La Frontera Allende el Mar. Compuesto por doña Ana Caro de Mallén. Dedicada al mismo señor General.
!Aliento, cobarde pluma!
Pasa celestes esferas,
atrevida, escala nubes,
valiente, rayos penetra.
Olvida ajeno escarmiento,
aunque ser Faetón intentas, 5
pues has librado el castigo
en la humildad que confiesas.
Rompe ligera los aires
y en el silencio dispierta
a clamación, a hazañas, 10
a admiración, a proezas:
Animo, gloriosa fama,
porque tus ojos y lenguas
hipérboles eternizen
al asunto de mi empresa. 15
Al famoso General
y Gobernador de Ceuta,
tan hidalgo por su sangre,
tan noble por su ascendencia,
Jorge Mendoza y Pizaña, 20
Caballero de altas prendas,
a quien estima Castilla
y Portugal reverencia.
Del supremo Real Consejo
le hizo su virtud mesma, 25
y del Hábito de Cristo
su calidad y nobleza.
Tan magnánimo y valiente,
que en su persona se muestra,
como en su centro, lo heroico 30
de la nación portuguesa.
Cuyos blasones ilustres,
cuyas invictas grandezas
con las de Diego Pizaña
se duplican y acrecientan. 35
Hijo producido; en fin,
de aquella fecunda tierra
de valientes gallardías,
de cortesanas prudencias.
Y para decido todo: 40
«portugués», donde se encierran
cuantos encarecimientos
puede repetir mi lengua.
Este, pues, General noble,
teniendo larga experiencia 45
de la ciencia militar
y de sus estratagemas,
en los catorce de Enero
a dos espías ordena
que a vista de Tetuán 50
lleguen, con plantas ligeras.
Obedecieron gustosos
y ejerciendo su obediencia,
vieron del muro enemigo
las infieles almenas. 55
Alargáronse afanosos
tanto, que sola una legua
estaban de Tetuán,
y seis distantes de Ceuta.
Espiaron brevemente 60
trayendo nuevas ciertas
que los moros aspostaban
por aquellas verdes sierras
mucho ganado, ignorantes
de los daños que no esperan. 65
Alegróse el General,
y segundas centinelas
envió como advertido
y como experto en la guerra.
Estas volvieron muy presto 70
trayendo las mismas nuevas
que las primeras trajeron
con las circunstancias mesmas.
El General se aprestó
con fogosa diligencia 75
para ir buscar los moros,
de quien ya victoria espera.
Y viendo que por el mar
no pueden seguir la empresa,
porque un levante lo estorba, 80
quiere que vayan por tierra.
Y así a la puerta del campo
de nuestra ciudad ordena
que al anochecer se junten
de caballeros de cuenta 85
cuarenta y cinco soldados;
que en un punto se prevengan
los veinte y nueve de lanza,
y diez y seis de escopeta;
todos gallardos guerreros 90
cuya bélica destreza
es ultraje del Dios Marte
y su militar escuela.
A Bastián de Andrada Simoys,
adalid valiente, llevan 95
por capitán valeroso,
bien merecida jineta.
Simón Revelo con él,
Corte Real que bien muestra
que es primo del General, 100
y ser General pudiera,
Francisco Rodríguez Páez
y el buen Antonio de Almeyda,
almocadenes valientes,
cuyo número acrecientan 105
Francisco Villatovar,
que tiene del mar tendencia.
Aitor de Andrada los sigue,
Simón Mendoza y Govea
y el Alfaque que he nombrado, 110
y el buen Mendo de Silvera.
Gonzalo López de Páez
con Esteban de Pereira,
Fernando Díaz de Grada
y Pedro Barba Correa, 115
Sebastián Rodríguez Mota,
Fernando Correa Fonseca,
Diego Ruiz y Francisco
Domínguez, que en gentileza
ninguno los aventaja 120
de cuantos la lista encierra.
Iba el Capitán Faleno,
y en su compañía lleva
a Diego Nabo de Grada,
que ya animosso desea 125
ver en la sangre enemiga
su espada y mano sangrienta,
Andrés de Mendoza Arais
Sobreconde, y en su hilera
el buen Martín Sibullina,
y belicoso le ostenta
Manuel Sibullina, un Héctor.
Siendo de Alcides afrenta
iba el Almocadón Reyes,
y el Alférez mayor, que era
Benito Suárez Magago,
asegurándose cierta
la victoria de los moros,
aunque en número le excedan.
El Almocadón Juan Gómez
de Orta, que representa
un Marco Aurelio en la paz,
en la guerra un Julio César,
Juan Vigas Dovidus hace
de su valor hartas muestras,
con Basco Mesías Barbosa,
y a Simón de Andrada llevan
nuevo cristiano por Norte
que los guía y los enseña.
Toda valerosa gente,
toda belicosa y diestra,
de sangre calificada
y generosa ascendencia.
Todos caballeros nobles
por propiedad, por herencia
ilustre, como lo son
los diez y seis de escopeta.
Esteban Lorenzo uno,
Francisco López Tampea,
Gonzalo Arais, Juan de Acuña
Almocadén, Juan de Viera
Lobo y Francisco González,
Fernán Rodríguez Fonseca,
Alfonso Díaz Agustino,
Andrés Fernández Correa,
más otro, Francisco López,
y Belitor de Viera.
Síguelos Sebastian Gómez
y siguen sus propias huellas
el buen Benito Fernández
y el buen Francisco Pereira,
Gonzalo de Arais y luego
el almucadón que llevan,
Juan Sebullina, con quien
este número se cierra.
Junta la gallarda tropa
cuando la antorcha febea,
calándose al mar, dejaba
nuestro hemisferio en tinieblas
y daba licencia a Tetis
para que borde de estrellas
los azules pabellones,
mientras que su luz ausenta,
rezadas las oraciones,
el General dando muestra
de su hidalga cortesía
y de su cortés llaneza,
Dijo: -Señores y amigos,
ya es tiempo que el mundo vea
el ánimo valeroso
de la nación noble vuestra.
Luego al momento os partid
donde los contrarios sepan
qué es la gente lusitana,
horror de la sarracena.
Caballeros sois; no es mucho
que la calidad os mueva,
pues no hay mayores blasones
que del infiel las ofensas.
Todos sois experimentados
en las cosas de la guerra;
ejercitad el valor
y multiplicad la fuerza.
Y porque la oscuridad
de la noche ya nos niega
su favor, y con su lumbre
no quiere alumbramos Delia,
pido que no os apartéis
sino que los unos sean
sombra propia de los otros,
mirando por su defensa.
Juntos le responden todos,
con disciplina tan buena:
-Aunque la vida nos cueste,
no habrá quien no te obedezca.
Despidiéronse y marchando
hasta Valdepozo llegan
tan mudos, que los alientos
tal vez en el pecho anegan.
El mismo silencio guardan
los caballos, pues apenas
tascan el freno, ni sienten,
por no sentirse, la espuela.
Aquí para que descansen
los caballeros se apean,
viendo que dejan atrás
más de tres leguas y media.
Y sin detenerse mucho,
porque el tiempo les da priesa,
guían hacia la emboscada,
en cuya espesura intentan
hacer de su valentía
clara y evidente prueba.
En este tiempo la Aurora
a bañar su luz comienza,
rojos celajes de nácar .
blancas líneas de azucenas;
y entre dorados perfiles
celestial safir argenta
dando luz a todo el orbe
Apolo en la cuarta esfera.
Regocijóse la gente,
y libre, apresada y suelta
buscan la ocasión de dar
el asalto que desean.
Hasta las ocho del día
nuestros hidalgos esperan,
mas la canalla enemiga
con temerosas sospechas
recogió aprisa el ganado,
o ya porque el rigor tema
del famoso General
que los aflije e inquieta;
y así previenen el daño
con el miedo y la cautela.
Desabrido el adalid,
como los demás, ordena
consejo, y presentes todos
les dijo de esta manera:
-Generosos caballeros,
nuestra ventura nos niega
la gloria de aquesta acción
pues la vemos tan incierta.
Bien, que aunque nos falta dicha
no ha sido hazaña pequeña
que pisemos animosos
aquesta enemiga tierra.
Ni de padres ni de abuelos
ni de otras cristianas huellas
fue pisado este lugar
donde estampamos las nuestras.
Gracias al valor insigne
del que nos rige y gobierna,
General famoso y noble,
que nos anima y alienta,
ya estamos en este puesto
y sin poder hallar señas
de los moros y el ganado;
desgracia, disgusto y pena
para quien pensó acertar
en ocasión como aquesta.
Soy de parecer, amigos,
que este campo y estas selvas
corramos hasta que el moro
junto a su ciudad nos sienta;
pues ya estamos empeñados,
hagamos alarde y muestra
de nuestro cristiano celo
y lusitana nobleza.
No quede por nuestra parte
grande o chica diligencia
que parezca de importancia,
aunque de peligro sea.
Todos le responden juntos:
-La misma intención es esa
que tenemos; hoy del Moro
habemos de ver las puertas.
No ha de quedar de este campo
monte, prado, llano o vega
que no escudriñe el deseo,
la solicitud no inquiera.
En nombre de Dios se animan
y luego a marchar comienzan
poniendo alas al cuidado
y a la voluntad espuelas.
Ya miran a Tetuán
y de ella se ven tan cerca
que de su muro enemigo
ni los divide una legua.
Desde allí corren ligeros
sotos, valles, bosques, selvas
sin privilegiar collado
ni jecutoriar floresta.
Y no hallando presa alguna,
descontentos dan la vuelta;
mas por los campos de Tánger
que en el término de Ceuta
nuestro hidalgo General
por momentos los espera
desde las tres de la noche,
y con su valor intenta
hacer los recebimientos
cuando la aurora amanezca.
Alto hizo y reformóse
en el monte de Condesa
puesto importante nombrado,
y que los moros desean
tomar en tales sucesos
por su mucha fortaleza;
allí esperó sus soldados
dejando atrás las barreras.
También paso necesario
para cualquiera defensa,
con su valerosa escuadra
ver el suceso desea
de los nobles corredores;
que la cara vana, incierta,
hicieron con poca dicha
y con mucha diligencia.
Mas viendo que se tardaba,
a su noble hijo ordena,
que es don Diego de Pizaña
y Mendoza, ilustre prenda
de su sangre y de su casa,
Comendador de la seña
más preciosa de los cielos,
más divina de la tierra,
del sacro hábito de Cristo
que caballeros cincuenta
lleve consigo, personas
de calidad y nobleza.
Sobre el Paul de Negrón
le manda que con presteza
vaya a esperar los demás;
y él gozoso lisonjea
el cuidado con el gusto,
el aliento con la empresa.
Como hijo de tal padre
se regocija y se alegra
creyendo hallar el premio
a que aspira su obediencia.
Llegó al Paul de Negrón
y; siendo las once y media,
sin ver nuestros corredores,
descubrió una centinela
en la Varja de Negrón
ganado que a mucha priesa
van retirando los moros,
de su cobardía mesma.
Vencidos y ya sintiendo
el mal que se les acerca,
bien así como el pastor
que mira las nubes negras
preñadas de agua abortar
lluvias de granizo y piedras,
y a fuerza de exhalaciones
desde la región etérea
truenos, relámpagos, rayos,
y huyendo de su furia deja
el campo, y con su ganado
se va a su albergue o chozuela,
así de nuestro Don Diego,
rayo de la ardiente esfera,
se encubre el moro temiendo
de su fuego las centellas.
Con todo, por no romper
de su padre la obediencia,
manda a un caballero suyo
que al punto a su padre vuelva;
y para seguir al moro
le traiga justa licencia.
El General la envió
y todos juntos se alegran
viendo el peligro a los ojos,
viendo en las manos la presa.
Nunca tan veloz salió
impedida de la cuerda
a quien violentó la mano
del arco libre saeta,
ni el águila rompió el aire
abatiéndose a la tierra
con tan gallardo denuedo,
con velocidad tan presta,
como nuestros caballeros
en honrosa competencia
salen calzando las plantas
de plumas en vez de espuelas.
Y después de haber corrido
tras del ganado dos leguas,
que el miedo de sus rigores
le va emboscando en la tierra,
llegaron a darle vista;
y don Diego, dando muestra
de su sangre, levantó
su renombre a las estrellas.
Hizo grandes maravillas,
y aquí y acullá se ostenta
tan gallardo en su caballo
que los anima y esfuerza
y andan todos tan bizarros
que unos a otros se alientan
con gloriosa emulación,
digna de mayor poema.
Cogieron gran cantidad
de cabras, vacas, ovejas
y carneros, y de trigo
cargadas algunas recuas.
Corrieron todo el distrito
sin dejar en su grandeza
cosa que a la vista alcance
como de provecho sea.
Los moros, sin defenderse,
con el miedo y la violencia
dejan el ganado y huyen
a la gruta más espesa.
Mandó don Diego partir
en tres manadas o hileras
el ganado, y que camine
hacia el monte de Condesa.
O al menos a Almedangordo,
que es donde su padre espera,
y no con poco cuidado,
de que la escuadra primera
se tardase tanto tiempo;
mas ellos, que diligencia
no perdonaron, venían
ejerciendo la postrera.
Y viendo tanto ganado
aunque distante una legua,
sin imaginar que fuese
de la gente propia nuestra,
le tienen por su despojo
y el adalid dice: -Aquesta
es, señores, la ocasión
que nuestro afecto desea.
!Acometamos al moro!
Y llegándose más cerca
don Diego los descubrió
y dijo: -Amigos, alerta,
que hoy ha de ser nuestro día,
la hora forzosa llega
de levantar nuestro nombre
y hacer nuestra fama eterna.
Moros escandalizados
son éstos, mas aunque sean,
Dios, Santiago y nuestros brazos
derribarán su soberbia.
Todos responden: -Señor,
sin la vida o con la presa,
y ninguno ha de llevarla,
si la vida no nos cuesta,
que haciendo lo que debemos,
claro está que será cierta,
oh Capitán valeroso,
por vos la victoria nuestra.
Estando ya apercibidos
para la presente guerra,
envió don Diego atalayas
que conozcan y que vean
el número del contrario,
a quien la cólera ciega
no creyendo que eran todos
de una nación y ley mesma.
Conociéronse, y al punto
con regocijos y fiestas
presa, victoria y engaño
ríen, cantan y celebran;
las manos se dan alegres
y con los brazos se enredan,
los cuellos manifestando
el gozo en aquestas señas.
Dieron mil gracias a Dios
y con vítores alternan
aplausos al regocijo,
a quien Eco placentera
en lo profundo del valle
los duplica lisonjera,
repitiendo dé a don Diego
el valor, nombre y proezas.
Llegó donde está su padre,
y allí las manos le besa;
aquél, con alegre rostro;
éste, con gozosas muestras.
Entraron en la ciudad,
y, aunque ya de noche, apresta
las debidas alegrías
de tan agradable vuelta.
Fue la acción más valerosa
que en antiguas y modernas
edades celebra el mundo,
a pesar de Roma y Grecia.
Ofrecimiento gallardo,
resolución que confiesa
el ánimo belicoso
de la hidalga gente nuestra.
Hubo quien dijo mirando
que no hicieron defensa
los moros para estorbar
nuestro provecho y su afrenta,
que es, del morabito, engaño,
y que con eso nos ceba
para podernos coger
y vengarse en nuestra ofensa.
Mas si éste fuere su intento,
no logrará lo que intenta,
que Dios mirará mejor
por los hijos de su Iglesia.
En la presa le cogieron
casi ochocientas cabezas
de ganado, que partido
entre los soldados queda.
A Dios por el buen suceso
se deben gracias inmensas,
y al General valeroso
y Gobernador de Ceuta,
cuyo excelente consejo,
cuya sagaz experiencia
es honor de Portugal
y de Castilla excelencia;
a cuyo animoso hijo
la futura edad apresta
aplausos para su nombre,
lauros para su cabeza.
Esto dirán sus memorias,
no en papeles, sino en piedras,
porque hazañas tan heroicas
inmortales resplandezcan.
Y con su ejemplo animados
los españoles adquieran
fama eterna, que el olvido
en la emulación despierta.