no contiene cosas contra nuestra santa fe y buenas costumbres. Dada en
Madrid, a
veintitrés de julio, año de mil setecientos veinte.
Doctor
Manchero
Por su mandado
Gregorio de Landa.
[h. 14r]Censura del reverendo
padre doctor
Francisco Sancho Granado
,
catedrático
de Prima de Teología de la
Universidad de Alcalá,
examinador sinodal
del arzobispado de
Toledo,
teólogo
de varias juntas del rey nuestro señor, y al presente
rector
del
noviciado de la Compañía de Jesús de
Madrid.
1. Con singular complacencia mía, me ha remitido para la censura el señor
doctor
don Manuel Menchero y Rozas
,
vicario eclesiástico
de la
villa de
Madrid
y su partido, un libro en que se contiene la relación de un singular beneficio que hizo Dios a la venerable
Madre
Juana de la Encarnación
y ella escribió de su mano por orden de su confesor, y, asimismo, una manifestación que la hizo su Majestad de un alma en pecado mortal, que uno y otro sale a luz con sus mismas palabras, a que se añade un brevísimo resumen de su vida. Y todo lo da a la estampa el
padre
Luis Ignacio Zevallos
, de la Compañía de Jesús.
2. Será por ventura reparable, a lo menos en el país en que vivió y murió la
Madre
Juana
, el que se haya fiado a mi pluma la censura de esta obra, no
[h. 14v]
pudiendo ignorar ninguno que la traté y confesé por espacio de casi nueve años, y que fui, y soy, apasionado, no tanto de su persona como de sus admirables virtudes, ejemplos, y pudiera decir sin escrúpulo, de sus maravillas, habiendo sido testigo de tantas. Pero deberá cesar el reparo por dos razones: la primera, porque es delincuente de cierto el que no es apasionado de la virtud. La segunda, porque no puede juzgar bien el mérito de esta causa el que no tiene conocimiento del sujeto; y sujetos de esta calidad, si se conocen íntimamente, se quieren sin libertad: porque es la virtud tan hermosa, que violenta suavemente los corazones y se lleva dulcemente las voluntades. Añádese que, siendo el beneficio que da asunto principal a este libro haber comunicado Cristo Señor nuestro en una Semana Santa, y dádola a sentir a esta su sierva todos los tormentos de su Pasión, tiene de más atractivo para la voluntad ajena lo que tuvo más de dolor para el corazón del que lo padece. Cuando Cristo Señor nuestro explicó la grandeza de su poder con milagros, se quejó la malicia y envidia de los judíos, diciendo que se andaba en seguimiento de su Majestad todo el mundo:
ecce mundus
totus post eum abijt
. Pero en otra ocasión, dice de sí el mismo Cristo que se llevaba tras sí todas las cosas:
Ego si exaltatus fuero a terra omnia trabam ad me ipsumoo Jn. 12, 31.
. Y es la razón, dice nuestro
Maldonado, porque esta segunda ocasión fue cuando sufrió por nosotros los tormentos de la cruz:
Certum, acnotum est, exaltationem suam a terra, mortem in Cruce suam appellare. El que por sus virtudes y milagros mereció que le siguiese libremente todo el mundo, cuando llega a experimentar los tormentos de la Pasión, obliga a que le quieran y le sigan sin libertad. Yo confieso que en el tiempo que traté a la venerable
Madre
Juana de la Encarnación
, antes que su Majestad la hiciese este tamaño beneficio de darla a sentir los dolores de su Pasión, le era aficionado y devoto, pero no de suerte que previniesen los afectos de la voluntad a las deliberaciones y consultas de la razón. Pero después que leí este beneficio, declaré por delincuente a quiera voluntad que aguarda para moverse a su veneración y aprecio el aviso del entendimiento y las consultas de la razón.
3. Supuesta esta verdad y la grandeza del beneficio, solo será de mi obligación,
[h. 15v]
para quitar todo escrúpulo y sosegar aquellos espíritus de contradicción que tienen por oficio impugnarlo todo, el dar a entender a los que le leyeren que la venerable
Madre
fue sujeto proporcionado para recibir un tan alto favor y una merced tan singular. Porque beneficios de este tamaño son edificios que siempre se levantan sobre el sólido cimiento de grandes virtudes. Sabemos que más de una vez ha pronunciado Dios por bocas sacrílegas sus mayores y más venerados oráculos. Y aun la muerte y Pasión de Cristo Señor nuestro, aunque antes anunciada por los profetas, cuando estuvo cerca de ser, no tuvo mejor boca ni lengua para decirse que la de un pontífice verdadero, pero al mismo tiempo hombre malvado:
Expedit vobis ut vnus moriatur homo pro populo, et non tota gens pertatpp Jn. 11, 50.
. Pero hacer Dios compañero de sus penas y darle a sentir los dolores de su Pasión, solo lo ha practicado con hombres y mujeres de la estatura de los
Franciscos
y las
Catalinas. Dos ladrones fueron crucificados a los dos lados de Cristo Señor nuestro, pero de los dos solo el buen ladrón se admitió por compañero de sus penas. Y para hacerle un favor tan excesivo, no
[h. 16r]
solo se declaró primero por bueno, pero le canonizó por santo:
Hodie mecum eris in Paradisoqq Lc. 23, 43.
.
4. Esto es así. Pero para reconocer a la venerable Madre por sujeto digno y merecedor de tan estupendo beneficio, no nos faltan grandes apoyos. El primero es el mismo beneficio que, leído, hace evidencia de su verdad, Y si le miramos con profunda y madura reflexión a sus cláusulas, ¿qué cláusula hay que no diga a gritos que solo Dios puede ser el que las dictó? ¿Qué palabra se lee en este papel que mudamente no vocee que, aunque quien la escribe es una mujer, quien la influye es un Hombre Dios? Aquel abrasarse insensiblemente los corazones en las vivas llamas de amor de Dios al leer estas palabras, ¿no es un irrefragable testimonio de que las verdades que enuncian son dictadas del que es la misma verdad? Aquel sentirse movidos los corazones al amor de la virtud, al deseo de los trabajos, al aprecio del padecer, sin estudio, sin cuidado, sin más diligencias que pasar los ojos por sus líneas, ¿no es casi evidente señal de que se deben recibir sus palabras no como palabras humanas sino como voces de Dios? Así es, y así también espero yo que he de
[h. 16v]
dar a todos cuantos las lean las gracias que daba
san Pablo
a los de
Tesalónica;
Ideo, et nos gratias agimus Deo sine intermisione: quoniam cum accepistis a nobis Verbum auditus Dei, accepistis illud, non ut Verbum hominum, sed (sicut est vere) Verbum Dei
rr Ts. 2, 13.
. Diga y sienta cada uno lo que gustare, pero las mismas palabras con que lo escribe la venerable
Madre
dicen a gritos tan de fuego que es Dios el fuego que las anima que, aunque la misma que lo escribe quiera mentir que era ficción de su capricho, el mismo papel dijera que lo que en él se lee, aunque se quiera morder, no se puede mentir. En la noche de la Pasión de Cristo nuestro bien se empeñó
san Pedro
de puro cobarde en negar que Jesús era su maestro. Enpeñose la porfiada e impertinente curiosidad de los criados del príncipe de los sacerdotes en apurar la paciencia de
Pedro
para arrancar el sí de su boca, y empeñose la obstinada resistencia del apóstol en el no, hasta sellarla con la religión de un juramento, Y en medio de tantas negaciones persisten en afirmar los criados del pontífice en que era discípulo suyo:
Vere, et tu ex illis estss Mt. 26, 73.
. Pedro empeñado en mentir, pero no lo pudo lograr. Y fue la razón:
Nam et
loquela tua manifestum te facit
. Pudo ser la causa. Tenía
Pedro
el corazón lleno de Jesús, alentaba en su corazón mucho fuego de amor de su maestro, y salieron tan heladas a los labios las palabras con que negaba y pretendía mentir, que, por más que dijo y por más que juró, no lo pudo lograr. Tan llenas de fuego que divinamente enciende, de llamas que misteriosamente abrasan los corazones, están las palabras con que escribió esta sierva del Altísimo este grande beneficio, que, aunque quisiera decir que había sido fingido para engañar, a ningún corazón bien humorado lo pudiera persuadir.
5. Resta el apoyo principal para persuadir en la venerable
Madre
el mérito y proporción para este beneficio, y consiste en el orden de su vida, en lo sólido de sus virtudes, en el rigor y aspereza del trato para consigo y en aquella menudencia de observar los ápices de sus constituciones y reglas, que basta, si se practica con exacción, a colocar a los que viven en carne mortal entre los coros de los santos. Ni es, ni puede ser mi ánimo el referir con distinción todo lo que acredita esta verdad en la
Madre
Juana
, porque así habría de crecer esta censura a un justo volumen, y fuera pasarme
[h. 17v]
de la censura que se me encarga a la historia, que no me piden; y podrá ser que algún día sea digno empleo de buena pluma. Por lo que mira a la observancia de sus constituciones y reglas, puedo decir que, como vivía yo en el tiempo que la confesé y dirigí, con aquel cuidado y aún recelo preciso en los que gobiernan almas que tratan de perfección para reconocer si a las elevaciones que yo reconocía en su espíritu correspondía el tenor de vida en la observancia religiosa, no contento con lo que procuraba observar por mí mismo, la puse espías secretas que, sin percibir ellas el empleo que las daba, me avisasen con fidelidad de la regularidad de su porte. Y conocí con esta diligencia que por más que se esmeraron en hallar alguna falta de constitución o regla en la
Madre
Juana
, me dijeron que no pudieron nunca encontrarla. Cosa que, para quien sabe la delicada menudencia con que se reparan unas a otras en cualquiera comunidad observante las religiosas, es más admirable, a mi entender, que el hacer milagros, si en estos se repara solo lo raro. Lo que yo leo en el Evangelio es que haciendo la Majestad de Cristo tantos milagros que ya no se reparaban
[h. 18r]
por muchos, solo porque le vieron tal vez comer con los pecadores, aun siendo una acción de suyo inocente, aunque no se atrevieron al maestro, se lo echaron a los discípulos en la cara:
Quare cum publicanis, et peccatoribus manducat Magister vester?tt Mt. 9, 11.
6. La humildad, que según los padres espirituales es el cimiento de la virtud y sobre cuyos hombros se levanta todo el edificio de la perfección, fue tan extremada en la
Madre
Juana
como su magnanimidad, pues ni se hizo la humildad para espíritus cobardes ni puede hallarse esta virtud donde no se halle lo magnánimo: porque, como dijo
san Juan Crisóstomo, la humildad es una virtud a cuyos pechos se alimenta y se cría la magnanimidad:
veram enim animi magnitudinem, atque praestantiam humilitas facituu San Crisóstomo.
. Y porque no puedo detenerme en todo, estas dos prendas se verán en este caso de que soy testigo, y prueba con evidencia la perfección con que poseía estas virtudes. Un ilustrísimo señor
obispo
de
Cartagena, que tenía bien conocida la grande virtud de la
Madre
Juana
, porque sentía con su trato religioso grande adelantamiento en su espíritu, la visitaba con mucha frecuencia. Resistía interiormente
[h. 18v]
su humildad a esta honra, y buscaba el modo de no tenerla. Hablome un día sobre este asunto, pidiéndome la dieses medio para liberarse. Díjela que el medio sería despedirle cara a cara, con palabras reverentes pero eficaces, la primera vez que viniese a visitarla. Vino el religioso prelado, díjole con resolución tan extraña lo que la ordené que, aunque quedó más prendado de su virtud, no atreviéndose a ofender su humildad, se retiró de suerte que rara vez la veía. Verdad de que no solo dan testimonio los ojos que vieron su retiro, sino es el mismo prelado que, asombrado de su virtud, me lo reveló en una ocasión. Aquí llamo a los espíritus más humildes y más magnánimos, no solo de las mujeres, pero aún de los hombres más grandes, para que me digan si tendrán valor y humildad que raye tan alto. A lo menos yo, pocas veces he visto quien tenga aliento para despreciar, y más frente a frente, honras de este tamaño. Y el gran padre de la Iglesia
san Agustín
nos dejó dicho que, aunque se fácil el carecer de la alabanza y de la honra que no nos hacen, es muy difícil no alegrarse cuando nos la ofrecen
vv Epístola 6 a Aurelio.
:
Et si cuiquam facile est laude carere, dum denegatur, dificile est
ea non delectari, cum offertur
. ¿Pues qué será el despreciarla y con ánimo tan varonil y generoso?
7. Su mortificación, ahora hablemos de la exterior, con que se doman las pasiones al rigor de la penitencia, ahora hablemos de aquella que tiene los sentidos a raya para que no se desmanden hacia los objetos que pueden incomodar en sus operaciones al espíritu, fue de quilates muy superiores. En cuanto a la primera, los instrumentos de mortificación, tantos y tan varios, con que maceraba su cuerpo inocente, que aún se conservan, son tales que solo mirados causan horror a los ojos. Y es digno de admiración y de asombro que una mujer tan delicada y de una salud tan débil pudiese tolerar el peso de tantos cilicios y cruces, y atener a tantas y tan rigurosas disciplinas. Y porque algún crítico podría tachar a sus confesores el que permitiesen a fuerzas tan cortas penitencias tan grandes, le responderemos, lo primero, que este reparo procede de no tener experiencia de las fuerzas que sabe dar nuestro Señor a los que escoge para ejemplares de la penitencia, y que no se deben medir espíritus grandes por reglas comunes. Lo segundo, que la venerable
Madre,
[h. 19v]
con su singular discreción, sabía disponer de modo las licencias para lo que hacía, que haciéndolo con bendición, apenas percibía el mismo confesor la licencia que daba. Y como los que sirven al mundo emplean toda la sutileza de sus discursos en la solicitud de las conveniencias, los siervos verdaderos de Dios aplican toda su capacidad a buscar sus incomodidades. Léanse las Vidas de los santos con atención y se verá cuántos más ingenios y estratagemas han inventado ellos para afligirse, que los mundanos para regalarse. En cuanto a la segunda, hablen sus ojos, que en más de veinte años no solo no miraron a hombre ninguno a la cara, pero ni aún se esparcieron a mirar a las hierbas y flores del jardín ni del campo. Hable su olfato, que no solo huía continuamente de las fragancias sino que se andaba en busca de los malos olores. Hable su gusto, cuyo alimento unas veces eran aquellos relieves que sobraban a los animales más inmundos y otras, las sobras de aquellos pobres a quienes repartía, siendo tornera, la limosna. Hable su lengua, siempre negada a la murmuración y a toda pregunta que pudiese tener resabio de curiosidad. Hablen sus manos, siempre negadas al
[h. 20r]
ocio, nunca concedidas al gusto, siempre aplicadas al mayor trabajo.
8. No hablaré de su caridad insigne con las vivas y con las difuntas: con aquellas en el oficio de enfermera, que hizo con extremada diligencia, llegando tal vez, no sé si su caridad o su mortificación, a introducir en su boca un lienzo que había recogido las materias de una pestilente apostema de una religiosa. Con estas, empleándose muchos años en amortajarlas, abrazándolas, enterrándolas y visitando frecuentemente aquellos cadáveres yertos, animados antes de almas purísimas, y que ahora la brindaban, en copa de cenizas frías, vivos desengaños. Tampoco hablaré de su conformidad en los trabajos, tantos y tan grandes, que bastaran para abrumar hombros gigantes. Y toleraba su resignación no solo con inalterable paciencia, sino es con indecible alegría, En una ocasión en que sucedió a sus padres mismos un grande trabajo, y tal que aun las religiosas de su casa las sacaba las lágrimas a los ojos, la
Madre, que debía naturalmente sentirlo más, se encargó de consolar a las otras como si ella fuera la extraña, y las extrañas las parientas. No lo supe esto por la venerable
Madre, sino es por una religiosa
[h. 20v]
¡anciana y venerable, que hoy vive, y me lo refirió con asombro, añadiendo que conformidad semejante no la había visto y que esta religiosa había de estar como santa en los altares.
9. Tampoco diré de su espíritu profético, de que solo con lo que yo mismo toqué y experimenté pudiera llenar, no sin utilidad, mucho papel. Delante de mí pronosticó diferentes muertes de religiosas y seglares; de unos estando sanos, de otros tan al principio de la enfermedad que los asistentes la llamaban indisposición, y todas sucedieron. A aquel ilustrísimo prelado con quien sucedió el caso que he referido, le anunció la muerte tiempo antes que sucediese. Los secretos más escondidos de los corazones los conoció en muchas personas: verdad de que pudiera referir muchos casos que causaran no solo admiración, sino asombro. Algunas personas viven, que, si quieren hablar, podrán decir lo que las pasó con la venerable
Madre
en esta materia: que si yo hubiera de proseguir, fuera nunca acabar. Y dejando todo lo demás, que de sus virtudes y gracias gratis data pudiera decir, concluyo con esta reflexión. Sobre cimiento no más sólido de virtudes y gracias ha hecho Dios a otras personas
[h. 21r]
beneficios tan grandes, y aun mayores, que el que recibió la
Madre
Juana
y da el principal asunto de este libro, pues ¿por qué no he de decir yo, y ha de confesar cualquiera medianamente prudente, que hubo proporción en ella para recibirle? Sienta cada uno lo que gustare, que yo no envidiaré el juicio ni la intención de quien quisiere poner lunares en este espejo. Además, que el que tomare en la mano el libro con deseo de hallar la verdad la hallará solo con leerle y verá por la experiencia de lo que lee que por más que se esfuerce a no pensar bien no lo llegará a conseguir. Es la verdad de casta de luz, que no necesita para creerse de más testimonio que el de los ojos. Y aun por eso decía la Majestad de Cristo a los judíos:
Si veritatem dico bobis, quare con creditis mihi?xx Jn 8, 46.
Que fue tanto como decir que la verdad no necesita de más testimonio para creerse que ella misma. Por todo lo cual soy de sentir que se puede dar al
padre
Luis Ignacio Zevallos
la licencia que pide para dar a la estampa toda esta obra, que espero ha de ser de gran servicio de Dios, de grande bien para las almas, principalmente religiosas, que
[h. 21v]
alentadas con las palabras encendidas y eficaces ejemplos de esta gran religiosa, caminará con ansia a la perfección.
Salvo meliori. En esta
casa del noviciado de la Compañía de Jesús de
Madrid
en
diez días del mes de octubre de mil setecientos veinte.
D. Baltasar de San Pedro Acevedo.
[h. 22v]Fe de erratas
[...]
Suma de la tasa
Tasaron los señores del Consejo este libro, intitulado
Pasión de Cristo, comunicada a la Madre Juana de la Encarnación, etc., que saca a luz el
padre
Luis Ignacio Zevallos
, de la Compañía de Jesús, a seis maravedís cada pliego, como más largamente consta de su original.
Madrid, y
octubre 15 de 1720
Don
Baltasar de San Pedro Acevedo.
[h. 23r]Tabla de los capítulos y parágrafos contenidos en este libro
[...]
[h. 28v][h. 23r][Grabado que representa la Madre Juana de la Encarnación, enmarcada en un círculo, en el que se lee: La V.M. Juana de la Encarnación, religiosa agustina descalza, comunicola Cristo su sagrada pasión, año 1724. Murió en su convento de Murcia a 11 de Diciembre, 1715. Abajo hay una cartela que dice:
Mihi autem ábsit gloriari nisi cruce D. N. Jesu Christi. La Madre Juana, cargada con una cruz y los instrumentos de la pasión (corona de espinas, clavos, lanza, flagelo y caña con la esponja) mira extáticamente a un crucifijo que se le aparece en una nube. De su boca sale una banda con una inscripción, que en el grabado se ve invertida: para leerla hay que aplicar un espejo. Abajo a la izquierda dice: Fco. Palomº del. Y abajo a la derecha:
I. Palomº sculpit.
]
[h. 29v][p. 1]JHS
en el interior de una cenefa
[en el interior de una cenefa ]
Breve resumen de la vida y virtudes de la
Madre
Juana de la Encarnación
.
§ I
Su nacimiento hasta su profesión religiosa
Mientras sale por extenso la Vida de esta grande alma, con que Dios se ha dignado de mostrar de nuevo que siempre tiene santos en su Iglesia, y que ha ennoblecido tanto la edad presente, ha parecido no defraudar la público con la dilación del gran bien que, para fruto universal, puede esperarse de la pronta publicación del pasmoso beneficio con que
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la regaló Dios un año antes de su muerte en la Cuaresma y Semana Santa del de
mil setecientos catorce. Dispúsose a este extraordinario favor, o conjunto admirable de favores, con una serie de vida tan singular que nunca y en nada lo pareció, para que se hiciese reparo en el lleno de tantos admirables ejemplos como dejó de todas las virtudes, habiendo sido en esto inimitable la
Madre
Encarnación
, pues supo componer valentías sumamente heroicas sin parecerse distinguir del común religiosísimo de su santa comunidad. Milagro de prudencia que pide tantos otros de precaución a todas horas, y de mil modos, y que solo pudo conseguir el conjunto de sus más que comunes talentos, en vivacidad y prontitud de espíritu, capacidad de ánimo superior a su sexo, reflexión, madurez y discretísimo natural disimulo con que imperceptiblemente ocultaba mejor el suyo. Y así logró no ser reparada en tanto admirable y singular como practicó, hizo, gozó y padeció. El saberse, pues, todo ello, como las muchas apariciones que de Cristo, su madre santísima, ángeles, santos y ánimas tuvo, y los muchos y grandes regalos que recibió, sus éxtasis, raptos, profecías, representaciones muy repetidas de Cristo en el Sacramento Santísimo de varios modos, dulzuras antes y después de recibirle, hablas
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interiores, con otras muchas especies de beneficios, con el máximo, que ahora sale a luz. Se debe todo a sus confesores, que como diestros, doctos y experimentados, callaron mientras vivió lo que, difunta, publican a gritos a gloria de Dios y edificación de todos: y todo consta de papeles reservados en su depósito, según a su tiempo se publicará en la vida con extensión.
Nació la venerable
Madre
en la ciudad de
Murcia
a
17 de febrero del año de mil seiscientos setentaidós. Hija legítima de don
Tomás Montijo
y de doña
Isabel María de Herrera, con quien casó en los reinos del
Perú. Mostró Dios su especial providencia para con ella desde luego, así en haber sido prometida o profetizada por un alma religiosísima, que afirmó a su madre pariría una niña para santa, como en vivir, habiéndola su ama dado leche gran tiempo estando tan doliente de un humor venenoso, que la quitó la vida a los diez meses de edad de la niña, que nunca quiso tomar el pecho de otra, empezando a ensayarse en la abstinencia penitentísima que había de observar cuando adulta. Como si lo fuese eran todos sus entretenimientos de devoción en sus primeros años, y en ellos tenía todas sus delicias en estarse retirada con un Niño Jesús de Pasión que había en el oratorio de su casa. Por especie de singular devoción la llevaban, por la que mostraba tener la niña, a un hospital en
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que gozosísima repartía los regalillos que de su casa ahorraba para los pobres. Reprendía a los criados si oía o notaba cualquier falta leve en lo cristiano. Y pagola Dios este celo de su gloria defendiéndola del tiro de una escopeta que le disparó un hermanico suyo, creyendo que no estaba cargada.
Y habiendo llegado el uso de razón, se salió de
Jumilla
(adonde por la peste de
Murcia
se habían retirado sus padres) sola, sin haber descubierto a alguno sus designios, a buscar un desierto donde hacer penitencia, al modo que se cuenta de
santa Teresa. Y traída a casa, empezó a mostrar la verdad que pronosticó otro religiosos descalzo de
san Francisco
muy venerado en aquel país, de que se criaba aquella niña para religiosa y santa. Comulgó a los nueve años, y así, esta como las demás veces que se lo permitieron, era con demostraciones de tanta devoción, fervor y humildad, que edificaba a todos, y aun los compungía. Su gran capacidad resplandeció desde luego en aprenderlo todo con suma facilidad y primor, siendo el de sus labores exquisito, pero más el de sus virtudes, que la hacían venerar. Por su mediación, y a puras instancias suyas, de más discreción que pedían sus años, libró la vida de una esclava a quien iba a matar su amo. Previó, por haberle visto (a lo que aseguró aun entonces) en un féretro amortajado, la muerte repentina
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de un pariente suyo recién llegado a
Murcia, como sucedió, de hecho, aquella misma noche, por una extraña desgracia.
Corría, y aun volaba, en la virtud, bien que empezando a aflojar en lo tirante de sus enterezas, oración y mortificación, descaeció de aquel alto punto de sus designios. Y más al verse tan aplaudida por sus singulares prendas de todos y pretendida de un caballero, de igual nobleza y esplendor al de sus padres, para casarse con ella. Mas recobrada con la vista de Cristo, que con la cruz z cuestas se la mostró una noche estando despierta, y entre amoroso y entero, culpando su tibieza, la mandó tomase su cruz para seguirle entrándose religiosa. Obedeció al punto, consiguiendo con sus instancias la licencia de sus padres (que sentían con extremo desprenderse de tal joya) para entrar, como de hecho lo consiguió, en el religiosísimo relicario de las Madres Agustinas descalzas, a últimos de
junio de mil seiscientos ochentaicuatro años, y de poco más de doce de su edad. Sus fervores hasta los quince, en que entró en su riguroso noviciado, como en el año de este, que empezó a doce de marzo, correspondieron al empeño de tantas ansias en su pretensión, y del impulso y voz divina del Señor, que se las comunicaba, y eficazmente movía al lleno de su cabal correspondencia. Y aunque el arraso patente de su salud, que se vio muy quebrantada, las nuevas
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y urgentes instancias por esto mismo de su madre, con la nueva pretensión de aquel caballero, que se esperanzaba de lograrla por su esposa, pues Dios, quitándola la salud, daba a entender la quería solo santa en el siglo, a que él ofrecía toda oportunidad, pudieran haberla hecho, o titubear a ella, o dudar a la comunidad para darla sus votos, no faltó alguno de estos, como ni a ella el fervor y constante esperanza del logro cabal de sus deseos en la profesión.
Hízola a
cinco de agosto de mil seiscientos ochentaiocho, con gran fervor y consuelo por el día, que era dedicado a Nuestra Señora en la festividad de las Nieves, y en que se consagró a sí por vivo templo al Hijo, interponiendo para cumplir lo que ofrecía a su Santísima Madre: y uno y otro la asistieron para continuar con aquella animosidad fervorosa que hasta entonces. Mas por sus altos juicios, y para más arraigarla en su propio conocimiento y desconfianza total de sí, la permitió Dios caer en un espíritu de tibieza y defectos, que aunque leves, oscurecieron aquel esplendor tan edificativo de sus grandes fervores, de que a poco tiempo la libró Dios con un desengaño que a todos envió en la muerte repentina del caballero joven que había pretendido tan de veras casarse con ella. Y sucedió día de la Santísima Trinidad, en que hacía
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años de su entrada en la religión, y con una reprensión tan eficaz como cariñosa, que oyó a Cristo en presencia de la efigie tan celebrada de Jesús Nazareno, que al convento se había llevado, estando la
Madre
Juana
a deshora de la noche en el coro acompañándole, oyó en su corazón las quejas amantes que de su tibieza la daba, y mala correspondencia a su primer llamamiento y demás beneficios, tantos y tan grandes, de que le era deudora. Empezó a anegarse en lágrimas, y con una piedra, imitando a
san Jerónimo, se hirió repetidas veces el pecho: en tres días no cesó su llanto, y con nueva fervorosísima confesión general de toda su vida, dio principio renovada en un todo a la vida altísima, que continuó sin descaecer un ápice hasta sellarla con muerte tan preciosa como es la de los santos, y fue la suya.
§ 2
Sus ejercicios espirituales y penitencias extrañas
El riego que a su alma daba el jugo para tantos admirables frutos de las virtudes todas fue la oración. La de la venerable
Madre
pudo llamarse continua, principalmente los años tan avanzados de su edad, por sus continuas jaculatorias,
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presencia de Dios incesante, visitas cuantas podía al Sacramento Santísimo personales y frecuentísimas adoraciones con el corazón. Daba calor a toda esta santa tarea la oración mental por muchas horas cada día, pues, además de las de su observantísima comunidad, añadía otras e infaliblemente por muchos años, antes de levantarse las demás, según la regular distribución, había tenido la
Madre
Juana
hora y media cada día, postrada en la tierra en cruz. Juntaba a la oración mental, con la lección espiritual, exámenes general, particular, tantas otras oraciones vocales, rosarios a la Beatísima Trinidad, a Nuestra Señora y santos de especial devoción, y otros rezos sin número, que es preciso para creerlos acudir al principio de que a los santos, por lo bien que lo logran, sobra el tiempo que pierden los que no lo son, y así les queda o hallan tan poco para lo que más conduce. Los días de comunión eran tan de fiesta para su alma que toda estaba como embebida en Dios, y por eso sus confesores, experimentando el fruto de ellas, le concedieron muchos años el comulgar cada día. Hacía los ejercicios de
san Ignacio de Loyola
con sumo aprovechamiento de su alma, en que reconocía lo extraño y singular de sus penitencias comunes.
Estas fueron más admirables que imitables. Por espacio de quince años (que después la obediencia modificó esta casi excesiva crueldad,
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y parece milagro haber sido compatible con la vida) se retiraba a media noche con sumo tiento, por no ser sentida, y sin más luz que la del fervor divino, que la guiaba al sitio más retirado del convento, y allí hacía su disciplina, mejor se llamara carnicería contra su cuerpo, con tres géneros de cadenillas de hierro y acero, hasta quedar todo bañado en su sangre. Las disciplinas de cerdas, de cuerdas de vihuela y otras de cordeles nudosos, las sembraba de alfileres, púas de vidrio, de espino y clavos retorcidos, viéndose hasta hoy los vestigios de su sangre. Estas disciplinas, o eran generales, o particulares en sus espaldas, usando ya de unos, ya de otros de estos crueles instrumentos. Y algunas veces, en las Semanas Santas, por imitar los cinco mil azotes del Señor a la columna, todos pasaban muestra por el espacio de dos horas, quedando por temporada llena de tumores, heridas y llagas. Los cilicios de que usaba, como hasta hoy se miran, eran de hierro y alambres de varios modos: dos cruces con púas, que aplicaba en pecho y espaldas, y por profundizarse en la carne era nuevo martirio el quitarlas. En las plantas de los pies usaba unas plantillas de rallo, y otras más suaves de cerdas; en la cintura una cadenilla; un gatillo de hierro escurridizo en el brazo; sogas de esparto y cerdas en los muslos; con un hierro hecho ascua se fue sellando
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algunas veces su cuerpo; otras recibía en él las gotas ardientes de una vela encendida, con otras muchas y exquisitas mortificaciones, cuyos instrumentos se guardan y sola su vista horroriza al más animoso. Aborrecía el Demonio tanto sus penitencias que en muchas ocasiones pretendió amedrentarla, causando ruidos, bramidos, terremotos, quitándola el azote de la mano, con otras máquinas de que el Señor maravillosamente la libró.
Cooperó Dios al espíritu que la había dado de penitencia, dándoselas el año veinte de su vida por su mano mayores en una enfermedad, compuesta de tremendos accidentes; y después de oleada obtuvo, no sin gran maravilla, la salud, por intercesión de su padre
san Agustín. El año veintiuno, con la milagrosa convalecencia, se empeñó en mayores penitencias, El veintidós recayó en enfermedad tan tremenda que el tercero día recibió hasta el sacramento de la extremaunción, sanando después de una calentura continua que la quedó por muchos meses, con no menor prodigio, por la devoción de
san Nicolás de Tolentino, en que le fue de mayor mortificación que la enfermedad haberla hallado las enfermeras las espaldas llenas de tumores, cicatrices y otras claras señales de sus tan crueles disciplinas. Los años siguientes hasta el veinticinco, demás de alternarse sus penitencias con tres gravísimas enfermedades, en que recibió el
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santo viático, y con que tenía crucificado su cuerpo, para que también lo estuviese su alma, la puso el Señor en ellos en un agrio crisol de escrúpulos casi en todas materias, haciendo montes en su imaginación de los granos de arena, y realidades de las sombras. Tenía su corazón como en una prensa, lleno de desconsuelos, sobresaltos y congojas, imaginando vivamente si ofendía a su Majestad cuando más le agradaba. Y haciendo su Majestad del dormido en la borrasca, se aumentaba su dolor y fatiga con que le buscaba; pero en la verdad la sucedía lo que a la luna, que cuando está más escasa de luz, está más cerca del sol. Habiendo salido más puro su espíritu, como la plata, con los golpes de sus escrúpulos. Los años siguientes veintiséis y veintisiete de su dichosa vida, se tejieron de otras gravísimas enfermedades en que el santo viático, no sin reparo de algunas personas, le era la medicina más eficaz para recobrar luego que le recibía la salud del cuerpo, sin cesar, convalecida, de esgrimir las armas sangrientísimas de sus penitencias, Acrecentósele mayor pena que la fuera el morir el verse precisada en una de estas dolencias a manifestar a los cirujanos un tumor, que extendiéndose sus raíces por el pecho a modo de zaratán la causó un martirio prolongado, que suavizaba con la memoria de la llaga del costado de su amantísimo esposo, que tenía presente. En todas
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sus enfermedades, llagas y tremendos dolores, con ser tan agudos y continuos, no se le oía ni un ay. Su recurso a la Pasión de Cristo era frecuente, su silencio grande, su obediencia a médicos y enfermeras pronta, su paciencia y tolerancia tan admirable que, como sucede en un yunque, se hacía más fuerte con la repetición de los golpes.
El año veintiocho de su edad volvió el demonio como león rabiosos con espantos, amenazas y ruidos, tocando de improviso estas armas falsas, por si podía apartarla de este modo de vida e introducir la guerra verdadera con sus tentaciones. Otras veces tomaba la piel de vulpeja, para halagarla con razones sofísticas y aparentes a que aflojase en sus rigores; pero en ambos extremos estaba ella como centinela vigilante, para defenderse aun de los aparentes movimientos del enemigo, con las armas siempre vencedoras de la oración, mortificación y cordialísima devoción con María Santísima, a quien deseando la
Madre
Juana
hacer algún particular obsequio, escribió una carta de esclavitud y la firmó, como hasta hoy se mira, (picando el pecho con un cuchillo) con la sangre de sus venas, que deseaba fuese de su corazón; y así, está tan tierna, ardiente y afectuosa, que puede decirse que si la firma es de sangre, cada una de sus cláusulas es de fuego. Así logró que, dándose por bien servida de esta su tan fiel y digna esclava, la Reina
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de los Ángeles la viniese a visitar con dignaciones suavísimas, hallándose un año de estos en terribles ahogos y congojas, el consuelo inefable de su vista la dejó anegada en delicias y enardecida en mayores ansias de padecer, con que en este halló ya las suyas la
Madre
Juana
. El año treinta la regaló el Señor con una mortal dolencia; y cuando estaba más alegre y dispuesta a la partida, pidió por obediencia del confesor a Dios la concediese la salud si había de ser para padecer hasta morir por su amor: fue despachado su memorial como pedía, porque el día siguiente le faltó el crecimiento, recobrando en breve la salud. Y los trece años y medio que sobrevivió a esta enfermedad, se le aumentaron sumamente en todo género sus aflicciones, trabajos y cruces, verdaderamente grandes.
No fue la menor en los cinco años inmediatos haber sido combatida su castidad y pureza con un infierno de tentaciones y representaciones visibles de los demonios (cuales se cuentan haber padecido grandes santos y vírgenes purísimas) tomando cuerpos aparentes de hombres lascivos y mujeres hermosas, que ejecutaban a su vista cosas abominables. Y aunque siempre estuvo su corazón como una muralla de diamante que resurte las saetas envenenadas contra quien las tira, esgrimiendo las armas de la más rigurosa y aun cruel severidad
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(para que suponía licencia) contra su cuerpo y las de la oración y vigilias en que se dilataba para defender su alma. No obstante, como en la misma oración, en el coro y en la celda, y muchas veces al ir a comulgar o al mirar las imágenes de Jesucristo y su Purísima Madre, encontraban sus castísimos ojos figuras tan indecentes y formas provocativas de los demonios, no es fácil decir en pocas palabras ni los ejercicios de heroica virtud que practicó en este tiempo tan prolongado, ni el agrio purgatorio que toleró en alma y cuerpo, el cual se terminó un día de las once mil vírgenes, en que el Señor la libró del todo del ejercicio de estos cinco años, que siempre llamó de infierno, con un gran beneficio de las dulzuras de su misericordia, visitándola, consolándola y asegurándola que no solo no la había ofendido en las batallas, sino es que le habían sido muy aceptas sus peleas; y fecundando su corazón, como se le representaba, con un rocío del Cielo, la dejó bañada de dulzura, cantando al Dios de las Victorias continuas alabanzas.
§ III
Esmero en lo exacto de sus Oficios
En todos los oficios en que la obediencia puso a la
Madre
Juana
mostró el espíritu valiente con que las hacía, siempre mirando
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a Dios, a quien refería cuantos pasos daba. A los treinta años de su edad señalada por enfermera, hallaba sus delicias en el afán mayor, porque en cada enferma contemplaba a María Santísima su señora, quien sin duda la alcanzó salud por todo el tiempo de su enfermería, que jamás la tuvo en su vida como la logró en este. Con su caridad se hermanó la valentía de su espíritu para las insignes victorias que contra sí consiguió, pasando por quedad más triunfante del horror y asco que inculpablemente sentía, hasta beber la sangre corrompida y materias que salían de las llagas de las enfermas y otros primores semejantes, que Dios premió tal vez experimentando en la misma podredumbre como un néctar suavísimo, que no hallaba en la tierra gusto o sabor comparable, y otras, manifestándola Dios las que habían de morir, aun cuando estaban sanas; y las que no, aun cuando más cierta juzgaban todos su muerte. Su caridad y ánimo continuaban sus oficios con las difuntas para alma y cuerpo. Con este, porque según su ángel la avisó del gusto de Dios, dedicada por muchos años hasta el fin de su vida, a amortajar y enterrar por sus manos a sus hermanas difuntas, lo ejecutaba con sumo caritativo espíritu, venciendo mil horrores; y así logró millares de victorias en las muchas ocasiones que se le ofrecieron, habiendo muerto muchas durante su vida. Pero aún más se
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explicó su caridad con las almas, aplicando, sobre indulgencias y muchos sufragios, nuevas y mayores penitencias para su alivio, viniendo algunas veces a pedirla aquellas, y otras a agradecerla este cuando salían del Purgatorio muchas alamas. No obstante su cordura fue tan mirada que proseguía en sus sufragios por estar más lejos del peligro de alguna ilusión.
En el oficio de sacristana, en que entró después, tuvo por ayudantes a los ángeles, o menor, por compañeros. Enseñáronla un altísimo recogimiento interior, porque trabajando para el culto de Dios estuviese en oración muy elevada, como la instruyeron antes en el modo admirable y devotísimo de asistir al coro y rezar el oficio divino. De varios modos se la representaban, ayudándola, instruyéndola, esforzándola, y aún podemos añadir que también sirviéndola; pues solo su ministerio podía, sobre hallarse hecho, por lo tan bien hecho y tan aprisa, lo que tocaba a la
Madre
Juana
, tener encendida muchas veces la lámpara del Santísimo a deshora de la noche, en que, apagada antes, no pudo encenderla persona humana; y muchos días, faltando quien a tiempo la echase aceite, arder como si le tuviera bueno y con abundancia. Siendo tornera logró mucho más en la multiplicación portentosa, y varias veces repetida, de pan y dinero, con que Dios mostraba el agrado suyo en las limosnas que daba a los pobres, sobre
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su deseo, aplicación y caritativo empeño de que estuviesen sus hermanas (y más las enfermas) muy asistidas en un todo; y faltando para su regalo ya esto, ya aquello, hecha oración, hallaba lo preciso donde ninguno podía haberlo puesto. El demonio, envidiosísimo del espíritu con que todo lo ejecutaba, y rabiosos de las muchas almas que, con voces de fuego, al llegar al torno convirtió la
Madre
a penitencia, y de las muchísimas que mejoró en su adelantamiento, la persiguió de mil modos, Y tal vez en figura de etíope horroroso, llegó al torno tocando arrebatadamente la campanilla, por destemplarla siquiera; mas la acrecía el mérito en el que ella lograba viviendo con más fervor, por hacerse siempre presente al Señor, que ideaba era a quien servía en cuanto allí trabajaba. Y, de hecho, la premiñó su Majestad, llegando al torno una vez a pedir limosna en figura y traje de pobre sacerdote, dejándola enriquecida al dársela la
Madre
Juana
, con el fuego y dulzuras que en su corazón sintió. Otra vez se la descubrió con la cruz a cuestas. Otras, como niño hermosísimo, la acarició y regaló con deliciosísimas suavidades. Todos estos conortes, con otros muchos consuelos interiores y altísimos sentimientos que la comunicó su esposo amantísimo, eran armas, unas veces para rebatir, y otras premio de haber rebatido los terribles asaltos, tentaciones formidables
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y combates indecibles del demonio, que contra esta esposa de Cristo toda la vida se armó con porfiada continuación y universalidad singularísima, aun entre almas muy perseguidas.
Entrando a ser presidenta de su comunidad por precepto a que no pudo resistir ni evitar (por no tener aún el bulero de
Roma, que la llegó después y la eximía de serlo, aunque su confesor no la permitió le presentase) fue exactísima, más en alentar y consolar que en corregir, así por lo observantísimo de sus hijas como por innata afabilidad y santo agrado de la
Madre, que, relevada de este por la elección de priora, entró también por obediencia al empleo de maestra de novicias, que ejercitó por cuatro años hasta su muerte, con aquel empeño y espíritu que los demás, creciendo con los años y el padecer, cuanto se acercaba más al fin, los regalos del Señor, así en las comuniones en que se le descubría frecuentemente en muchas y muy diversas figuras, aunque todas de dulcísimo amante para con ella, como en oración y fuera de ella, en que se le manifestaba, ya coronada de espinas, ya azotado a la columna, ya con la cruz a cuestas, ya como Salvador, que recibía su corazón y hacía su Majestad como alarde de él, teniéndole en sus manos, como de don y presente hecho por ella muy agradable a sus ojos; añadiendo otras
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ternuras en regalos y expresiones tan cariñosas que se hicieran increíbles a quien ignorara la dignación infinita del esposo, y la fiel correspondencia de su esposa, que se hizo digna de recibirlas a imitación de otras almas favorecidísimas, según las reglas, observación y señales que del buen espíritu señalan los doctores místicos; y que hecha madura reflexión sobre el de la
Madre
Juana
, convienen muchos confesores suyos, que aún viven, y tan a fondo tocaron, vieron y por muchos años experimentaron su solidez, le cuadran todas.
§ IV
Su mortificación en un todo y votos religiosos.
La pureza del corazón, sin la cual ni hay, ni puede haber virtud que lo sea, o nace en brazos de la mortificación, o solo se mantiene con ella. La de esta venerable
Madre
fue universal. A sus ojos puso ley, y fue inviolable, de jamás mirar hombre alguno; y así desde su tan valiente renovación, ni a niño miró jamás a la cara. A toda curiosidad, aun santa, se negó también; y así, no solo cuanto indiferente de curiosidades en alhajas, telas, pinturas o adornos, venía al convento, pero aún las imágenes sagradas que delante de él pasaban en las procesiones, las vio jamás, con un tan advertido disimulo, para que no se notase su
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mortificación, que daba a entender lo veía, o había mirado, o ponderando como si lo hubiera visto, según alabar o ponderar, con que pasaba por testigo ocular la que lo era solo de oídas. Lo mismo la sucedió con varios cuartos, claustros, terrados y otras cosas que se fabricaron de nuevo en el convento, que no puso sus ojos en ellos hasta tiempo después de concluidos. Ni aun en el adorno de los altares de sus propia iglesia en festividades y días de Semana Santa, sacado los años de sacristana, y como en las pinceladas más sutiles se muestra lo más primoroso de la pintura, en estas cosas, aunque parecen leves, se manifestaba al vivo la hermosa imagen de su mortificación. A sus oídos y lengua fue privando, no solo de atender a murmuraciones, concurrir a faltas de caridad, aun muy leves, adulaciones, contiendas y otros defectos; sino es aún de hablar u oír novedades, músicas, instrumentos y otras lícitas diversiones, y antes hallaba muchos modos de mortificarse. Las faltas ajenas morían en su corazón: fue persona de gran secreto y de tanta verdad, que no podía poner por materia en sus confesiones una mentira, porque no sabía haberla dicho con advertencia en toda su vida. Aun en los pecados públicos y faltas manifiestas, no hablaba, antes excusándolas de mil modos, aunque con gran discreción hallaba la suya frutos para su provecho y confusión de lo mismo que oía culpar en otros. Fue muy dada a la soledad y silencio, y aun por eso llegó a elevarse
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sobre sí misma, sujetando en grado tan heroico sus pasiones y apetitos naturales.
Al olfato no solo privó de buenos olores, sino es que le condenó innumerables veces a la hediondez de los vasos inmundos, el humo de cosas ofensivas, los paños de los tumores, apostemas y llagas, la ropa más asquerosa de enfermas y difuntas, aplicándose al intolerable mal olor, hasta de los huesos aún con carne no del todo consumidos de las difuntas. Aun de las rosas solo tomaba las espinas, pues huyendo de aplicar las flores al olfato, cuando, por disimular, lo ejecutaba, suspendía el aliento para no percibir su fragancia. Para mortificar el sentido del gusto, no solo no se desayunó en quince años, sino es poco a poco fue minorando tanto la comida, y aumentando tanto la parsimonia, que no se sabe cómo pudo vivir algunos años con tan corto mantenimiento sin manifiesta maravilla. Sobre ser tan parca su comida, la sazonaba disimuladamente con ceniza y acíbar, saboreándose entre día con ajenjos y otras hierbas amargas, venciéndose a comer con el mismo disimulo (siendo limpísima, y así, de suma repugnancia) los desechos de las cortezas y cáscaras arrojadas de las frutas, y el salvado con las gallinas. Al tacto, sobre las penitencias insinuadas, añadió por años no hacerse aire el verano, ni quitarse las moscas, aunque por muchas algunas veces se le entraban en la boca, ni mosquitos, ni otros animalillos, que tan importunos suelen molestar. Metía las manos y [p. 22] brazos ya en el carbón, ya en el sumidor, ya en un vaso de tinta: muchas temporadas durmió vestida en el suelo; por muchos años (sacando los paréntesis de sus enfermedades) durmió sobre los cordeles de la cama; otras, desnuda sobre una estera vuelta al revés. Su sueño vino a ser muy corto e interrumpido con las vigilias. Su sueño vino a ser muy corto e interrumpido con las vigilias de su oración; que si a esto añadimos aquellos sus rigores, aquel estar hora y media postrada en cruz sobre la tierra, subir muchas veces de rodillas, y estas desnudas, por una escalerilla de setenta escalones, sus enfermedades continuas, calenturas, dolores muy agudos, con otras mil mortificaciones de este sentido, podíamos decir que llegó a estar más muerta que mortificada. A este heroico grado de mortificación no llegó de repente, sino es por sus grados, castigando en sí con muchas inventivas de mortificaciones irregulares y extrañas cualquiera falta suya.
A sentidos tan mortificados no les guardó Dios todo el premio para la otra vida: en esta comunicó a sus ojos luz del Cielo, cuando a la media noche era perseguida del demonio entre las tinieblas. Vio salir de un crucifijo que traía sobre su pecho, un globo de resplandor, otras veces vio un camino de resplandor desde el sagrario hasta su pecho; muchas otras a la hostia consagrada, al ir a comulgar, como un ascua que tocaba a rebato en su corazón, según el divino fuego que en él encendía. Ya hemos dicho que los ángeles, los santos y el Rey
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y la Reina de los ángeles, y santos en muchas ocasiones fueron objetos de su vista interior, como también de su oído, percibiendo sus dulcísimas voces y hablas tan deleitosas, que enajenando el cuerpo del sentido, constituían su alma en una felicidad indecible. En su olfato experimentó fragancias del cielo, ya en las reliquias de los santos, que otros no percibían, ya al recibir el pan floreado del Sacramento Santísimo, y ya al escribir su cuenta de conciencia, y aun sus papeles, que contenían esta materia, despedían tan buen olor que no es fácil hallar a qué compararlo. Al gusto muchas veces le concedió el Señor una dulzura peregrina cuando comulgaba, que empezando por el paladar se derramaba por todo su cuerpo, como un precioso y celestial licor que fortalecía sus fuerzas cuando más caídas; y estando en peligro de muerte, le servía algunas veces el viático de entera mejoría.
Los votos religiosos miró la venerable
Madre
como su primera obligación. En el de la pobreza solo usó de sus oficios para tomar para sí lo peor y más viejo con mayor disimulo. Sobre carecer de otras alhajas, se descartaba hasta de las cosillas permitidas de devoción: careció muchas veces aun de lo necesario. Trabajó siempre con sus manos, aun enferma, con el título de diversión, pero siendo tanta su pobreza en el efecto, fue aún mayor el afecto, sed y ansias que tuvo de esta virtud de
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los desprecios y pobreza de la cruz de Cristo. Sus castidad fue como un blanco lirio, siempre defendida con las espinas de tantas penitencias, mortificación de sus sentidos y continuas dolencias: con llegarse con tanta disposición y frecuencia a recibir el pan de los ángeles, y vino, que hace vírgenes de cuerpo y mente, continuada oración, recurso a la Pasión de Cristo, protección de su Purísima Madre, claridad de conciencia a sus confesores, aumentó la blancura de su castidad como los ampos de la nieve, viniendo a lograr por gracia lo que los ángeles tienen por naturaleza. Consiguió la venerable
Madre
en el tercer voto obedecer sin mostrar repugnancias, con prontitud y voluntad, aun en cosas que la eran muy repugnantes, o al natural o al gusto de su humildad, con profundísima obediencia ciega, de que hay mil ejemplos, sujetando su juicio y entendimiento, que es lo más perfecto de esta virtud. Para mayor esmero de ella, deseó y pidió hacer voto de obediencia al confesor, y como no se le concediese, procuró licencia de hacerle de no cometer pecado venial con advertencia, la cual solo obtuvo el último año de su vida por pocos días, los que, concluidos, le fue renovado hasta la muerte con gran consuelo de su espíritu. En cuyo tiempo no es mucho lo guardase a quien entendiese, que parece vivía ya más en el cielo que en la tierra. Logró la aprobación suavísima del Señor en orden a la observancia de sus votos, cuando temerosa de sus faltas en ellos
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oyó a su Majestad que con voces impresas en su alma, claras, suaves y penetrativas, la decía: “Alma mía, no te aflijas, que en tu obediencia me has hallado, en tu castidad me tienes, y en tu pobreza me posees y toda estás conmigo en esta cruz”.
§ V
Su humildad y paciencia
Toda la eminente fábrica de esta grande alma necesitó del cimiento que logró en su profundísima humildad. Cultivó esta virtud, en que tuvo y practicó sentimientos altísimos cuanto primorosos, y tanto más cuanto menos conocidos fueron, cursando frecuentemente la escuela práctica del desengaño y lo humilde, cual es el sepulcro; y así en la bóveda de las difuntas hallaba la
Madre
Juana
, para las flores y frutos de su propio desprecio, un delicioso jardín, que tan despacio y tantas veces paseaba con reflexiones de su entendimiento mientras recorrían sus ojos los cadáveres y huesos de sus hermanas. De aquí salía tan confusa y encogida que se juzgaba y creía por indigna de estar entre tantas santas, no teniendo ella más de religiosa que el hábito tan desmerecido por sus culpas e inobservancias. Pasmábase de que la sufriesen los demás siendo quien era, y más aún que los confesores, conociéndola tan de adentro, no la arrojasen de sí, pues era en
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cierto modo, según pensaba y repetía, peor que un demonio, dando a Dios gracias de que a todos diese paciencia para tolerarla. Apenas puede idearse, fuera de lo que fuese culpa, cosa alguna que más mortificase a su humildad, que la aprensión y temor de que hubiese de saberse algo que fuese alabanza suya, aun después de muerta. Y por eso fueron tantas las lágrimas que la costó obedecer a sus confesores en escribir lo que pasaba, y fueron tan instantes sus ruegos para que al punto que leyesen para reprenderla, instruirla y gobernarla, sus cuentas de conciencia, lo quemasen todo, porque jamás hubiese memoria entre vivos de quien tan mal como ella había correspondido a un Dios que tanto la había favorecido. Carácter máximo de santos esta desestima y desprecio tan alto de sí, que los que no lo son no aciertan a idear cómo le pueden tener. Por eso mismo pidió varias veces licencia para lo contrario, esto es, para escribir sus pecados y dejando caer como perdidizos los papeles de ellos, lograr el que el mundo todo supiese: cuán abominable criatura era, cuán infiel a su Dios. Pasmoso ofrecimiento, y más el empeño repetido para su ejecución.
Con esto la paciencia, podemos decir que en orden a sufrir de criaturas estuvo en la
Madre
Juana
casi sin ejercicio, porque como un fuego grande embebe en sí otro pequeño para sus efectos, siendo los de su humildad, ansias de ser
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despreciada, abatida y olvidada, y en cuanto sin culpa pudiese aborrecida de todas las criaturas, viva y muerta (que esto pedía a Dios por extremo asombroso y poco frecuente de humildad y santo aborrecimiento de sí) al llegar a los desprecios no obraba tanto su paciencia para el sufrimiento cuanto su humildad para el gusto y alborozo, pues en ellos lograba lo que tan ansiosamente deseaba y pedía. Y dispuso Dios nos dejase grandes ejemplos de todo, permitiendo la ejercitasen mucho y muchas veces, aunque con bueno y santo celo, personas de su mayor veneración. El demonio, solícito de lograr alguna ventaja en algún destemple suyo, conmovió muchos ánimos contra ella, permitiendo Dios tal irritación y encono (¿cuánto padecieron de semejantes impulsos
santa Catalina de Sena,
santa Teresa
y ambas
santas Rosas?) que además de tirarla a su virtud e hipocresía, y las demás voces consiguientes a esas tan recias, hasta el decoro mismo se extendieron las que sugirió el demonio, siendo en la
Madre
Juana
gozo, y grande, el padecer
per infamiam, et bonam famam, con el
santo Apóstol; y solo le era sentimiento y dolor el que su tan venerada y querida comunidad de humanos ángeles, como llamaba y creía a sus hermanas, pudiese padecer en el desdoro que ella se merecía, pues era tal, añadía, (sacando nuevo y admirable sentimiento de humildad en lo mismo que gozaba
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de su padecer) que no acertaba aún a tener deseos de ser buena, sin ser ocasión de que tuviesen que sentir y tolerar las que eran tan buenas y santas.
Mas dejándose toda a Dios, y encomendando más de veras a su Majestad a quienes más debía, según su frase santa, quedó triunfante en todo su humildad gozosa cuanto sufrida. Solo no a acertó a serlo de sus alabanzas, hallando intolerable tormento (cual suele ser a los demás verse u oírse despreciados) en verse u oírse aplaudida y alabada: y así pasó a lo que de rarísimo se oirá, que fue no solo huir y aborrecer su estimación cuando viva, sino para siempre después de muerta, en que tuvo también su parte su gran corazón, pues a fuer de serlo despreciaba, y aun aborrecía, por lo que su apego podía impedir de cielo, cuanto se mira apreciable en la tierra, y como tal se desea, mirándolo todo ella, como es, humo, aire, y nada. Una religiosa, según depone, y ofrece lo hará con juramento, si legítimamente se pide, encontró a la
Madre
Juana
ocho o nueve veces transportada y extática, y algunas otras, ya en su celda, ya en el coro después de la media noche, ya en la sala del noviciado, elevada en el aire, despidiendo resplandores y suavísimas fragancias; y una, en un pequeño aposento de la sacristía, elevada en el aire más de vara y media en alto, toda
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encendida y rodeada de luces, teniendo en una mano un aguamanil, y en la otra una fuente de plata, por estar empleada entonces en lo que pedía su oficio de sacristana. Restituida a sus sentidos, no pudiendo negar lo que según las circunstancias de cierto conocía que la otra había visto, la pidió con tales instancias, ruegos y lágrimas callase lo que sabía, y había visto, no solo en su vida, sino es después de muerta ella, si la alcanzaba en días; que la religiosa, por conocer el tormento de su humildad en no estar asegurada de su inviolable silencio, la dio palabra formal de callarlo para siempre. Y aun estando la
Madre
Juana
tan de agonía que a pocas horas expiró, viendo cerca de sí a esta religiosa, la reconvino con la palabra dada y la obligación que a guardársela tenía. Y así lo ha ejecutado hasta que, oprimida de vehementes impulsos, que ha resistido por casi un año y más del escrúpulo de defraudar a Dios esta gloria, lo ha revelado a su confesor.
Seguramente puede y debe decirse, que en el odio santo a sí misma para despreciarse, abatirse y ser desestimada, como en atormentarse, perseguirse y aún encruelecerse contra su cuerpo, fue insigne esta grande alma, y que apenas se saben artes ni estudio con que los más amantes de sí, por más ciegos de su amor propio, hayan buscado sus regalos, gustos, honras y
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estimación, que no haya excedido la ingeniosidad humilde y mortificada suya en los sutiles, varios y exquisitos modos de buscar, y haber hallado, su desestima, desprecio, rigores, tormentos y penitencias, mereciéndose, en orden a ejecutar estas, la admiración su arte, con tal primor, que, sin faltar a la sinceridad que debía y en todo observaba, se las concedían para lo que no pensaban, y ella ponía por obra; porque a su odio santo contra sí, todo parecía poco, y preciso, y aun no bastante, para lo que debía atormentarse a sí misma. Por eso agradecía a Dios, como quien por sí nada sabía hacer, ni macerarse por Dios, que de su mano la enviase dolores, enfermedades (dieciséis o veinte tuvo en que se halló, recibidos los santos sacramentos, a las puertas de la muerte) fatigas y congojas insuperables en cuerpo y alma, de que estuvo no solo entretejida con los suavísimos regalos que sin número recibió, si es poblada toda su vida: a que llegándose también las persecuciones casi continuas, y de modos tan extraños, y muchísimas veces corpóreas de los demonios, es preciso confesar que sin extraordinarias fuerzas del poder divino, que la conservaba y fortalecía, no se aprehende haber podido vivir, y menos haber sabido vencer, y con humildad y paciencia tan sublimes, y heroicas
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como fueron las de la
Madre
Juana
.
§ VI
Su caridad y efectos
El amor de dios era el dominante, y árbitro en los movimientos todos del corazón de esta admirable virgen. Su incendio la hizo apetecer antes todo el padecer del infierno que cometer una sola culpa venial, y así hizo el voto ya dicho de no cometerle jamás; y por evitarle en otros se ofrecía no solo a los mayores martirios del mundo y penas del purgatorio, sino es también a las del infierno, sin culpa suya; sin ella, porque todos los hombres y los mismos demonios amaran y sin fin alabaran al Señor, con todos los condenados del infierno estaba pronta a padecer con gusto las eternas penas de condenado y demonios. Y si por evitar una sola culpa contra su Dios, fuera su voluntad santísima se juntaran en ella todos los trabajos, dolores, penas, afrentas, oprobios, persecuciones, desprecios y ser el desecho del mundo y oprobio de las gentes, esta fuera su mayor gloria. Solo el oír aunque fuese en sermones en que se reprendiesen vicios, expresión de culpa, como que se hubiese cometido, la hacía estremecer y anegarse en llanto.
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Quien ama mucho solo piensa en quien ama; y así la
Madre
Juana
, enardecida en amor de su esposo, casi no le perdía de vista en su corazón. A esto hacía le sirviesen todas la criaturas, que la gritaban al Criador. Los campos que miraba, las flores, el fuego, la luz, el agua, el cielo, el sol, los planetas, encendían su espíritu en afectos inenarrables de su Dios con raras inventivas de caridad. Las pinturas que veía, las reliquias que traía consigo, y hasta de las flores que bordaba, sacaba copiosos frutos de amor. En los mismos matices y colores de la sedas, colocaba las virtudes: en el blanco, la pureza; la penitencia y humildad, en el morado; y en el carmesí el amor de Dios, con semejanza en los demás. Y ejercitando los actos correspondientes a las virtudes, sacaba más primores en su espíritu que en sus bordados. Los cíngulos que tejía era con más afectos que hebras, por acordarla los cordeles que ataron a su Dios. Cuando se ocupaba en componer algún Niño Jesús, todo era andar en un perpetuo círculo de afectos; y siendo su centro cuanto conocía de la humanidad y divinidad de Cristo, las líneas de su corazón se dirigían a la inmensidad de sus perfecciones, atributos, beneficios y virtudes. Hasta las veces que hilaba, se proponía a vista del uso pendiente del hilo a su amado, como enclavado por su amor. Ya iba recurriendo a la protección de los santos,
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cuyas reliquias colocaba, o vestidos bordaba, para que la enseñasen el verdadero amor de Dios, imitando sus ejemplos, ya teniendo presente aquel vivo fuego que habitó en el corazón de María santísima, como en su propia región, cuando estaba en el templo, y hacía sus labores y demás oficios: en los suyos, la
Madre
Juana
se engolfaba contemplando sus perfecciones, gracias, prerrogativas y virtudes de esta gran reina, deseando ser su verdadera imitadora. Sobre todo, en el Sacramento Santísimo, a vista de los extremos de fineza, milagros, liberalidad y amor del Señor, se engolfaba su espíritu más de lo que se puede ponderar, siendo la Pasión y muerte representada en este sacramento, como el pasto común con que se mantenía su amor y ejercicio utilísimo de presencia de Dios, entrando y saliendo sin cesar por sus heridas y llagas a los adorables e incomprensibles secretos de la divinidad santísima del Señor, que llegó a poner en esta su esposa una bóveda impenetrable, como se dice de
santa Catalina de Sena, en donde el manejo y cumplimiento de sus oficios y trato de criaturas no la impedían en un punto el de su continua oración, que hacía levantar la llama tanto que todo eran incendios, con un modo asombroso igualmente que vario: pues unas veces caminaba como entre calles de luz y gloria,
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y otras como entre cumbres, peñascos y selvas oscurísimas, con terribles desamparos, sequedades, desolaciones, hastíos y conturbaciones. No obstante, siempre pintaba el útil de su padecer y gozar en el ardor que dejaba en su corazón, que llegó a refundirse en sus efectos hasta en lo corpóreo.
Causaba la falta de fuerzas, suma flaqueza, quitársela las ganas del comer, encender tal especie de calentura y otros achaques, que no los curaba la medicina de la tierra, hasta que el Médico del Cielo la sanaba; y solía ser cuando comulgaba. Muchas veces era tal el aumento de calor, que miraba si realmente se quemaba, saliéndose a tomar el aire helado en tiempo de frío, en donde a sus solas, prorrumpiendo en afectos dulcísimos del divino amor, y apartando la ropa del pecho, se templaba un tanto aquel fuego exterior. Estos últimos años de su vida conocía perceptiblemente hinchársele el lado del corazón con tales ímpetus que parecía quererse salir de la cárcel del cuerpo. A este principio podemos refundir ser las cosas que, por lo regular, la aplicaban en sus dolencias, de las más frías, y esas solas retenía, cuando todo otro alimento lo lanzaba. El derramar tan frecuentemente lágrimas, que no las llevaba, aunque mujer, de su natural, servía de lo que el rociar la fragua. Hasta sus sueños en lo último de su
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vida eran muy semejantes a sus vigilias, siendo tales los afectos y coloquios con su amado, dormida, que pluguiese a Dios, decía la humilde virgen, que los hiciera así cuando dispierta. Y, siendo tales los sueños, cuáles serían sus vigilias: si estos eran accidentes del divino amor que poseía su alma, cuál sería su sustancia; y si esto es lo menos, cuál sería lo más de la caridad encendida para con su Dios.
§ VII
Previénela Dios con regales, y el demonio con mayores combates, años antes de su muerte.
Los cuatro años precedentes a la muerte de esta venerable
Madre, fueron un tejido admirable de actos heroicos de todas las virtudes, de regalos de Dios muy extraordinarios y muy frecuentes, y del demonio en extrañísimos modos de perseguirla. Comenzó esta serie y variedad con los aliento que la dio su Padre
san Agustín, que acompañado de muchos ángeles, estando muy descuidada en una de sus mortales dolencias, y santamente envidiosa de las que oían misa, se la apareció y celebró una misa misteriosa, con que quedó sumamente consolada y más enardecida. Empezando a obedecer en escribir
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lo que su confesor la mandaba, por ser tan sumo el tormento de su humildad, revelando algo que pudiese ser alabanza suya, la confortó Dios, lo primero, manifestándola claramente su voluntad de que obedeciese en esto tan repugnante a su humildad, y lo segundo, aumentando sus luces, hablas, éxtasis y visiones, hasta con excesos de dignación. Siete veces vio a Cristo, ya a la columna azotado, ya de Ecce Homo, ya crucificado, a cuyas llagas santísimas se veía a sí misma volar en figura de hermosa abejita, ya de Niño bellísimo, y otra como de seis años, coronado de espinas, quejándose de los pecadores cristianos, que se las clavaban. En el Sacramento Santísimo se le descubrió con gran frecuencia, y manifestó su agrado en que prosiguiese escribiendo por obediencia, y que se la premiaba conservando más tiempo que lo regular las especies sacramentales en su pecho. Los santos ángeles también la visitaron y regalaron, y se la aseguró la habían destinado otro ángel tutelar suyo. La Reina de los ángeles no podía faltar a las caricias de quien tan dulces, tan singulares, y tan repetidas las recibía de su Hijo santísimo: y así también se la apareció muchas veces en su vida, regalándola con las suyas.
En contraposición del cielo, se armó el infierno para embarazar e impedir el que
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escribiese, y mucho más el gran beneficio que es el máximo de los que recibió: porque en él la venerable
Madre
se vio con la Pasión comunicada a su alma y cuerpo en el padecer, o compadecer con su dulcísimo esposo, según deseaba el apóstol fuesen los suyos:
comunicantes eisdem Christi passionibus. Las trazas, pues, y ardides del demonio para impedir este intento, fueron sin número. Luego que tomaba la pluma sentía se la arrebataban de la mano, turbarla la vista, cubrirla los ojos, ponerla tal olvido para formar letras como si no supiera escribir: experimentaba adormecido el brazo, entumecidos los dedos, y sin movimiento; tales dolores en los hombros como si la desencajaran los huesos; tal vez la borraron lo escrito; otras aparecían hormigas sobre la mano que escribía, enjambre de abejas, que la martirizaban, moscas grandes, que se entraban en la boca y narices; bandadas de murciélagos, que con sus aletas y chillidos la estorbaban. Estas cosas, como evidencias experimentadas solo cuando se ponía a escribir esto que la mandaban, fueron muy patentes a la venerable
Madre; como el oír muchas veces a los demonios mismos, que con voces broncas cuanto rabiosas, la amenazaban con mayores tormentos si escribía, formando tales temblores de tierra, ruidos, estallidos, huracanes, truenos y tempestades
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que la amedrentaban, y más cuando con gran murmullo y crujir de dientes la acometían como para despedazarla, dándola juntamente a grandes voces vaya a su santidad, que era una embustera, enemiga de Dios, ya dejada de su mano y condenada, que en la hora de su muerte no vería, acabando desesperada, con otras mil expresiones, que llevadas con admirable humildad y sufrimiento, manifestaban el candor de su alma, temerosa si diría verdad el padre mismo de la mentira, o si, sin conocerlo, tendría algún pecado oculto en su alma.
Para que a boca no diese esta misma cuenta de su vida, experimentaba en el confesonario no poder algunas veces articular palabra, por hallarse la lengua pegada al paladar, o tan hinchada de repente, que no la cabía en la boca, causándola ya una tos continua, ya aprieto improviso de garganta, como si la ahogaran; y, en lo interior, moviéndola a despecho, desesperación y rabia. La hacían, sobre esto, dar muchas caídas, la aturdían con bramidos, la horrorizaban con visiones espantosas y figuras detestables de personas azogadas, de mulatos y negros atezados, causándola tales dolores como si la pusieran en un potro de tormento, que unido por su espíritu con el que su esposo padeció en la cruz, la era tolerable, y aun dulce,
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aunque sobrado para morir muchas veces. Poniéndose la humilde virgen una vez a pensar, con notable candor y humilde sencillez, cuál sería la causa de que siendo ella tan mala, y, por consecuencia, en nada perjudicial o contraria a los demonios, como lo son las almas fervorosas, la perseguían a ella con tanto encono, rabia y continuación como podían a la que fuese santa, y no tan delincuente e ingrata como ella era: comulgó, y entendió por respuesta que la dio su divino esposo, que el demonio pretendía con todos aquellos horrores, espantos e inquietudes, apartarla de obedecer y perturbar aquella incesante presencia tan familiar, tierna y afectuosa que traía de su Majestad.
§ VIII
Muerte de la venerable
Madre.
Los alientos de una antorcha al apagarse son mayores siempre, y tales fueron los de esta virgen, en quien creciendo, con las mayores misericordias de Dios, nuevos, mayores y más tremendos combates del demonio,
Sciens quod modicum tempus habet, fueron también más gloriosas las victorias, más intensos sus fervores, y más encendidas las ansias de verse libre del cuerpo de esta mortalidad.
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Esas repetía a su esposo, esas decía a los ángeles, como recado que les daba para su amado; esas inculcaba a los pies de su Reina, su Madre y su Señora, suspirando sin cesar por aquella dulce patria. Y hay varios y vehementes indicios de que su Majestad, obligado de sus amorosas instancias, la consoló revelándola su próxima muerte. Y así, en la dolencia en que cayó, aunque mortal, no desconfiando sus hermanas de su salud y vida, pues tantas otras veces la habían visto aun en extremo mayor a su parecer, ella, con aseveración dijo a una que “moriría en breve”. Sus fervores ahora fueron cuales se podían y debían esperar de los admirables de su vida, con que se dice en pocas palabras lo que no cabe en muchísimas.
Recibió los santos sacramentos, respirando incendios de amor, ternura y llamas en cada voz que articulaba. Con sumo sigilo entregó a su confesor, con los papeles que aún restaban (con licencia superior, por mayor secreto) los instrumentos, aun a la vista sola horrendos de sus rigores penitentísimo de cilicios de todas especies, y materiales de disciplinas también de rara inventiva, y solo propia de su ingeniosidad, con las señales de su sangre, por más cuidado suyo en haberlos lavado con frecuencia en la acequia, porque nunca pareciese indicio alguno de su rigor contra sí. Tuvo
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un rapto en aquel tiempo, de que volvió más como moradora del cielo que como la que aún vivía en la tierra. Así disponía Dios a esta grande alma para que dejase aquel inocente, afligidísimo cuerpo, que tan leal compañero la había sido en tan prolongados, continuos y rigidísimos sufrimientos para merecer. Llegó la hora última en que, avivándose más y más con la cercanía el incendio amante de su corazón, entre dulcísimos afectos suyos, llantos y preces de sus tan dignas y tan amadas hermanas, dio placidísimamente su espíritu al Señor, y tanto, que apenas pudo conocerse que había expirado, a los once de noviembre de mil setecientos quince.
El llano por su muerte enjugó la firme creencia de haber subido desde luego al gran trono de gloria que con vida tan singular y admirable se había merecido. La modestia de su comunidad religiosísima no admitió singularidad alguna para su entierro, aunque la voz universal hizo distinción tan grande como se mereció su veneración, apellidándola santa. Y de su comunidad misma, donde para sobresalir, por ángeles todas, es forzoso descollar como gigante, se vieron correr con devoción juntamente impetuosa a abrazar y besar el cadáver de la que tanto veneraron y quisieron; y a una no hubo modo de apartarla de él hasta que fue inexcusable el haberse de cerrar la
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bóveda, y, con lágrimas y alabanzas tal vez se les oyó a unas decir que la
Madre
Encarnación
leía los corazones y decía lo que pasaba en ellos, según experiencias que tenían. A otras, que debía estar puesta en los altares, con muchísimas individuaciones de sus heroicas virtudes, como testigos oculares que se las vieron ejercitar. El señor
obispo
don Francisco Angulo
la veneró cordialmente y le pagó la venerable
Madre
prediciéndole su cercana muerte cuando estaba tan sano que la había ido a visitar. El concepto que a su sucesor el eminentísimo señor don
Luis Belluga y Moncada
le mereció grande también, y Dios se ha servido de confirmar el de todos con muchos portentosos sucesos que, con su invocación o aplicación de alguna reliquia suya, se han visto en recobro de salud y otros particulares beneficios, que se pondrán en su Vida, por pedir más extensa narración. Ahora solo se propondrá un espécimen de las gracias gratis datas con que fue favorecida.
§ IX
Privilegios que a Dios debió para bien de otros.
Enriqueció Dios a esta sierva suya, como a quien había elegido para bien de muchos, con dones propios de su mano
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liberalísima. El de profecía se descubrió en muchos y muy grandes sucesos que con firmeza dijo muy de antemano, y en que, sin duda alguna se mantuvo, aun siendo todo lo que ocurría contrario a sus predicciones, como la muerte del señor
Angulo, su prelado, las de otras personas, no obstante haberse levantado de la cama, y aun salido de casa, como sanas, o, a lo menos, como aseguradas de su dolencia. La de otro caballero cruzado, que estaba muy distante de
Murcia, supo y dijo cuando sucedió, y que se había enterrado no con el manto capitular de su Orden, sino es con el de
san Francisco; y el correo que después llegó, en todo manifestó su verdad. Y al contrario, aseguró la salud y vida de quien desahuciado de los médicos todos creían cierta la muerte; como también la curación en breve de uno, a quien los escrúpulos tenían casi fuera de juicio; y de otro religiosos, vehemente tentado, dijo tiempo antes sus órdenes, quietud y vida tan edificativa como tranquila. Y pudieran añadirse otros muchísimos casos que comprueban como insigne este don en ella, mas se va a la insinuación de los que más sobresalieron.
El del conocimiento de interiores fue también singular. A una novicia de su convento, y a otro de otra religión, que iba de compañero del que era profeso de ella, conociendo
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cuán tentados estaban en su vocación, aunque con ninguno se habían explicado, les dijo la
Madre
Juana
sus pensamientos e ideas, y les habló de suerte que perseveraron cada uno en la suya con gran gusto y aprovechamiento. Al torno, mientras fue sacristana y tornera, llegaron muchas personas cuyas conciencias desde las primeras palabras reconocía encenagadas; y al oírla (leyéndoles sus corazones) los consejos y palabras tan de vida, que para la de sus almas pronunciaba, se apartaron al punto de su mal vivir. Lo mismo sucedió a uno que estaba resuelto a desesperarse; y a otro, con ánimo fijo de hacer una muerte, que, viendo sabidos de la
Madre
sus designios que a ninguno habían revelado, se arrepintieron, como si fueses una misión apostólica cada palabra suya. A un caballero, encomendándole se pusiese en gracia de Dios, aunque con aquella discretísima alegre seriedad que le era natural; respondiendo él: “Madre, hoy no me nos me he confesado”. “Ay, Señor, replicó ella, si la confesión es mala peor queda el alma por el horrendo sacrilegio cometido”. Asombrose el caballero, porque conoció que sabía la sierva de Dios sus confesiones sacrílegas, solo a Dios notorias; y, arrepentido, hizo una confesión general como debía, y, habiendo vuelto a decírselo y darle gracias, ella con gran disimulo y arte, divirtió
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la conversación haciéndose desentendida, y solo atribuyendo el suceso y moción del caballero a sus voces como generales. De unas personas, tenidas por muy devotas de las que llegaban de fuera, huía con grande extremos, y mostraba gusto y satisfacción de otras muy perseguidas, y aun notadas. Y descubrió el tiempo en el castigo de la hipocresía de las primeras, y en la notoriedad de la inocencia de las segundas, el conocimiento superior de la
Madre, y cuán penetrados tenía los corazones; y así de otros muchos sucesos.
El don o gracia de curación también tuvo en vida, según prueban las muchas personas que, o haciendo sobre ellas la señal de la cruz o aplicándoles alguna estampa, o dándolas algo que comiesen, mejoraron luego, o sanaron del todo de muy graves y distintos accidentes, siendo su mejor y más eficaz medicina el contacto de las manos inmediato o mediato, junto con sus oraciones. Desconfiando de su profesión una novicia en su convento por ciertos tumores que argüían a enfermedad incurable, la untó la sierva de Dios, aunque ya no era enfermera, por orden de su confesor, a quien la priora había pedido se lo mandase por muchos días, con el aceite de la lámpara de
san Ignacio de Loyola. La enferma sanó luego, con asombro del médico, que le aclamó por milagro con toda la
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comunidad. Este le atribuyó al santo, mas la mano por donde vino fue de la
Madre
Juana
, que la ungió; y por obediencia, y para fin tan santo, en que profesase una esposa de Cristo, su parte y bien principal la toca. Otros muchos parecidos a los precedentes prueban esta gracia que Dios la concedió.
La de multiplicación de alimentos, ya de dinero para limosnas y fábrica en el convento, se tocó ya con los prodigios repetidos en arder las lámparas sin cebarlas ni encenderlas. El papel en que dio la cuenta de conciencia por escrito, según la mandó el confesor, recorriendo su vida toda (inspirado sin duda del Altísimo, por que lograse el mundo esta nueva valiente idea de la virtud) insensiblemente se multiplicó muchas veces, porque faltase el reparo al pedirle tantas en tan poco tiempo a su superiora. Este prodigio, tocado con las manos, se acompañó de otro sin número de ellos, para que prosiguiese en escribir esta cuenta. Antes de la hora u horas destinadas para esto, solía frecuentemente hallarse imposibilitada aun de echar una firma, por temblor extraordinario del pulso, ahogo de pecho, exorbitantes dolores de todo el cuerpo, olvido de cuanto había de escribir en el hilo y serie con que continuase la de su vida; mas pidiendo a Dios la diese licencia de obedecer, al momento cesaba todo, quedando la mano
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tan ágil, tan libre el pulso, la mente tan despejada, que escribía más en una hora que pudiera naturalmente escribir, según su experiencia en otras materias, aun estando buena, por casi un día entero. Cesando de escribir, volvían sus dolores, su temblor, ahogo y debilidad en cuerpo y pulso, pecho, fuerzas, quebrantada toda ella: y solo al volver a la pluma, volvía todo su reparo y alivio, que duraba solo lo que el escribir. El acordarse de todas y cada una de las más leves individualidades de toda su vida, el venírsele a la pluma sin confusión y a tiempo, según en cada especie pedía la oportunidad respecto de cada una ¿cuántos prodigios es? Sábenlo los que saben más, y les costó más el aprovechar a otros con escribir. Muchas veces rehusando su humildad expresar (ya que obediente no podía callar la sustancia de los regalos) los términos y voces deliciosísimas que a Cristo, a su Madre Santísima, ángeles y santos había debido, las hallaba escritas formalmente, no contentándose Dios con enviárselas a su pluma, sino pasando a tomarla Dios mismo, escribiéndolas con su dedo.
Este gran conjunto de favores portentosos de Dios para que la venerable
Madre
escribiese, y el de los impedimentos tan exorbitantes, y aun crueles del demonio para que lo dejase, acreditó lo grande y útil de
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cuanto escribió, y singularmente del beneficio, en que su esposo santísimo la comunicó su Pasión: ella está toda tan de fuego en su estilo, expresiones, afectos, paréntesis, digresiones oportunísimas, que el de su corazón brota en cada una de sus palabras, siendo cada una o una flecha o una llama. Por eso, más que cuanto grande y heroico se dice por sus confesores de su santidad, más aún que lo que tantos dones, gracias, y favores, y aun milagros la acreditan, pinta y se escribe, o traslada a sí misma en el papel por el fuego que respira y es el que mejor descubre en sus cláusulas el de su pecho, viéndose verificado de nuevo en él y por él Lumine,
qui proprio proditur opse suo; y no fuego apagado en el papel, sino ardiente, eficaz y vivo, que salta desde él a comunicarse a los corazones, como experimentará quien lo leyere con cristiana sinceridad.
[p. 49]Advertencia al que leyere.
Entre lo mucho y utilísimo que escribió la venerable
Madre
de varias y admirables comunicaciones, sentimientos y enseñanzas que Dios la había franqueada, la de su Pasión sale ahora con sus voces, palabras y estilo (que es, como suyo, todo rayos, llamas e incendio) habiendo añadido por utilidad de los lectores la división con capítulos, que la
Madre
no hizo, y abreviado algunas santas digresiones, que arrebatada de aquel soberano impulso que, suspendiendo la pluma del hilo que llevaba, la hace correr como sembrando fuego por más espacio que el que ahora se tira a lograr con su pronta publicación de lo más pronto de la Pasión. Aun en la narración de esta, la hacía Dios muchas veces (según se ve en su contexto) divertirse a contar lo que actualmente la comunicaba, mas con primor naturalísimo, como de su mano todo, se ve también volver al hilo que antes seguía: todo prueba cuán de Dios era cuanto escribía, y que solo su poder pudo mantenerla, para que de puro padecer en sí, compadeciendo con su dulcísimo esposo, no muriese, cuando con tan alta luz y tanto ardiente amor de su corazón veía a su Majestad paciente y
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en el mismo orden de horas, modos y circunstancias que padeció, como si de nuevo, o se repitiese la Pasión, o hubiera asistido a la de su Majestad en la de Jerusalén. Y aunque así este, como el que recibió de María Santísima, manifestándola una imagen del alma en culpa mortal (que se pondrá al fin) con los demás favores hechos a esta admirable virgen, de que solo lo dicho es corto espécimen, han sido examinados con toda madura y seria reflexión a la luz y reglas de la Teología Mística por muchos hombres doctos, y tienen aquella seguridad moral que puede buscarse en lo prudencial. No obstante, cumpliendo con los sagrados decretos del Santísimo
Padre
Urbano VIII
, se sujeta cuanto va dicho y se dijere, de favores, regalos, visiones, apariciones, milagros y demás dones, con las voces y creencia de santidad y virtudes expresadas de la
Madre
Juana de la Encarnación
, al juicio y corrección de la Santa Iglesia, y al Vicario de Cristo su cabeza infalible.
[p. 51]Pasión de Cristo comunicada por admirable beneficio a la Venerable
Juana de la Encarnación, religiosa descalza del gran Padre
san Agustín, en el observantísimo
convento de la Ciudad de Murcia.