[h. 1r]El estado del cielo, para el año de 1778, arreglado al meridiano de Madrid.
Pronóstico general, con todos los aspectos de los planetas entre sí, y con la Luna, el signo y grado que ésta ocupa diariamente y los eclipses de los dos luminares. Juicio astrológico en cuanto a sucesos elementales y cosecha de frutos.
Dedicado a la excelentísima señora doña
María Josefa Alfonso
etc., condesa duquesa de Benavente, de Gandía, etc., grande de España de primera clase.
Por la pensadora del cielo, doña
Teresa González.
Madrid,
[[Adorno tipográfico] ]
en la
Imprenta y Librería de don Manuel Martín, calle de la Cruz, donde se hallará.
[[Adorno tipográfico] ]
Con las licencias necesarias.
[h. 1v][h. 2r]A la excelentísima señora doña
María Josefa Alfonso Pimentel Téllez, Girón, Claros, Pérez de Guzmán el Bueno, Vigil de Quiñones, Borja, Carroz y Centéllez, Fernández de Velasco, López de Zúñiga, Sotomayor y Mendoza, Herrera, Enríquez de Guzmán y de Cabrera, Ponce de León, Fernández de Córdoba y Benavides; condesa duquesa de Benavente; marquesa de Peñafiel; duquesa de Béjar, Gandía, Plasencia, Monteagudo y Mandas, condesa
de Fontanar, Mayorga, Oliva, Belalcázar, Ojilo y Coguinas; marquesa de Lombay, Jabalquinto, Marguini y Terranova; princesa de Esquilace y Anglona; señora de las villas y estados de Puebla de Alcozer, Gibraleón, Burguillos, Capilla, Curiel y Bañares con los demás de sus partidos y de las encontradas de Curaduría, Cuergus, Barbaguia, Ololai, Barbaguia Suelo y Villa de Sichi, en el reino de Cerdeña; grande de España de la primera clase, etc.
[h. 3r]Excelentísima señora: Este anual cuaderno que pone en sus manos mi respeto contiene dos partes, una esencial y otra accesoria: la esencial, que es
el Estado del Cielo durante el año 1778, se reduce a representar
[h. 3v]
diariamente, como en un espejo, todas cuantas configuraciones y miramientos pueden tener los planetas en la multivariedad de sus giros. Juntamente se dejan ver calculados con la más suprema exactitud los eclipses de los dos luminares, sol y luna, y otros fenómenos dignos de la mayor atención.
Confieso ser bastantemente arduo el asunto y su desempeño muy superior a mis fuerzas,
[h. 4r]
pero vuestra excelencia, que por experiencia propia conoce muy bien el fondo de sus bellas luces, no se maravillará de que una mujer aplicada haya podido arribar a tan alto punto mediante los tales cuales progresos que ha hecho en la astronomía, y aun en otros ramos de las matemáticas que sirven de preparación y adorno al espíritu.
Puedo asegurar a vuestra excelencia que desde que por natural inclinación me entregué a estas
[h. 4v]
ciencias favoritas, no parece sino que me hallo en mi propio elemento. La hermosura del cielo presto se me hizo más familiar y mejor conocida que la tierra. Todas mis miras y mis anhelos no han tenido otro objeto que estas vastas y luminosas regiones, a donde la mayor parte de los hombres apenas se digna levantar los ojos.
Esto es lo que caracteriza mi gusto. Aunque sin méritos para hacer figura en el mundo,
[h. 5r]
sin embargo, excelentísima señora, me resuelvo segunda vez presentarme en el teatro de las letras. Veo la novedad de mi obra, fundada en un sin número de cuentas mal tiradas por el débil pulso de una mujer, que escribe solo por diversión en un tiempo en que tan erizada y dominante se manifiesta la crítica. Todo lo reconozco y todo me está avisando las hostilidades que forzosamente ha de sufrir mi desvalido
[h. 5v]
piscator, motivo que él solo bastaba para hacerme retroceder del intento. Pero alentándome el favor especial que me prometió de las nobles benignidades de vuestra excelencia, vivo con la cierta esperanza que a la sombra de su protección he de vencer los formidables tiros de la envidia y las ciegas temeridades de la ignorancia.
La segunda parte, que es la accesoria, envuelve una apología de nuestro sexo
[h. 6r]
disfrazada con el título de “Prólogo”. En ella, después de vindicar mi primera obra de las objeciones de los hombres y hacerme muy de veras partidaria en la gloria de las mujeres, las indico claramente por dónde pueden volver sus legítimos derechos de hacer un papel de mucha gravedad y honor en el mundo. Esta es toda la idea o máxima de mi argumento. Quisiera que mis fuerzas pudiesen
[h. 6v]
rayar donde mis deseos para demostrar a satisfacción cuántas prerrogativas nos competen de justicia.
Si yo lograra tener la dicha de que mi apología fuese pieza de algún mérito, ya se ve que interesaría a vuestra excelencia en el aprecio de ella. Pero de cualquiera suerte, me es indispensable acogerme a tan poderoso asilo para que corra con seguridad este corto desvelo de mi desgreñado numen. Qué gusto sería para
[h. 7r]
mí poder formar un digno elogio de las muchas gracias, talentos y dones que ha derramado el cielo sobre vuestra excelencia, pero veo que es muy corto el pitipié de mi lengua para medirlos cuando aun no puedo arribar a venerarlos. Sé muy bien que es menester una pluma más abundante que la mía y límites menos estrechos que los de una simple dedicatoria, para hacer análisis de las exquisitas prendas que constituyen el
[h. 7v]
bellísimo conjunto de sus eminentes cualidades.
Baste decir que cuantas excelencias esparcidas en varios héroes estimulan a los que escriben a ofrecerles las producciones de sus ingenios, confederadas con vuestra excelencia, no dejan arbitrio para elegir otra discreción que las valore ni otra tutelar que las proteja. Así, señora, sigan los tributos a los atributos y admita vuestra excelencia con risueño semblante esta
[h. 8r]
limitada inocente travesura de mi escasa idea, que la sacrifica una voluntad sencilla y obsequiosa para que le sirva de agradable ocio mientras descansa de otras más serias y profundas meditaciones. Como ella alcance esta felicidad, sin duda logrará en la contemplación de los astros que examina el influjo de su mejor estrella. Así lo espero de la generosidad inimitable de vuestra excelencia. Rogando
1En el texto: ragando
a Dios conserve
[h. 8v]
su preciosa vida los siglos que puede, con todas las grandezas y exaltaciones y gustos que yo la debo desear.
Córdoba
y
mayo 10 de 1777.
Excelentísima señora, besa la mano de vuestra excelencia su afectuosa y más rendida servidora doña
Teresa González.
[p. I]Prólogo
De buena gana, discreto lector, me dejaría de una vez de prólogos porque, a la verdad, no soy amiga de preámbulos. Mi designio en esta obra es poner bajo un punto de vista el
Estado del Cielo durante el año 78. Esto es lo esencial que pretendo y a lo que se reduce todo mi proyecto. Con que andarme en arengas ni en cosa que lo valga es conocidamente perder el tiempo. Los más célebres autores, así nacionales como extranjeros, siguen esta misma máxima. No se andan con dimes ni diretes con sus lectores, cuando más, dan una idea del plan de sus obras y esto solo sirve de preliminar. Yo, con tan ilustres ejemplos, quisiera también dispensarme de semejantes expresiones lectorales. En efecto, lo haría con mucho gusto si no me viera en la precisión de desvanecer
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ciertas voces que en eco de calumnia se suscitaron contra mi piscator del año pasado de 73, primer parto de mi tal cual entendimiento. Por muchos títulos me parece debo volver por su estimación pública, como que este es un derecho que recibimos de mano de la naturaleza, en cuya virtud puede cada uno defender sus propias producciones. No es madre la madre que no mira por el honor y crédito de su hijo, y con más justa razón si tiene la circunstancia de primogénito. Sin duda sería una bastardía muy grosera abandonarlo como expósito o dejarlo en la inclusa del desprecio.
No, señores míos, no estoy por ahora de ese humor ni pienso ser tan desconocida a lo que tanto me interesa. Créanme que no soy como las bien parecidas de mi sexo, que no tienen otro ídolo que la belleza; es la gloria y el honor de mi nombre
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lo que únicamente me ejecuta. Así, por título de ninguno desistiré de mi intento; me valdré de la fuerza contra la fuerza misma. Esto es obrar recíprocamente o, por mejor decir, pagar en la misma flor, que donde las dan las toman.
Apenas se dejó ver dicho pronóstico por el horizonte de España cuando empezó a conmoverse mucha parte de los críticos, ¡qué de agitaciones no hubo en algunas tertulias! Hasta por los círculos de las facultades matemáticas trascendió esa tan extraña fermentación. Cada uno discurría a su modo y los más regulaban sus juicios a medida de sus antojos. El aritmético
2En el texto: arismético
decía:
“¿Cómo una mujer tan poco versada en las operaciones de la cantidad discreta ha de poder concordar tanto tropel de cuentas como se hacen precisas en la construcción de un pronóstico? Y aunque esto fuese, ¿qué
puede haber adelantado en las sutilezas y primores de la álgebra, en la logística de los caracteres, tan indispensable para los cálculos de la atracción universal, alma de todos los movimientos celestes?”
. No es esto lo más, sino que en tono más alto levantaban el grito los geómetras, pareciéndoles como imposible el que se pudiese proporcionar a los femeniles alcances una ciencia tan enredosa y tan abstracta cual es la geometría, las diferentes soluciones de tantos problemas como contiene y, sobre todo, la doctrina de las secciones cónicas, asunto arduo, difícil y complicado, pero muy esencial para desentrañar a fondo las nuevas teorías de los principales planetas, que en su curso alrededor del Sol describen no círculos excéntricos, como se había imaginado, sino verdaderas elipses.
“Pero demos de barato --altercaban otros--
el que dicha señora tuviese una más que mediana tintura en los conocimientos auxiliares de esas ciencias; que, a fuerza de estudio, lograse una suficiente instrucción en cada uno de los ramos expresados; con todo, ¿qué tenemos si la faltan las luces y aquel manejo reflejo y combinado de la trigonometría esférica, sin el cual es constante que no se puede dar paso por las intrincadas sendas de la física del cielo?”
. Ved aquí a lo que se reducen los mayores cargos o, por mejor decir, las más fuertes invectivas que sin el menor escrúpulo de conciencia (déjenme decirlo así) se han disparado contra mi pobre pronóstico. Acaso con la satisfacción de que no tendría bastantes fuerzas una mujer para hacer frente a tanto enemigo. Pero de todo esto, ¿qué aprecio hicieron los doctos imparciales, los críticos desinteresados, los amantes
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de la verdad?, ¿qué ha producido este golpe de calumnias a los ojos de la razón, que no se alimenta de brillantes quimeras ni se deja seducir del espíritu de la sofistería?
Lo mismo ello por ello que experimentó Despreaux con aquella sátira que de propósito escribió contra las mujeres. Si antes de tomar la pluma este grande hombre hubiera consultado de buena fe algunas de las muchas ilustres damas que entonces florecían en la corte y que se distinguían por sus luces y sus talentos, sin duda hubiera dado mayor realce a sus obras. Pero lo que verdaderamente desautorizó la solidez de su juicio en esta pieza satírica (hablo con ingenuidad) fueron las expresiones ridículas con que salpicó a una famosa heroína solo porque había estudiado la astronomía. Mejor hubiera sido que
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este legislador del Parnaso hubiese hecho otro tanto y, en vez de malquistar la fuerza de su entusiasmo, prestaría más gloria a su numen.
Confesemos, pues, que es desgracia nuestra o que algún astro de maligna influencia ejerce su dominio sobre el sexo hermoso cuando, a pesar de las bellas ilustraciones de este siglo, aún todavía se descubren rasgos de aquella preocupación gótica que condena a las mujeres a la oscuridad, a la ignorancia, a la desidia o a la molesta circulación de placeres frívolos.
Digan lo que quieran los hombres, obstinados en seguir su dictamen o su capricho. Ello es que en todos los tiempos se ven mujeres valerosas sacudir con noble desenfado ese yugo importuno, correr a la inmortalidad con generoso aliento y obligar a los hombres a que las admiren o a que las envidien. Igualmente
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es cierto que en todas las edades sobresalen heroicas mujeres que, abandonando los deleites del mundo, han sabido desasirse de los brazos de la materia solo por remontarse con su espíritu a la fuente de todas las perfecciones. Sé muy bien que la virtud donde quiera que aparezca es digna de nuestros respetos, de nuestras veneraciones y de nuestros elogios, pero no hay duda que cuando brilla su hermosura entre las personas de mi sexo como que entonces mueve y toca más. Parece es la debilidad misma la que se muda en fuerza, la sombra en luz, y este fenómeno, sin embargo de que frecuentemente se renueva, se hace percibir con asombro. Ni parezca esto lisonja calificada con el verdadero afecto que profeso a las mujeres. Puedo con razón decir que tienen en sí excelentes modelos de virtudes, y esto
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en grande número: no acaso la Iglesia las llama el
sexo devoto.
Finalmente, si volvemos la consideración a los siglos pasados, si recorremos los tiempos presentes, por donde quiera se encuentran mujeres insignes en letras que han hecho el mayor honor al santuario de Minerva. Si hubiera de individuar todas las que llenan las dimensiones de estas tres líneas y que justamente celebra la fama por la singularidad de sus rasgos, serían menester muchos volúmenes. Pero en punto de literatura, no hay duda, se atropellan los ejemplares de mujeres sabias que con sus escritos han ennoblecido la república de las letras.
Esta es una verdad que no la negarán nuestros declarados antagonistas, por más preocupados que estén. Pero también es cierto: podrán replicarnos diciendo que,
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aunque lleguen a reunirse cuantas mujeres literatas hay y ha habido, todas juntas no pueden tener proporción con el número de hombres doctos y eruditos que han cultivado las ciencias y las artes. Argumento fuerte al parecer o, por mejor decir, la más formidable batería con que se anima y defiende todo el partido contrario. ¡Pero qué fácil es sacarle de ella a fuerza de armas! Aunque me parece no será menester tanto aparato cuando un solo golpe de reflexión basta para conocer claramente ser falso, y muy falso, el que no pueda haber proporción entre los dos términos expresados. Yo con resolución afirmo que efectivamente la hay, y no muy corta, así en lo material del número de mujeres célebres como en lo formal del adelantamiento, de la invención y del buen gusto que reina y ha reinado en las más de ellas.
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En lo que sí es constante no intervenir la menor razón de proporción es entre las pocas mujeres que se dedican al estudio y la infinita multitud de hombres que siguen esta carrera. Este es todo el toque de la cuestión o, por mejor decir, el verdadero busilis que desbarata aquel baluarte, único asilo de nuestros contrarios.
Por otra parte, es evidente que de las pocas mujeres que se consagran a la lectura, si la aplicación compite con su ingenio, apenas deja alguna de llegar al auge del mayor lucimiento. Pero de los hombres es raro el que después de los más estudiosos desvelos logra arribar a tan alto punto. A la verdad, ¿cuántos de ellos, malograda la flor de la edad, por insuficientes pasaron de la escuela al arado?, ¿y en cuántos estaría mejor la azada que la pluma? Con ser esto tan frecuente
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en los hombres, no sabemos de mujer alguna que haya tenido necesidad de un tan vergonzoso desengaño. De aquí claramente se concluye cuánto se aventaja el ingenio de todas las que saben hacer un buen uso del entendimiento respecto al de los hombres igualmente aplicados.
Quizá por esto, discreta la antigüedad respetaría nueve Musas y un Apolo. Aunque muchos quieren limitar tan distinguido honor solo a la poesía, lo cierto es que con el espíritu de esta bella arte respiran alegres todas las ciencias. Nada se oculta a su penetración ni hay materia que no esté a los alcances de la poética. Ella se hace cargo de lo más selecto y brillante de la historia; se pasea con placer por los amenos campos de la filosofía; toma vuelo por esas altas regiones para admirar la marcha de los astros
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que, o fijos continúan o vagantes reiteran; se desprende a los abismos a fin de explorar los más recónditos secretos de la naturaleza; penetra hasta las lóbregas mansiones de los muertos para admirar allí las recompensas de los justos y los suplicios de los impíos; en una palabra: comprehende en su esfera todo cuanto encierra el universo.
Siendo, pues, esto así, infiero con rectitud que si en la poesía se cifran todas las ciencias, las ciencias todas deben estar bajo la protección y numen de las Musas. Pero, ¿quién duda esta verdad? Aun por todo el orbe literario se difunden sus generosas influencias y sagradas inspiraciones.
La astronomía, ciencia del cielo, en cuya especulación peligran las casi divinas capacidades, corre solo por cuenta de la bella Urania. Lo sublime de tantos conocimientos
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como incluye la esfera y lo impenetrable de sus arcanos, todo está bajo sus maravillosas luces.
Esta bien calificada idea de los antiguos, honrosa para mi sexo y que tanto nos engrandece y nos sublima, fue la que halagó más mis pensamientos para emplearlos en la dulce contemplación de los astros. Aún no se había formado en mí el buen gusto de las letras cuando ya estaba enamorada de su peregrina hermosura, no conocía libro tan digno de mi curiosidad como la belleza del cielo. De cuando en cuando daba algunas hojeadas a sus brillantes caracteres y, sin pensar, me anegaba tal vez en un abismo de luces. Aunque a la vista se me representaba la celeste esfera un tomo de tan desmedido volumen, no por eso desmayaba el valor de mi tal cual entendimiento. Así puedo decir que empecé la carrera de las
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matemáticas, aficionándome desde luego a la delicada y gustosísima astronomía. Poco a poco iba ganando terreno en sus dilatadas provincias, sin salir de la quietud de mi retiro lograba enriquecerme de muy exquisitos conocimientos. Estos no me costaban más desvelos ni fatigas que abrir unos pocos libros y por el hecho advertía que para no ignorar basta la voluntad de saber. Con esta experiencia, cada día hacía más aprecio a la lectura, que un libro muchas veces habla con más desengaño y tono firme que los hombres. A la verdad, él es un amigo que aconseja sin agraviar y moraliza sin ofender; que elige las horas de nuestra mayor comodidad, así para hablarnos como para persuadirnos, y esto lo hace siempre sin humor y sin pasión; no se disgusta ni porque le dejen con la palabra en la boca ni le interrumpan
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en medio del período; y aunque usen de muy poca atención sobre cosas de excelente mérito, no por eso deja de corresponder agradecido.
Todas estas ventajas tiene la lectura y por este medio, casi sin sentir, puede acaudalar algunas nociones preliminares de la esfera necesarias para la inteligencia de los elementos de la astronomía. Aunque desde luego llegué a observar que para adelantarse en el estudio de esta ciencia era menester ejercitar la imaginación más que la memoria, esto es, leer poco y pensar mucho; buscar una por sí misma las razones o demostraciones de los puntos que ventila o, al menos, tantear sus fuerzas a proporción de las dificultades. Así es como se adquiere no solo el espíritu de una ciencia tan sublime, mas también el gusto de las indagaciones, la facilidad de descubrir y la
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gloria de inventar. Pero como lo débil de mi naturaleza, junto con lo corto de mis alcances, no me permitía aspirar a tan heroico empeño, ni mi destino a este estudio era de un modo tan particular cual yo pudiera apetecer, me he contentado solo con algunas rudimentos astronómicos y tales cuales noticias de sus respectivos sistemas. También he procurado instruirme en la logística de las facciones sexagesimales y decimales, como asimismo en el manejo de las tablas de los logaritmos, por ser de un uso continuo en la práctica de la astronomía física.
Por lo que hace a la arte analítica, digo que desde luego la miré con respeto. A fuerza de mucho trabajo pude salir con la logística de los caracteres, bien que jamás llegué a familiarizarme con las cuentas de la multiplicación, fundadas en aquellos principios ordinarios que menos por más, da menos; menos por menos, da
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más, etc. Lo que, aunque presenta a la oreja una contradicción en las palabras, es de creer que no la hay en el fondo de las cosas. Acerca de la resolución de las ecuaciones de primero, segundo y tercero grado, confieso que no he parado la atención ni me he detenido en estos laberintos, porque a la verdad no lo necesito para mi intento.
De la geometría únicamente he llegado a entender lo que parece interesarme en orden a mi principal objeto. Bien es que esta ciencia me ha disgustado lo bastante por la sequedad de sus verdades desnudas de aplicación.
En punto de secciones cónicas también me he aprovechado de tal cual cosa relativa al uso de la astronomía, sobre todo del conocimiento de la elipse y sus maravillosas propiedades, que con tanto acierto emplean los astrónomos modernos en las proyecciones de los eclipses
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y cálculos de las órbitas planetarias.
En lo que sí he puesto todo el esmero posible, sin embargo de que a los principios me pareció exceder la extensión natural de mi espíritu, es en la teórica de las proporciones para los triángulos rectilíneos, porque, sabido esto, en muy poco tiempo se puede aprender la trigonometría esférica, tan esencial para el manejo y perfección de la sideral ciencia.
Todo esto, puedo decir con satisfacción, lo he conseguido sin voz viva de maestro, a fuerza de afanes y desvelos, pensando, meditando y reflexionando. No negaré que alguna vez, ofuscada con las densas nieblas de insuperables dificultades, para salir de la oscuridad de tan tenebrosas noches me fue preciso tomar recurso de la claridad de unos Díaz. De esta suerte es como he procurado adelantarme en los ramos auxiliares de las nominadas ciencias, no desperdiciando lo preciso del tiempo
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en afinar el chiste y el agrado, en inventar atractivos ni perfeccionar adornos de la belleza, solo sí en aprovechar buenos ratos del día y de la noche en el retiro de mi gabinete, consagrado a Minerva, deidad a quien cortejan los sabios, galantean los doctos y hacen corte los verdaderos críticos.
Este es el verdadero centro de todas mis delicias y de la única estancia en que insensiblemente se ha ido mudando y transformando mi tocador. Aquí encontrará la curiosidad no aquellos brillantes adornos que ha introducido la moda; sí solo: en vez del espejo de vestir, un telescopio de reflexión que me hace ver lo que con la simple vista no puedo alcanzar; por palillero un buen estuche de matemáticas, con su compás, semicírculo, pantómetra y demás instrumentos correspondientes; en lugar de almohadillas, los dos globos, celeste y terrestre, que bajo un punto de
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vista me presentan la inmensidad del cielo y la vasta esferoidez de la tierra, que eso de ir a preguntar a los orbes de los planetas y a las estrellas lo que pasa por allá es viaje que solo pudo pensarle Huyghens, Descartes y Fontenelle. En lo que tampoco he podido entrar es en los esqueletos de vanidad, dirigidos al fausto y fomentados por el lujo, aunque reconozco muy bien son el dengue más favorito de las damas modestas. Sin embargo, poseo en su lugar un exacto regulador del tiempo, que con su buena marcha me sirve no solo para mis observaciones, sino también para avenir mi conducta con la distribución de las horas destinadas al cumplimiento de mis deberes.
A vista, pues, de tantos adminículos y otros muchos que omito, colocada en lo interior de mi museo, rodeada de no pocos de aquellos libros que forman mi biblioteca, criada no
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por puro efecto del acaso, sí por la elección y buen gusto; con todo este tren y este aparato literario, cualquiera que me viese continuamente ejercitada en la varia lectura de los mejores autores matemáticos, manejando instrumentos, trazando proyecciones y resolviendo problemas, sin duda creería a primera vista o que yo era un Ricciolo con bata o un Keplero con surtout. Pero lejos de ser esto así ni tener verisimilidad el fenómeno, lo más que me atreveré a decir (sin entrar en el delicado examen de mis fuerzas, en que acaso mostraría una vana presunción o una humildad afectada) es que, para dar el estado del cielo en cualquier año, día, hora o minuto que se me proponga, me basta el preparativo de las expresadas noticias auxiliares con el tal cual fondo de luces que he bebido en las fuentes ya indicadas; junto con esto, unas buenas tablas o efemérides que me franqueen los movimientos
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de los planetas, calculados con la mayor exactitud, las que al presente poseo, con cuyos abundantes socorros sencillamente confieso hallarme en el día capaz y con toda aptitud para el cabal desempeño del proyecto de mi obra. Y siendo esto así, me parece quedan rebatidas las invectivas y evacuados todos los cargos que se me han hecho, consiguientemente vindicado mi pronóstico de las calumnias fomentadas por el espíritu de la emulación.
Por tanto, concluyo con decir que las mujeres son tan propias para las artes y las facultades como los mismos hombres; que si estos las aventajan en la constancia y fortaleza para el estudio, aquellas les exceden en los grados, en la naturalidad del espíritu, en el bello gusto, en el sentimiento fino y delicado que adquieren desde que nacen. Pero lo que más califica y realza estas tan excelentes cualidades es no criarse entre
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los individuos de mi sexo que se consagran a las letras aquella baja envidia de oficio que tanto deshonra a los hombres. Puedo decir que no he visto ni conozco mujer alguna que haya compuesto la menor sátira contra otra mujer, ni que haya zaherido sus talentos ni denigrado sus luces. Antes bien al contrario, admiro en Madama de
Boccage
elogiar con ingeniosos versos las anécdotas de la señora
Granffigny
y esta pagarla con la más sincera correspondencia.
Sigamos, pues, un tan bello ejemplo: dejemos con resolución la pereza y la desidia; desechemos el amor indigno del reposo para que, triunfando de los monstruos enemigos de la aplicación y de los bellos conocimientos, podamos amar todas las ciencias y todas las artes; respetemos los que las cultivan con acierto de cualquier sexo y condición que sean; sepamos admirarlos y aplaudirlos, y también imitarlos, que es lo que más vale.
[p. 1][[Adorno tipográfico rectangular que ocupa toda la caja, adornado en su interior con estrellas y una cruz en el centro] ]
Cómputos del año, según la más exacta cronología.
Del período Juliano 6461. De la Era de Adán según Escaligero 5727. Pero según el cómputo del martirologio romano adoptado por la Iglesia católica 6977…