[h. 1r]Obras varias y admirables
de la madre
María do Ceo, religiosa francisca y abadesa del
Convento de la Esperanza de
Lisboa.
Corregidas de los muchos defectos de la edición portuguesa e ilustradas con breves notas por el doctor don
Fernando de Settién Calderón de la Barca. Y dedicadas a la excelentísima señora
duquesa de Medina-Coeli, etc.
Tomo I.
En
Madrid, por
Antonio Marín año de 1744
[h. 1v][h. 2r]A la excelentísima señora, mi señora, doña
Teresa de Moncada y Benavides, Portocarrero y Aragón, duquesa de Medina-Coeli, de Feria, de Segorve, Cardona, Alcalá y Camiña, Marquesa de Priego, de Cogolludo, de Aytona, Denia, Camares, Tarifa, Pallarés, Villa-Real, Montalván y Villalva, Condesa de Santa Gadea, Buendía, etc. Vizcondesa de Villamur, Cabrera, etc. Señora de las ciudades de Montilla, Solsona y Lucena, de las baronías de Benaguacil, Paterna, etc. Señora de la real casa de Castro, etc.
Excelentísima señora. El aprecio que han hallado en la dignación de vuestra excelencia las
Varias y admi-
rables obras
de la madre
María do Ceo
no solo ha podido darme aliento para esmaltarlas con el nombre y protección de vuestra excelencia, sino que aún me dejan lisonjeado de que en ellas la consagro una oferta que será muy conforme a su buen gusto, por su rara discreción, su estilo y su cultura. Solo con el nombre de la
Madre Ceo
me pudiera yo atrever a ponerme a los pies de vuestra excelencia, por hallarme sin más título que el que me puede dar el deseo de ser teni-
[h. 3r]
do por uno de sus siervos. Mas ya me confieso muy deudor al nombre de la autora, por haberme engrandecido con la honra de que el de vuestra excelencia ilustre la frente de mi copia. Solo siento que con las
Obras
de la
Madre Ceo
no haya yo conseguido la pluma con que se escribieron, pues solo con tal pluma pudiera hablar dignamente de estas obras y con la discreción de vuestra excelencia. Mas pues ellas hablan y la autora hace hablar a su pluma con vuestra excelencia en la mutua comu-
[h. 3v]
nicación, que la conformidad y proporción de los talentos ha facilitado entre las dos, me basta a mí el ofrecer y callar, que el mundo sabe todo lo que digo cuando pronuncio el nombre de vuestra excelencia y lo que callo cuando no me atrevo a hablar de sus grandezas. Solo deseo el que ninguno ignore que soy y quedo siempre a los pies de vuestra excelencia.
Su menor siervo,
Fernando de Settién.
[h. 4r]Censura y aprobación de don
Manuel Martínez Pingarrón, bibliotecario del rey nuestro señor.
El señor licenciado don
Joseph Gómez de Escobar, inquisidor ordinario y vicario de Madrid y su partido, me manda diga mi dictamen sobre las
Obras
que en portugués escribió la madre
María do Ceo, religiosa del orden de san Francisco y dos veces abadesa del
Convento de la Esperanza de
Lisboa, y sobre la traducción que de ellas ha hecho al castellano el doctor don
Fernando de Settién Calderón de la Barca.
Leí los libros cometidos no conociendo a la autora ni al traductor podré decir sin preocupación ni parcialidad lo que se me ofrece, siguiendo distinto rumbo del que al presente se practica en España, habiéndose olvidado o, por mejor decir, adormecido para muchos la buena enseñanza que nos dan nuestros autores y libros no modernos.
Sobrará mi censura respecto de las
[h. 4v]
mismas
Obras, pues traen en su original las aprobaciones y licencias de los prelados inmediatos de la madre María y, lo que es más, las licencias del Ordinario y las del sagrado tribunal de la Inquisición de Portugal, que con tanta vigilancia y utilidad atiende a que en aquel reino no se imprima libro alguno que no haya pasado por la censura de sus calificadores, lo que también se usó algún tiempo en Castilla y muchos desean vuelva a practicarse.
Estas
Obras
traen sobrescrito y títulos de
novelas, apólogos, metáforas, fábulas, cánticos, dramas o actos alegóricos, novenario, flos sanctorum, etc. Y esta variedad y el estilo con que proceden las pone en la clase de poéticas, pues no es otra cosa la poesía que una ficción racional que sirve de cifra o señal de alguna verdad de la naturaleza, de la historia o moral, y esta ficción o es mitológica o apologética y a ambas llamaron fábulas con Aristóteles los maestros del arte.
[h. 5r]
La apologética, de que más abunda este libro, compone las buenas costumbres con que los hombres deben vivir política y cristianamente y aunque la fábula sibarítica y cipria son de este jaez, según dice Aphtonio, ya se redujeron todas a las de Esopo, por príncipe de los que escribieron apólogos; notando Philóstrato que cuando Mercurio distribuyó a los otros poetas diversas gracias de la poesía, reservó para Esopo la alegoría de las fábulas apologéticas, en las cuales por eso excedió a los poetas mitológicos, porque estos de cimiento verdadero tejieron mentiras, y Esopo, de cimiento mentiroso, sacó verdades morales.
La excelencia de este género de fábulas, tan provechosas a las costumbres humanas y aun cristianas, está canonizada en el capítulo 9 del
Libro de los Jueces
y en el capítulo 14 del 4º
Libro de los Reyes, y en las paradojas que escribió el Tostado se hallará sobre esto cuanto se puede desear y en santo Thomás
aa Ar. 44. 55. p. 3
lo misterioso de algu-
[h. 5v]
nas figuras visibles con que explicaron los profetas grandes arcanos y que esta ficción cuando se refiere a algún misterio interior no se pueda decir mentira, sino figura de verdad. No son estas fábulas milesias, que no están debajo de la poesía racional, sino de la corrompida, y son “un desvarío vano sin meollo de virtud ni ciencia, urdido para embobecer a los simples”, como las definió dos siglos ha el buen maestro Alexo de Venegas. Pero también nos aparta el apóstol de las doctas fábulas, pues no las hacen buenas los artificios y primores con que estén tejidas si dentro de sí no encierran perfecta moral.
La
Peregrina
tiene unas pinturas tan vivas de las delicias y atractivos del mundo que, en parte que aboga por él, abulta sus objetos y hace mayores y más delicadas sus engañosas suavidades, pero luego destruye este falso, brillante y mentido bien con sólidos desengaños y con el retrato de la verdadera felicidad, retrato
[h. 6r]
bellísimo que inclina poderosamente a buscar el original a toda costa.
En los cánticos y otras poesías al amor divino parece tuvo la autora presentes los versos de su santo patriarca Francisco, que son todo fuego, todo dulzura, todo suavidades del cielo. Imita y sobrepuja a los ingenios que fueron la admiración del siglo pasado, cristianiza la discreción y agudeza del estrado, las expresiones de la corte y las delicadezas del palacio. Y así puede aumentar esta obra la colección de los libros elocuentes, estando escrita con aquel estilo crespo y pulido que llevó tras sí a los deseosos de distinguirse del vulgo.
Se deben dar muchas gracias a don Fernando por la traducción, casi imposible de obras que tienen en la lengua original primores nativos que no pueden trasladarse a otra y ha hecho muy bien en despreciar la medida en algunos versos, a trueque de no privarnos de toda el alma de ellos. Pero lo que más se debe agradecer
[h. 6v]
son las sabias notas y advertencias que esparce para quitar los tropiezos al escrúpulo.
Y esto es lo que puedo decir de la obra y de la traducción y que no encuentro en ella cosa que se oponga a los sagrados dogmas y buenas costumbres. Así lo siento, en esta
real biblioteca
a
18 de julio de 1744.
Don
Manuel Martínez Pingarrón
[h. 7r]Licencia del ordinario.
Nos, el licenciado don
Miguel Gómez de Escobar, inquisidor ordinario y vicario de esta
villa de
Madrid
y su partido, etc. Por la presente y lo que a nos toca, damos licencia para que se puedan imprimir e impriman las
Obras
de la madre
María do Ceo, abadesa de san Francisco de Lisboa, traducidas del idioma portugués al castellano por el doctor don Fernando Settién Calderón de la Barca, atento haber sido de nuestra orden y comisión vistas y reconocidas y no contener cosa opuesta a nuestra santa fe católica y buenas costumbres. Hecha en
Madrid
a
24 de julio de 1744.
Licenciado don
Miguel Gómez de Escobar.
Por su mandado.
Joseph Fernández
[h. 7v]Censura del reverendísimo padre maestro fray
Juan Picazo, del Orden de Nuestro Padre San Francisco, dos veces jubilado, guardián que ha sido del
Convento de San Diego de
Alcalá, definidor de su provincia y catedrático de prima de teología de dicha universidad.
Muy Poderoso Señor. De orden de vuestra alteza he visto las
Admirables obras
de la madre
María do Ceo, religiosa del Convento de la Esperanza de nuestro padre san Francisco de Lisboa, y ciertamente que me he movido a alabar a Dios por la altura de los talentos con que dotó a esta religiosa y de que ella como tal los emplee en materias tan provechosas. A un mismo tiempo junta lo útil de la doctrina con lo dulce del estilo y por la altura del concepto merece bien el apellido que le han dado de
Cielo. No hallo cosa que me parezca censurable, pues la delicada atención del traductor previene oportunamente con sus notas lo que pudiera detener a los in-
[h. 8r]
doctos. Cada librito de estos es un abultado tesoro con que pueden enriquecerse los discretos, por tanto no debía estar oculto en estos reinos y se debe agradecer la solicitud de quien le saca a la luz para asombro del sexo femenino, para envidia del masculino, para admiración de ambos, para crédito de mi religión seráfica y utilidad de todos. Este es mi sentir, salvo etc. De este de
San Diego de Alcalá
y
junio 26 de 1744.
Fray
Juan Picazo.
[h. 8v]Licencia del consejo.
Dieron licencia los señores del Real Consejo de Castilla para que por una vez se puedan imprimir y vender las
Admirables obras
de la
Madre Ceo, como más largamente consta del original firmado de don
Miguel Fernández Munilla, en
10 de julio de 1744.
Fe de erratas.
Estas
Obras
de la
Madre Ceo
están puntualmente conformes al original castellano de don
Fernando de Settién, mudando el
hay
de la página 47, línea 14, en
ay.Madrid
y
agosto 18 de 1744.
Licenciado don
Manuel Licardo de Rivera, corrector general por su majestad.
[h. 9r]Suma de la tasa.
Tasaron los señores del Consejo estas
Obras
de la
Madre Ceo
en ocho maravedís cada pliego, como más largamente consta del original, despachado por don
Miguel Fernández Munilla, en
19 de agosto de 1744.
[h. 9v]Al lector.
Los primeros libros que de las
Varias y admirables obras
de la
Madre Ceo
llegaron a mis manos son los que aquí te ofrezco. Confieso que cuando vi el dictado de
Admirables, recelé si sería prefijado por quien desease el buen despacho. Moviome la curiosidad de la lección y manteniéndome en ella la estudiosidad, me empeñó en el todo de la obra la admiración. Pareciome al principio que eran muchas flores para una religiosa y demasiadas perlas para quien está vestida de sayal, mas luego vi que las flores se convertían en frutos y que las piedras preciosas de su adorno no eran solo lisonja de la vista, sino de unos fondos admirables para abrir los ojos al desengaño de las que el mundo adora. Con esto me acordé de lo que dicen los autores naturales, que a las piedras preciosas se las hace servir a la salud, confeccionando con ellas medicinas. Acordeme también de que la celestial Jerusalén se dice edificada
[h. 10r]
con piedras las más lucidas y preciosas sin que perjudique la hermosura a la firmeza. Tan lejos está de que se note por desperdicio del tiempo el que gastó Judith en adornarse con todas sus primaveras, que antes bien sirvió cada alfiler de muchas flechas para facilitar el triunfo que logró de Olofernes.
No vivimos en tiempo de que las verdades eternas y morales se reciban desnudas, si no se las añade algún ropaje con que, captando primero la atención y sentidos, puedan hacer luego tiro al corazón. Comúnmente se mira más al vaso que al licor. ¿Qué importa que la bebida sea buena si da asco la copa? Es necesaria mucha tenacidad de estómago para que el melindre del sentido no excite alguna náusea. Decid a uno que se tiene por discreto que se mueva de una sentencia neciamente explicada. Para esto se necesita mucha abstracción del sentido y mirar a la verdad por la verdad.
Nuestra autora hace discretamente
[h. 10v]
sus tiros valiéndose de una máquinas como las de Demetrio, de quienes dice Plutarco que eran tales que con su formidable gravedad aterraban aún a los amigos y con la hermosura de su fábrica deleitaban aún a sus enemigos. De este modo se introduce como religiosa a donde no tuviera entrada sino como dama. Métese en el tocador de una gran señor y dándola el espejo la hace que mire desengaños; sirvéndola las joyas, la previene que se carga de piedras, ofrece algunas flores a su tiempo y la hace que huela en ellas su inconstancia; los polvos se los pronostica en sus cenizas y de este modo, llamando con lo discreto al oído, se introduce con lo religioso al corazón.
Receleme también si andaría por medio la mano de algún hombre que para brindar con la novedad al buen despacho se valiese del nombre de mujer. Así lo prometía la altura de la obra, que sobre la delicadeza de talentos de que es capaz una mujer discreta, incluye una instrucción que
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no es común en muchos que han cursado las escuelas. Apoyaba el recelo la experiencia de algunos que han hecho ya estos robos, pero por otro lado juzgaba mi soberbia que era mucha humildad el ocultar el nombre de quien podía coronarse con el lauro de autor de tales obras. Estas dudas en mí han sido causa de que otro no las tenga, pues he averiguado con certeza que la madre María do Ceo es legítima madre de estos intelectuales partos y que estos logran tal nobleza por herencia, como es la de que la cuna de la autora estuvo muy cercana a palacio. Pasando de allí al claustro aprendió en la abstracción las lecciones que no se pueden estudiar en el bullicio, desengañose primero y así pudo desengañar a otros. A las musas no las dieron los antiguos lugar en los poblados, sino solo en los montes, porque la soledad es matriz de las letras. Tampoco las fingieron matronas, sino vírgenes, porque estas han de estar retiradas. En su clausura y en las horas que
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la quedaban libres, desahogaba esta ilustre poetisa su aliento por respiración propia y por inspirar en las demás vírgenes constancia en la continuación de sus propósitos, pues siempre se aplicó a materias morales. Pero la clausura que tenía por sí la quería comunicar también a su nombre y escritos, no permitiendo que viesen otra luz que la de su convento y bajo el nombre de Marina Clemencia. Empeñábase la modestia de la autora en recatar lo que quería rescatar el celo y solicitud de sus hermanas y juntándose a esto las instancias de algunos caballeros que querían ser Colones de estas Indias, la pudieron hurtar (sin obligación de restituir) algunos manuscritos, aun después que dados a la prensa los primeros aumentó las prisiones a los últimos. En todos han llegado ya a nueve, que pueden reducirse a seis como este. Doite por ahora solos dos, así porque otras ocupaciones me detienen, como porque en estos me empeño a ver tu gusto.
La impresión portuguesa está tan
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llena de defectos como en copias hurtadas y que andarían por manos de mujeres, que comúnmente no saben cortar plumas. Yo me hubiera alegrado gozar de originales o edición corregida, pues me hubiera ahorrado gran trabajo en averiguar el sentido aun de las prosas. Las más de las poesías que van en estos tomos, las escribió la autora en castellano, a cuyo idioma tiene particular y laudable inclinación, pero con sola la instrucción que es posible a quien no le tiene por nativo. Y así inculpablemente ha de tener lunares, que si en la corte de Lisboa no pueden afear, en la de acá desdicen de la moda y así me ha sido preciso reducirlos.
En algunos parajes he puesto algunas notas ya de los puntos de escritura a que aluden, ya de algunos vocablos que son menos vulgares, y ya en fin de algunas prevenciones que para gente ruda me pareció añadir, por causa de que las obras romancistas andan por todas manos y necesitamos atender a las más flacas. Por to-
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do esto debes estimar más esta mi copia que la impresión defectuosa que me ha servido a mí de original. Y si de esta formas otro tan buen concepto como en el que has tenido la traducción que te di de las
Vindicias de la virtud y escarmiento de virtuosos, me dejarás lisonjeado de buen gusto y obligado a darte prontamente las demás.
[p. 1]La peregrina. Engaños del bosque y desengaños del río.
Capítulo I. Muestran a la Peregrina dos caminos…